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Relaciones Tóxicas

En qué consiste la dependencia emotiva y cómo salir

En qué consiste la dependencia emotiva y cómo salir

Algunas personas están mucho más predispuestas que otras a caer víctimas de algún seductor narcisista, arriesgando de precipitar en una relación tóxica y extenuante. Aquí les aclaro qué es lo que sería la dependencia afectiva, cuáles son sus señales para reconocerla y sugerencias para saber tomar distancia de una pareja disfuncional. Comencemos a hablar desde lo que sabemos… en lo que refiere al amor, nos convertimos todos un poco dependientes, como por ejemplo de las atenciones que nos brinda la otra persona, los pequeños detalles, de aquellos hábitos que nos terminan dando felicidad. Bueno, hasta acá sería una dependencia sana, de la necesidad que todos sentimos que nuestra pareja, en nuestras vidas, nos enriquezca y se vuelva algo que nos una más. Pero también hay relaciones en donde la dependencia afectiva se vuelve algo nociva, en donde la persona dependiente termina sufriendo. Cuando una persona sin esa vocación dependiente encuentra a un seductor narcisista, se vuelve en grado de no caer en su trampa, lo reconoce y lo abandona. Se vuelve muy fascinante quedar hipnotizados por una persona narcisista, pero la vocación dependiente vuelve a la personas particularmente expuestas a este tipo de relaciones y a volverse sumisas a su pareja, terminando por entrar en un vínculo debilitante. Porque al fin de cuentas… el narcisista está acostumbrado a absorber la energía del otro, lo necesita como el aire que respira.

              

¿Qué es una relación Tóxica?

Se trata de una relación marcada por un fuerte componente de dependencia de una persona hacia otra. Naturalmente en cada relación amorosa existe algunos aspectos de dependencia, pero éstos deberían poder ser mantenidos por un equilibrio del mantenimiento de una adecuada capacidad crítica y un deseo de autonomía personal por ambas personas. En las relaciones tóxicas sucede que una de las personas (la mayoría de las veces es la mujer, ¡tenemos que decirlo!) tiende a funcionar de forma prevalentemente con la modalidad de la dependencia (sinónimos: subordinación, sometimiento, sujeción, adicción) como forma de relacionarse. Esta relación de pareja, lleva a la persona que se encuentra en esta situación “inferior”, a perder cuotas siempre mayores de poder personal (efecto inflacionario), es decir, a perder autonomía, independencia, libertad de elección; terminando en algunos casos en un verdadero abuso emotivo y físico inclusive. La persona que se encuentra en este tipo de relaciones, en sus condiciones más graves y extremas, termina pasando por hechos de violencia sin lugar a dudas. Tanto es así que podemos decir que la dependencia afectiva es muy similar a la Toxicomanía, con la única diferencia que en este caso el objeto tóxico no es una sustancia sino una persona.

 

Y entonces… ¿cómo reconocer una relación sana?

En una relación sana los aspectos de dependencia se equilibran siempre con características de autodeterminación, un adecuado grado de autoestima y la capacidad de poder elegir libremente. Se trata de una relación marcada por la reciprocidad, en donde se produce un intercambio de placeres, de enriquecimiento, de crecimiento, respeto y admiración entre ambos. Por el contrario, en una relación tóxica es unidireccional. En donde una de las dos personas termina por ser esclavo en relación al otro, y la persona que se deja manipular de esta forma es invariablemente aquella que es dependiente, es decir, aquella que paradójicamente tendría más necesidad a ser considerada y sostenida las personas dependientes han vivido en su pasado, con aquellas personas significativas que lo rodeaban en su infancia. Se trata de una vivencia anterior que tiene que ver con el abandono, con el no reconocimiento y con el rechazo; y que con tal de no revivirlo, el dependiente afectivo está dispuesto a aceptar las condiciones más humillantes para mantener una relación. Siempre se va a preferir el dolor antes que la nada. Es por esta razón que se vuelve importante poder educar a los más jóvenes en no caer en los falsos mitos del amor. Contamos con interminables historias románticas, films, canciones, etc. que siempre están favoreciendo la búsqueda del Ideal del “yo te voy a salvar”, “tú me vas a salvar” y todos aquellos mitos de auto-sacrificio en nombre del amor. Necesitamos más pedagogía en relación al respeto de nosotros mismos, que enseñe los derechos de poder decir que no si así lo deseamos y que ayude a identificar las relaciones de amor como una oportunidad que produce placer y crecimiento en ambos, no como una experiencia de sacrificio y sumisión.

