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Crucero a la Antártida: cómo es vivir 14 días entre los hielos del continente blanco

Si hace cinco siglos América era el Nuevo Mundo, hoy el podio se lo ha quitado la Antártida. Y, convengamos, no es poca cosa si pensamos que hasta a la Luna hemos llegado, y quedan tan pocos rinc...

Si hace cinco siglos América era el Nuevo Mundo, hoy el podio se lo ha quitado la Antártida. Y, convengamos, no es poca cosa si pensamos que hasta a la Luna hemos llegado, y quedan tan pocos rincones sin explorar. La Antártida fue avistada por primera vez a principios del siglo XIX. No está claro aún si la expedición pionera fue la del explorador ruso Fabián Gottlieb, la del inglés William Smith, o la del navío español San Telmo, que, se cree, habría naufragado con 644 hombres a bordo en la isla Livingston, a finales de 1819, sin registrarse sobrevivientes.

Varias particularidades han rodeado al Continente Blanco, a lo largo de su breve cronología. Fue el único de los siete absolutamente deshabitado y en el que jamás se encontraron registros de vida humana previos a su “conquista”.

No fue hasta 1904 que se instaló el primer asentamiento permanente, la base argentina Orcadas del Sur. Recién en 1978 nació el primer bebé, el argentino Emilio Palma, en la base Esperanza, el 7 de enero de ese año. Fue el primer nacimiento registrado en un continente en la historia de la humanidad.

Del Ártico a la Antártida

Cada primavera, una flota de buques provenientes de todas partes del mundo arriba al canal de Beagle para dar inicio a la temporada de travesías por la península antártica. Entre ellos está el Ocean Endeavour, un buque originario de Polonia que opera en el Ártico durante nuestro invierno y pone rumbo sur cuando se aproxima octubre.

Es un barco de expedición polar reforzado para hielo que fue totalmente reacondicionado y adaptado en 2014. Tiene una longitud de 137 metros y una capacidad máxima de 199 pasajeros. Cuenta con espacios comunes, incluidos un amplio comedor, un bar, una sala de conferencias, una biblioteca, un gimnasio, un sauna, un spa, una tienda, una pileta de agua caliente y cubiertas exteriores muy amplias, ideales para disfrutar los paisajes. También está equipado con zodiacs y kayaks, lo que permite hacer desembarcos a tierra y actividades náuticas con todos los pasajeros al mismo tiempo. El buque está a cargo de Chimu Adventures, una agencia australiana especializada en productos exclusivos en Sudamérica y la Antártida.

La última frontera

Antártida es la auténtica “última frontera” y, a 200 años de su descubrimiento, aún permanece como una tierra incógnita en estado salvaje.

Es el destino turístico más codiciado y, a la vez, menos conocido que se ofrece desde territorio argentino. La mayoría de los visitantes que llegan hasta Ushuaia, sean nacionales o extranjeros, ignoran casi por completo que la ciudad se ha convertido en portal de una de las mayores aventuras que la industria del turismo ofrece en el mundo.

La odisea antártica comienza allí, en la ciudad más grande de Tierra del Fuego, y felizmente, para los pasajeros argentinos, los trámites son mucho más simples que para los extranjeros. Ya que nunca se sale de la jurisdicción del territorio fueguino –que comprende la Antártida e islas del Atlántico Sur–, no es necesario llevar pasaporte. Basta con el DNI, el certificado digital de vacunación COVID (que puede gestionarse online) y un seguro de viajero.

Rompiendo el hielo

La emoción antes de la partida se respira en el aire. La sirena seguida de un simulacro de evacuación de emergencia termina oficiando de “rompehielos” social entre los pasajeros, quienes, con chalecos al cuello, bromean y se toman la faena como parte del programa de actividades. Pero el frío en las cubiertas y los botes salvavidas se hace sentir, de modo que, tras el procedimiento, todos se mudan al bar para continuar con las presentaciones. Una copa de bienvenida y el jefe de expedición, Alex Cowan, micrófono en mano, realiza la introducción del nutrido equipo de profesionales que integran la tripulación a cargo de las actividades durante los 14 días de expedición.

