Recorriendo Campos

El debate sobre el glifosato

Las palabras exactas importan para aclarar qué se debate.

El gobernador de Chubut ha promulgado la ley sancionada por unanimidad por la Legislatura de la provincia que prohíbe en todo su territorio la utilización del fitosanitario conocido como glifosato. A raíz de esta decisión, las cadenas de cultivos han fijado su opinión crítica sobre esa norma.

Se han aunado en el pronunciamiento la Asociación de la Cadena de la Soja Argentina (Acsoja), la Asociación Maíz y Sorgo Argentino (Maizar), la Asociación Argentina de Trigo (Argentrigo) y la Asociación Argentina de Girasol (Asagir). Han expresado la preocupación por decisiones políticas que, como la de Chubut, hayan prescindido de criterios objetivos: opiniones científicas, estadísticas, investigaciones de organismos nacionales e internacionales.

 

Monsanto descubrió la molécula original del glifosato en 1969 y lo desarrolló en los mercados desde 1974 con la marca Roundup. A partir de 2000 otras empresas han patentado con diversas variantes ese herbicida. Las cadenas de cultivos han recordado que el principal principio activo en el mundo para el control de malezas se utiliza no solo en el campo, sino también en jardines del hogar, en campos deportivos y en plazas.

 

El núcleo de la discusión es si ese producto daña la salud humana y perjudica a los animales. Después de largos cuarenta años, el glifosato está presente en 160 países. Algo debería decir esto a las personas de buena fe inquietas por su uso por si no fuera suficiente con estar autorizado por el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria de la Argentina (Senasa). La Agencia de Protección Ambiental norteamericana ha clasificado su potencial cancerígeno en la categoría E, la más baja de la escala. Y ha manifestado así la falta de carcinogenicidad para los seres humanos de tal principio activo.

 

Si apartamos las posiciones ideológicas en juego y la razonable inquietud que cunde cuando se habla de algo que puede comprometer nuestra salud, ¿dónde se halla el punto de convergencia razonable entre las preocupaciones de las personas serias y honestas y la posición de autoridades públicas de gran parte del mundo? Acsoja, Maizar, Argentrigo y Asagir han dado en el centro de la cuestión al recordar que cualquier fitosanitario requiere, antes de la colocación en los mercados, estudios sobre los efectos posibles en el medio ambiente; y, una vez autorizados, que se cumplan las buenas prácticas agrícolas.

 

Quienquiera que domine alguna de las ciencias involucradas sabe que en principio hay más toxicidad en la utilización en los hogares de insecticidas o desodorantes que en la aplicación responsable de los fitosanitarios en las actividades agrícolas.

 

Las palabras exactas importan para aclarar qué se debate. Los aplicadores profesionales, sujetos a las buenas prácticas dispuestas por cada jurisdicción, no fumigan, pulverizan o aspersionan. Fumiga quien echa a la atmósfera gotas de más o menos 50 micrones, que se dispersan en el ambiente, como los desodorantes. La acción de pulverizar equivale, en cambio, a la de quien rocía una camisa al planchar. El tamaño de las gotas es ahí de 170 micrones y más, hasta 600/700: por su dimensión, la gota cae sobre el objetivo.

En pruebas hechas años atrás en el Aeroclub de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, con presencia de autoridades públicas, la deriva de un aplicador terrestre fue 0; la realizada desde un avión se dispersó del blanco entre 10 y 15 metros, que es como decir nada. Los técnicos actuantes deben contar en partidos como aquel para las aplicaciones periurbanas con carnet de conductor y de aplicador. Entre 24 y 48 horas deben anticipar al municipio sus tareas a fin de que esté presente un ingeniero agrónomo matriculado. Las labores deben suspenderse si el viento va en dirección de la ciudad o los pueblos rurales; o cuando la humedad ambiente sea inferior al 50%, o el viento sople a más de 15 kilómetros. Hay otros recaudos en las zonas pluriurbanas. Los que se mencionan son ejemplo del rigor de las normas, como la que establece dejar 30 metros libres de cada lado de los cursos de agua.

Es mucho lo que está en juego. Las malezas compiten con los cultivos por el agua, la luz y los nutrientes. La humanidad reclama más y más alimentos, y la ciencia lo está haciendo posible.

Se fumiga en demasiados hogares, pero no en los campos cuando se acatan las buenas prácticas agrícolas por las que todos debemos velar.

Comentarios

¡Sin comentarios aún!

Se el primero en comentar este artículo.
Volver arriba