Sociedad/Vida/Estilo

Hablar de lo que no se habla

Un tema tabú, que hasta hoy en día muchos esquivan en la ciudad santacruceña de Las Heras.

Por OCTAVIO DEL REAL

Las Heras, pueblo santacruceño de aproximadamente de 23 mil habitantes, se encuentra al norte de la provincia, a 134 kilómetros de Caleta Olivia y a 80 de Pico Truncado. El próximo 6 de octubre cumplirá 106 años. Hace 15 años, Leila Guerriero publicaba Los suicidas del fin del mundo, una crónica periodística sobre suicidios ocurridos entre 1997 y 1999. El libro de la periodista juninense se reeditó este año nuevamente con el sello Tusquets.

La historia narra, a partir de entrevistas con familiares, vecinos y amigos, los suicidios que pasaron en la ciudad petrolera a fin de milenio. Un día se mató un chico; al otro una chica, y así: doce personas en total, de aproximadamente 25 años, personas conocidas e hijos de familias modestas pero tradicionales. La lista oficial de fallecidos, sin embargo, nunca se confeccionó: aparecen como recuerdos de familia.

La investigación se realizó en 2002, se publicó en 2005 y tuvo un largo recorrido: las calles, algunas de ripio, otras de asfalto, y una estación de ferrocarril quemada en 1997, un paisaje solitario de las tardes de siesta y viento feroz, dirá Guerriero en varias oportunidades. Esfuerzo, soledad, incomodidad, desolación, frío: sensaciones de una periodista que indagó y que era extraña para la cotidianeidad pueblerina, pero con voluntad de contar hechos terribles que van desde el horror, los prejuicios, la incertidumbre de los jóvenes suicidas y las familias que quedaron y siguen deambulando, trabajando y jugando en las calles de Las Heras.

Al ser un tema “tabú” –aún en estos días– muchos sellos y editoriales rechazaron su publicación: articular la fascinación de una novela con el espanto de una realidad local, sumado a la indiferencia, los prejuicios y el enigma de esos jóvenes que ya no verían en el pequeño pueblo, era difícil. A pesar de ello, la periodista investigó sin caer en ocurrencias o testimonios que no hacían alusión a esta situación tan extrema.

La colaboración y solidaridad con los periodistas locales fue fundamental para continuar escuchando historias en torno a los jóvenes. La mirada paternalista nunca fue parte en las charlas con los lasherenses. La construcción de leyenda urbana de “pueblo maldito” tampoco estuvo presente; sí el estereotipo de pueblo “golondrina”, que aumenta su densidad y población a partir de buenos precios en el petróleo o, en su defecto, su disminución por falta de trabajo. 

La falta de acompañamiento del Estado y de profesionales de la salud, de pueblo dividido por casas y/o barrios, de localidades aledañas lejanas y de incomunicación por falta de inversiones, además de una gran crisis que vivía el país entero, completaban la experiencia periodística sureña y, también, un poco de estereotipo de pueblo del interior profundo.

En el año 2010, sobre la misma investigación de Leila Guerriero, el joven director Leandro Listorti realizó una película documental, titulada Los jóvenes muertos. Una especie de alegoría que incursiona en los fundamentos del ser humano y su relación-visión de la muerte. El film está motivado por alrededor de 30 muertes que se produjeron en la ciudad a finales de la década de los 90 hasta el 2010. Los casos y la historia de estos son conocidos a nivel mundial, ya que UNICEF ha participado y ha incentivado el estudio por el alto nivel de suicidio juvenil.

Los suicidas del fin del mundo fue de difícil publicación, pero de gran aceptación entre lectores. Ejemplo de crónica sensible y fuerte, de datos precisos e intensos que se leen durante 240 páginas entre el horror y la aceptación de mirar y aprender de esos hechos, de pensar políticas sociales que ayuden, a más de 20 años de ellos.

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