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A los besos, a las piñas

Sonó la campana y salieron corriendo; avanzaron con urgencia desde los bordes al centro del lugar. Parecían alumnas abandonando el colegio en el último día de clases. Por fin. Salió el sonido ...

Sonó la campana y salieron corriendo; avanzaron con urgencia desde los bordes al centro del lugar. Parecían alumnas abandonando el colegio en el último día de clases. Por fin. Salió el sonido y salieron ellas, que también parecían dispuestas a comerse a besos tras una larga ausencia o un episodio puntual. Con esa hambre. En segundos ya estaban cara a cara y se dieron tres trompadas: arriba, al costado, al centro.

En la noche del sábado 10 de junio las boxeadoras Marlen Esparza y Gabriela Celeste Alaniz pelearon en Texas y verlas fue algo. Esparza, estadounidense, top lila, pantalón corto brilloso. Alaniz, argentina, el cabello contenido en trenzas cosidas, top celeste y blanco y azul y oro. Primer round, toda la furia en los puños. Cabeza, hombro, pecho, golpe, golpe, golpe. Las dos las piernas en pequeños saltos para no dejar de estar listas. Los guantes rosas, los rojos, a la altura de la cara. Volvió a sonar la campana y cada una a su esquina para frenar unos segundos, escupir si es necesario, tomar aire y hacerlo de nuevo. Cabeza, hombro, pecho, golpe, golpe, golpe. una y otra. Más una que otra. una. una. Así por diez rounds. Luego los jueces comunicaron lo que pensaban y le dieron la victoria a la local. Entonces, tras las piñas, te felicito, un saludo cordial y adiós.

El boxeo es un deporte en el que para vencer al rival, para ganar, hay que lastimarlo. En el cuerpo. siempre duele perder, no ser el más rápido de la carrera, no ser la que salta más alto, más largo, no ganar el partido, pero en el boxeo duele perder por la ausencia de victoria y duele perder por las piñas. El ojo hinchado, la piel cortada a la altura del párpado, los moretones en las costillas por el cross, el jab, el recto, el uppercut, el gancho. Te destrozo el cuerpo con reglas. Más sangrás, más puntos para mí y más puntos para mí, un cinturón de oro, dinero y me voy para arriba en el ranking. La habilidad es la de pegar con un impulso positivo. Sin culpa. Sin bronca. Suena la campana final, nos damos un beso y nos vamos.

Nunca me agarré a trompadas con alguien (a lo máximo que llegamos con mis amigas, un verano, fue a tirarnos apenas de los pelos, ni siquiera tanto, de los mechones, con unas chicas en un bar de la costa porque nosotras teníamos unas vinchas lindas y ellas no), pero si alguna vez tiré algo al piso o por el aire fue para partirlo en mil pedazos y porque sentía furia o frustración o una tristeza tan grande y tan densa (de esas que manchan) que necesitaba de una resolución física, de una revancha, de que yo no fuera la única en dolores.

Jamás rompí algo por amor o por alegría. Nunca desperté una mañana y me sentí llena de energía, eso que dicen plena, y pensé ahora hago estallar estos vasos divinos para celebrar. Debe ser extraño. Querer tener y para tener, tener que lastimar. La piel, los ojos, la boca, el tabique, el ritmo de la respiración. Debe ser extraño ser boxeadora y decir bueno, deseo tanto esto que debo deformarle la cara a golpes a esta persona para conseguirlo. Qué crueldad, lo bueno y lo malo ahí, uno tan encima de lo otro que da lo mismo.

Tengo una amiga de rulos cortos y accesorios grandes que asegura que cuando algunas cosas, personas, animales, lo que sea, le gustan muchísimo se siente capaz de quebrarlas, de aplastarlas hasta el polvo. No es que lo haga, ejerce el control necesario, pero lo siente; siente que puede agarrar la mejilla de un niño cachetón y blandito y estrujarla tanto hasta presionarla y hacerla desaparecer. Que llore. Lo explica y le busca explicación. Creo que incluso encontró un término para contarlo y por eso, porque existe, lo repite casi orgullosa, como si entre el amor y todo lo contrario no hubiese diferencias. Ni perdones. A los besos, a las piñas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/a-los-besos-a-las-pinas-nid20072023/

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