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Brizuela Méndez, el primero de la tele

Emblema de la televisión argentina

"El Negro era un símbolo, un emblema de la televisión argentina; fue el primero que se animó a meterse en el negocio de la pantalla chica y a pintarse la cara si era necesario para hacer reír", evocó Silvio Soldán.

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"Fue uno de los tipos más buenos y generosos que conocí en mi vida. Un amigo noble", lo definió Soldán.

Nacido en 1923 en la localidad de General Pirán, en el sur bonaerense, Brizuela Méndez comenzó a trabajar desde muy chico, de cartero, en Mar del Plata, ciudad donde vivió junto a su familia hasta que en 1950 desembarcó en Buenos Aires ya con el oficio de locutor.

Brizuela Méndez, un pionero de la TV
Su fino bigote, su sonrisa simpática y ese decir pausado y querendón lo convirtieron, a través de los años, en una figura insustituible de la radio y la televisión.

En su libreta de enrolamiento figuraba como Guillermo Alberto Brizuela. En la otra -la de la farándula- agregó su apellido materno: Méndez.

Luego suprimió su nombre de pila y aceptó que lo anunciaran con el apodo -seguramente adquirido en algún campeonato de barriletes- de "El Negro".

Había nacido en 1923 en General Pirán, localidad cercana a Mar del Plata. Allí vivió parte de su infancia y, sin embargo, se consideraba hijo de la Perla del Atlántico.

En esa época, solía decir, se "divertía como un loco" y de ella conservaba, además de recuerdos, su primero y mejor amigo: Carlos Raúl Gascón ("El Pato" para sus íntimos), doctor en abogacía.

Pese a él, al morir su padre el tiempo de "lo divertido" se trocó en el eje de la responsabilidad. El Negro tenía 14 años y debía enfrentar la lucha cotidiana. Había una madre y una hermana que reclamaban su protección.

Su primer trabajo fue en el correo marplatense. Era mensajero. Luego de cumplir con el servicio militar, se empleó en un sanatorio y un día -un dichoso día- se encontró con un amigo que debía dar una prueba como locutor en LU9. Sin pensarlo dos veces, Brizuela Méndez se ofreció también para ese menester.

En realidad, él nunca le había prestado demasiada atención a la radio, pero quería probar algo nuevo. Logró el puesto y le encargaron la transmisión de una carrera automovilística en la que intervenían, entre otros, Fangio y Villoresi.

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La casualidad hizo que lo escuchara Jaime Yankelevich desde Buenos Aires, y le pidió que se presentase en Radio Belgrano.

Corría 1950 y El Negro Brizuela se iniciaba como locutor porteño. Ese año, también, se casaba con Piera Pinolín, su compañera de siempre.

Ya nada podía apartar a ese hombre morocho de sonrisa blanca de los micrófonos y de las cámaras de televisión. Había encontrado su vocación.

El éxito y la vocación
Su puro instinto lo vinculó con la pantalla chica. Eran los comienzos del auge televisivo y Brizuela Méndez, con otros colegas, inauguró, el 17 de octubre de 1951, ese luego masivo medio de comunicación.

En un día llegó a hacer cincuenta y seis avisos en vivo frente a las cámaras, y luego de demostrar su ya sólido oficio en varios programas de la pantalla chica, condujo "La feria de la alegría", uno de los más exitosos espacios de aquellos años.

En rueda de amigos y en algunos reportajes, solía definir su existencia como "una vida novelada que tiene encanto, magia y que es casi un milagro". Su rostro, sus ademanes y su figura lograron muy pronto el reconocimiento del público. De él nacía esa simpatía que nunca se apoyaba en lo grosero ni en lo chabacano. Era, sin duda, un hombre que se respetaba y que sabía respetar a sus seguidores.

              

Retornó a la radio en numerosas oportunidades con programas de neto corte familiar. Alguna vez fue requerido por el cine. También el teatro lo tuvo como protagonista. "Matrimonios y algo más" marcó su primer trabajo escénico, pero fue en "Pantaleón y las visitadoras", dirigido por Hugo Urquijo, donde asumió su más complejo estilo interpretativo. Pero la televisión seguía siendo su verdadera pasión.

El paso del tiempo lo fue alejando de la pantalla chica. Había en ella otros elementos a los que Brizuela Méndez no podía o no quería adaptarse.

Sin embargo, a veces era invitado a algún espacio rememorativo de antiguas épocas y nuevamente surgían su fina ironía, sus recuerdos de un tiempo irrecuperable, sus gestos medidos.

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Su último trabajo lo realizó en Radio El Mundo el programa "El mundo del chamamé", que fue nominado el año anterior para el premio Martín Fierro en el rubro música nativa.

Con Brizuela Méndez no sólo se fue un hombre cálido, un amigo leal y un querible esposo y padre, sino que desaparece alguien que volcó todo su talento y su vocación a entretener con las más sabias armas que puede esgrimir un profesional: su gran ternura, su palabra justa y su sonrisa, que encerraba la picardía y la humildad de los grandes.

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