Señales para reconocer la toxicidad en una relación

1. Dependencia. Claramente la primera señal es la relación de dependencia. La persona afectivodependiente que se encuentra en una relación generalmente tiende a confiar en su pareja sobre todas aquellas funciones de auto-regulación que deberían poder asumir solas también. De esta forma el otro se vuelve indispensable para controlar nuestra autoestima y contenernos cuando entramos a estar ansiosos. En algunos casos se vuelve indispensable inclusive para el mantenimiento del sentimiento de integridad personal, por los cual la sensación, al enfrentarse al alejamiento del otro, puede llegar a ser de sentirse como caer a pedazos, sentir un vacío intenso, llorar o hasta despersonalizarse inclusive. Dentro de esta óptica el otro, para el dependiente afectivo, se convierte la única persona en grado de poder generar una emoción fuerte y la única razón para sentirse motivados y vivos. Es como si la pareja fuera la única persona que pudiera sacarlo de una condición depresiva de base, brindándole la ilusión de hacerla sentir revitalizada. Esto lleva a la persona afectivodependiente a estar sujeta al síndrome de abstinencia: en donde si se pierden las funciones de autoregulación, la persona entra en estado de pánico y busca la posibilidad de no vivir más ese sufrimiento con la búsqueda exclusiva de la proximidad de la pareja, pagando cognitiva y emotivamente un precio altísimo.


2. Separación. La persona afectivo-dependiente desarrolla una forma de adicción: el otro se vuelve fundamental para mantener el equilibrio psíquico y no se tolera la distancia. Aquello que caracteriza esta situación es la incapacidad de sostener el evento de algún tipo de separación entre ambos. La persona dependiente no sabe separarse y se vuelve incapaz de elaborar una pérdida.

3. Chantaje y Aislamiento. El hecho de no poder asimilar las distancias y las separaciones produce una situación en la cual la persona afectivo-dependiente se vuelve fácilmente chantajeada: para evitar la separación tiende a renunciar a aspectos importantes de la propia existencia, a sus propios intereses, a su trabajo, hasta inclusive sus valores éticos, terminando por perder su propia identidad y su red socio-afectiva de referencia, llevándola al aislamiento.

4. Una pareja narcisista. Los dependientes afectivos se caracterizan por buscar o encontrar parejas no muy amorosas. A menudo se dejan seducir por el que representa el opuesto a lo que ellos son, es decir, una persona que se muestra con una imagen fuertemente auto-rreferencial, segura. Generalmente se trata de personas que tienen una vocación contradependiente, narcisista, que inclusive en algunos casos también poseen componentes psicopáticos o sádicos. El dependiente afectivo se ve atraído fuertemente por el narcisista porque éste encarna aquel ideal de perfección y seguridad al que se busca “abrojarse” y con el cual se quisiera “fundirse”. La persona narcisista, sobre todo al inicio de la relación, tienden a prometer muchas cosas, pero en realidad, de hecho, no saben dar casi nada más que una relación en donde en los casos mas graves tienden a ejercitar el control de su pareja dependiente, a humillarlos, a maltratarlos, a mantenerlos en una condición de sometimiento y de amenaza, sin concederles nada en términos de una real afectividad.

5. Existencia de servicio. La persona dependiente se encuentra a tener que llevar una vida de servicio hacia el otro desde el punto de vista afectivo. Comienza a servir literalmente al otro, a adorarlos y venerarlos a la espera de algún día poder ser reconocidos… lo cual nunca ocurrirá. Esta sería la paradoja típica de una condición toxico-dependiente, donde se hará todo lo necesario para obtener algún tipo de resultado y donde terminan en el camino opuesto. El dependiente afectivo nutre la ilusión de haber encontrado la figura que lo salve, que le resolverá la situación depresiva no resuelta con anterioridad de soledad y abandono en la cual se siente; y termina por volverse la persona más sola, abandonada y deprivada que pueda existir en una relación.


Consejos para huir de esta situación

1. Aprender a cultivar el arte de la soledad. Tienen que aprender a estar solos, a no vivir solamente como una luz que refleja al otro, a no ser el eco de la voz de alguien más. Deben sentirse a sí mismos con el poder de auto-generarse, buscar su propio espacio, su propio tiempo, un lugar personal único en donde se pueda disfrutar, gozar. Una actividad de disfrute en compañía de otros que nos ayuden a ver diferentes perspectivas de sentir, pensar, disfrutar.

2. Aceptar la propia historia para evitar reproducirla. El dependiente afectivo, en sus relaciones de amor, busca siempre alguien sin corazón para poderlo conquistar, sería como si quisiera rescatarlo en realidad de su propia infancia deprivada de afecto. Las personas dependientes se sienten atraídas por quien no las ama y no las considera. Aman, pero se perderán siempre en su propia trampa. No hacen otra cosa que reproducir su propia historia, rodeándose de personas incapaces de amarlo. Pero deberán lazar la apuesta y tomar conciencia de esto si es que quieren sentirse mejor. Deberán reconocer lo que han sufrido previamente para aprender nuevas formas de relacionarse y sentirse libres. Soltar para poder sentir sanamente.

3. Liberarnos de los falsos mitos en relación al amor. Los falsos mitos son generalmente historias de sacrificios y alguien que finalmente “nos salva”. Estas historias nos enseñan que amar significa anularnos a nosotros mismos, tal vez con la expectativa de que algún día, después de haber pasado por todas las pruebas de sacrificio, el otro haga lo mismo por nosotros. Esto es absolutamente falso e irreal. Nadie tiene que salvar a nadie, porque el verdadero amor nada tiene que ver con este tipo de juegos perversos y manipulativos

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