Biólogos, ornitólogos, guías de montaña y de kayak, glaciólogos, especialistas en cetáceos y pinnípedos, fotógrafos y hasta un historiador y veterano explorador antártico conforman el grupo. Un elenco de lujo que se mezcla rápidamente entre los pasajeros y que, a lo largo de la travesía, irán ocupando su lugar como guías en los zodiacs, kayaks y en las diversas actividades.

A bordo hay alrededor de 130 pasajeros divididos en cuatro grupos: Pingüinos, Icebergs, Focas y Ballenas. De igual forma, los viajeros terminamos separando a la tripulación en tres categorías: “los de Rojo” (guías y miembros del staff de actividades), “los de Negro” (personal del hotel a bordo, meseros, camareros, cocina, bar, recepción) y “los de Azul” (marineros, técnicos, mecánicos y oficiales). A los de Azul es más difícil verlos, entran y salen por puertas secretas y se mueven por pasillos y cubiertas fuera de la vista de los huéspedes.

Rumbo sur

El Paso Drake es el tramo de mar abierto que separa la isla de Tierra del Fuego de la península antártica. Es el lugar exacto donde los océanos Atlántico y Pacífico se reúnen en un estremecedor abrazo de espuma y sal.

Un espacio de 900 km en línea recta que se arroga al mar más bravo del planeta. Liborio Justo describe en su libro La tierra maldita: “Ningún lugar ha alcanzado tan triste fama en la historia de las tragedias marítimas como el Cabo de Hornos”, en referencia a las tempestades que asolan esta región.

Pero la suerte hace que el Ocean Endeavour atraviese el paso con buen tiempo y mucha calma.

Luego de dos días de navegación, el Mar Antártico se presenta como una enorme planicie regada de icebergs que flotan dispersos a la deriva. Desde las alturas de los cordones montañosos de las islas Anvers y Brabant descienden hasta la superficie del mar gigantescos glaciares que empequeñecen cualquier noción que podamos tener de ellos hasta el momento. Enormes paredes de hielo que reducen aún más los estrechos por los que atraviesa el buque mientras maniobra para esquivar masivos fragmentos de hielo de apariencia vidriosa y afilada, que el viento empuja desde el occidente. En este escenario difícil de explicar en palabras, finalmente resuenan las cadenas del ancla que se precipita al fondo de la bahía, frente a la isla Danco, el primer punto de desembarco de la expedición.

Un nuevo mundo para explorar

Las grúas hacen volar los zodiacs por el aire hasta el agua. Parece una demostración de destreza por parte de los de Azul, que se mueven ágilmente sin ser vistos, como teloneros en una obra de teatro. En escasos 10 minutos, más de 10 gomones están flotando en la bahía con sus respectivos guías al mando. Un altavoz llama al grupo Icebergs para que se preparen en el “Mudroom” (salón donde cada pasajero tiene un armario con sus prendas para el desembarco). El equipo que provee la empresa consta de una muy buena campera, un chaleco salvavidas y un par de botas largas de abrigo y totalmente impermeables.

De hecho, las botas son tan buenas que se puede andar con el agua casi hasta las rodillas sin que entre una sola gota. Cada uno debe completar la indumentaria con sus propios pantalones para nieve, guantes, gorro, protector solar y anteojos de sol. Una vez emperifollados, comienza el peregrinaje por pasillos y escaleras hasta las rampas de desembarco. Desde el puente de mando, un miembro del grupo, a través de la radio, oficia de torre de control y coordina toda la operación. Con tantos zodiacs, y más de cien personas sobre el agua helada, la seguridad es un tema delicado. Algunos gomones van hacia tierra mientras que los demás permanecen en la bahía haciendo travesías entre los hielos, buscando fauna.

La IAATO (Asociación Internacional de Operadores Turísticos en la Antártida), que regula las actividades en la región, determinó que, por cuestiones de impacto ambiental, no puede haber más de cien personas al mismo tiempo en un sitio de desembarco.

Existe toda clase de protocolos para no interferir con la fauna, pero los que se llevan la mayor parte de las consideraciones durante los procedimientos son los pingüinos: curiosos como ninguna otra especie, es preciso tomar recaudos. Una huella profunda en la nieve, por ejemplo, puede ser una trampa mortal para sus cortas extremidades. Por eso es muy importante seguir un sendero y no generar huellas nuevas en la nieve virgen. Si ellos cayeran allí, les sería imposible salir. Tampoco está permitido –especialmente este año, en el contexto de expansión de la gripe aviar– tener contacto con el suelo con algo que no sean las suelas desinfectadas del calzado. Eso incluye no apoyar las rodillas, ni que hablar de sentarse en la nieve o una piedra.

Las colonias que más abundan, y las que más individuos tienen, son las de pingüinos Papúa. Aunque es común verlos a todos mezclados como buenos vecinos. Además de ellos, hay ejemplares de las especies Adelia, Barbijo y Macaroni. Estos últimos son los más esquivos. Es espectacular verlos nadar: parecen misiles subacuáticos. Cambian de dirección de modo imprevisto y es posible verlos con claridad por la transparencia casi perfecta del agua. Se mueven en “cardúmenes” (¿o debería decir bandadas acuáticas?) y van dando saltos fuera del agua de forma sincronizada. También saltan para aterrizar sobre témpanos, icebergs y, a veces, sobre la cubierta de algún zodiac.

Otras actividades

Las actividades no se agotan en los desembarcos, las navegaciones y los trekkings por la península. En esta expedición, hay una nutrida tribu de kayakistas que solo quieren salir a remar. Y no es para menos, ya que pueden hacerlo entre ciudades de témpanos, escoltados por un sinnúmero de pingüinos. Se mueven en banda, son los primeros siempre en el agua y, desde luego, desayunan, almuerzan y cenan todos juntos, como una fraternidad.

Otro grupo son los del Citizen Science (Ciencia Ciudadana), el programa de recolección de muestras y toma de datos científicos con el que Ocean Endeavour está comprometido y en el que los pasajeros que así lo deseen pueden participar. Solo basta con anotarse ese día y, si hay lugar disponible en el zodiac, recorrerán lugares que nadie visitó y ayudarán en la toma de muestras de diatomeas (organismo microscópico unicelular), medirán la profundidad y temperatura del mar, y recolectarán muestras de salinidad del agua. Todo en compañía de un científico especializado, en este caso, la Dra. Emily Gregory, una simpatiquísima australiana experta en la conservación de ecosistemas marinos.

Uno de los programas que resulta ser muy popular entre los nautas antárticos es la noche del camping. Que no es ni más ni menos que un pernocte tipo vivac sobre la nieve, con una superbolsa de dormir. Claro que esta actividad está sujeta al clima, pero en esta expedición se da en condiciones casi perfectas. Los acampantes no solo logran dormir, pese a que no existe oscuridad en las noches de verano, sino que además disfrutan de la visita de un par de lobos marinos que confunden la pijamada polar con una reunión de primos retozando en la costa.

Polar Plunge

El momento más intenso del viaje es el “Polar Plunge”: un verdadero salto de fe a las aguas heladas del Mar Antártico. Una zambullida cruda y dura dentro de ese azul profundo, que apenas supera los cero grados. Nadie a bordo falta a la cita. Con más o menos convicción, uno a uno, todos se lanzan desde las dos rampas de desembarco, atados a una fina línea de vida (léase un elástico y un arnés en la cintura) y con una gran dosis de adrenalina y coraje. La experiencia es apenas fugaz.

El cuerpo en shock pide a gritos salir de inmediato. Brazos y piernas se sacuden descoordinados para escapar del agua, intentando con torpeza embocar los peldaños de la escalera salvadora. Una vez afuera, ya nada vuelve a ser frío nuevamente. Un fuego intenso se extiende por las extremidades y se apodera de la mente. Es en ese momento que uno de los de Rojo, disfrazado de pingüino, entrega en mano, al recién ungido, un shot de vodka puro que le devuelve instantáneamente la conciencia.

Boda on the rocks

Durante los primeros cuatro días de travesía el barco lleva recorridos más de 500 kilómetros o 270 millas náuticas y concretó ocho desembarcos. A razón de dos por día. El clima es excelente y todo el mundo está exultante. Pasajeros y guías se reúnen en la cubierta de popa después de la cena para tomar unos tragos, charlar, tocar la guitarra y disfrutar de los últimos rayos de sol mientras el atardecer se extiende hasta las 23 horas.

Por si le faltaban emociones a este viaje, al día siguiente, el capitán anuncia por altoparlantes que, luego de haber hecho las consultas del caso, esa misma tarde celebraremos una boda a bordo. La noticia se esparce rápidamente por todo el buque y, en muy pocas horas, una ceremonia improvisada está organizada. El capitán oficiará de juez y los presentes se dividirán entre invitados de la novia, por un lado, y del novio, por el otro. Los de Rojo, con sus trajes ceremoniales de pingüinos, arman un pasillo para recibir a los novios. Jaci y Adam, ambos norteamericanos, tomaron la decisión horas antes, luego de que les confirmaran vía satélite que era perfectamente válido un matrimonio en la Antártida presidido por la máxima autoridad legal presente. Los novios leen sus votos y se dan el sí a las 17.16, en los 63°42′06″ Sur y 56°48′31″ Oeste, en el Mar de Weddell. Deberíamos tirarles cubitos de hielo, pero les tiramos el tradicional arroz.

El desierto de Weddell

La única constante en la Antártida es el cambio. Del lado este, la península es notablemente más seca que del oeste y, una vez que se cruza el punto más al norte del extremo insular, el paisaje cambia de manera abrupta. Las montañas lucen prácticamente desnudas y la escasez de icebergs en la zona evidencia la inexistencia de glaciares en las cercanías. Los hielos que flotan agrupados son fragmentos congelados de agua salada, remanentes del invierno, cuando el Mar de Weddell se convierte en un enorme páramo blanco.

Alex sale con su zodiac a realizar un scouting de témpanos, con la idea de encontrar uno lo suficientemente grande y firme como para desembarcar sobre él con, al menos, cuatro gomones llenos. Una vez localizado el candidato perfecto, que se encuentra 4 km al sureste de nuestra posición, una pequeña comitiva de los de Rojo se monta sobre él con varillas para chequear que tenga el espesor adecuado y no haya fisuras o agujeros peligrosos. La característica que distingue a los bloques de mar congelados es su superficie perfectamente plana. Dependiendo la época del año, pueden tener hasta tres metros de espesor.

El procedimiento de desembarco sobre estas islas flotantes tiene su técnica, sobre todo, cuando el zodiac lleva 10 pasajeros a bordo. El timonel debe encarar el bloque de frente, con algo de velocidad y con potencia de motor. Una vez que la proa entera se monta sobre el hielo y la embarcación se detiene con la trompa hacia arriba, los pasajeros, coordinadamente, deben deslizar su peso hacia adelante para que el inflable no retroceda, de nuevo, hacia el agua.

Fotos grupales y selfies, gimnasia acrobática y hasta un picadito con una pelota improvisada fueron el resultado del desembarco sobre un témpano en el Mar de Weddell.

¡Ninguna decepción!

El último de los objetivos del viaje es la mítica isla Decepción. Un volcán activo en forma de medialuna que, por su peculiar geografía, fue usado por navegantes y exploradores como refugio natural y, posteriormente, para la instalación de diversos asentamientos.

Se trata, en realidad, de un archipiélago integrado, además, por las islas Livingston y Snow. El estrecho que hay que atravesar para ingresar al volcán es un canal de apenas 200 metros de ancho, delimitado por rocas semisumergidas y altos acantilados verticales. El clima nos recibe hostil, con neviscas persistentes y un viento helado del sector este. En el lugar, pueden visitarse los restos de una planta que destilaba aceite de ballena y que fue explotada por los británicos durante la primera mitad del siglo XX. Restos óseos de estos cetáceos y lobos marinos están sembrados por toda la playa, frente a las ruinas de la destilería.

Dos antiguos botes balleneros de madera yacen en la arena, como fantasmas de un pasado que condenó, hasta casi la extinción, a varias especies, hoy en franca recuperación. Cuando se declaró vedada la actividad aceitera y la caza en toda la región antártica, la planta fue abandonada y allí se instaló una base científica que funcionó hasta 1970, cuando el volcán entró en erupción. En el lugar, aún se observa un hangar y se vislumbra una pequeña pista de grava, desde donde operaba un Single Otter de la Real Fuerza Aérea.

Hoy, isla Decepción es uno de los sitios históricos destacados de la IAATO y una estación de monitoreo geológica y de cambio climático. Y un antónimo de lo que resulta el viaje, según compartimos en los últimos dos días de navegación antes de regresar a Ushuaia.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/crucero-a-la-antartida-como-es-vivir-14-dias-entre-los-hielos-del-continente-blanco-nid05072023/

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