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Imanol Arias: cómo hacer teatro con cuatro sillas, los peligros gourmet de las giras y su pacto para tener el ego “controladito”

A 29 años de haber protagonizado en teatro Calígula –aquella recordada puesta que dirigió Rubén Szuchmacher– y a cinco de haber presentado la obra La vida a palos, en el teatro Maipo, ...

A 29 años de haber protagonizado en teatro Calígula –aquella recordada puesta que dirigió Rubén Szuchmacher– y a cinco de haber presentado la obra La vida a palos, en el teatro Maipo, Imanol Arias, el reconocido actor español de tantas películas y series de gran éxito en nuestro país vuelve a una sala porteña para presentar La muerte de un viajante, el texto en el cual Arthur Miller ataca de lleno al sueño americano. La presentación en Buenos Aires será el sábado 27 con el elenco español que estrenó esta obra dirigida por Szuchmacher hace ya dos años en el teatro Infanta Isabel, de Madrid. Desde ese momento, la obra no para girar por distintas salas españolas.

Desde Valencia, una de las tantas ciudades que abarca el tour de este elogiado trabajo que también dirige Szuchmacher, interrumpe su siesta para hablar por Zoom con LA NACION. “Confieso que, tal como están las cosas, es necesario anunciar que uno va para allá -es lo primero que dice apenas aparece desde un cuarto de un hotel-. La situación está muy difícil, lo sé; y si bien entiendo que esto no será una gira triunfal, está bien anunciar las presentaciones para el que pueda ir y, el que no pueda, será cuestión de ir haciendo mejor las cosas”.

Claramente, esta figura de trascendencia internacional, clave en el puente entre España y nuestro país, no lo hacen perderse en el mundillo de las poses de estrella sus paso por la movida española, el éxito que tuvo con películas como Laberinto de pasiones y La flor de mi secreto, de Pedro Almodóvar; o Camila, que protagonizó hace 40 años junto a Susú Pecoraro dirigidos por María Luis Bemberg; o, algo más acá en el tiempo, Tango feroz, el film de Marcelo Piñeyro.

En las presentaciones por América latina –que incluyen funciones en Córdoba, Rosario y Montevideo–, Imanol Arias dará vida a Willy Loman, un viajante de comercio que ha entregado todo su esfuerzo a la empresa para la que trabaja y que, a sus 63 años, ve como su posición se tambalea. Para el actor, la obra también implica su vuelta a los escenarios. Y la gira por estas latitudes tiene algo de metejón, de cumplir un deseo.

“Mi incorporación al teatro de manera continuada fue bastante tardía -cuenta desde el otro lado del Atlántico-. Otros medios de trabajo me han ocupado mucho más tiempo. Todavía estoy en la posición de actor felizmente contratado. Es verdad que se me tiene en cuenta, es verdad que me responsabilizo de llenar los teatros, de hacer las promociones, pero no formo parte de la producción del espectáculo. Yo sentí la necesidad de hacer este texto. Aunque deseaba desde hace mucho a esta obra, mi papel exige una edad y una experiencia que te permita desnudarte de pretensiones. Porque cuanto más artificio, cuanta más gloria, cuantos más éxitos en tu carrera montes sobre este texto, menos interesante lo haces. En el estado en el que estoy, la idea de rescatar el texto casi original para una compañía comercial española hacía que hubiera un número económico que hizo posible todo esto: la propuesta de Rubén Szuchmacher y del escenógrafo Jorge Ferrari para Alfredo Alcón, cuando hicieron en 2007 Muerte de un viajante, era algo muy sobrio. Es algo que se hace con cuatro sillas, algo que la Argentina ha coronado como al equipo de fútbol de la Scaloneta. Porque hay otra Scaloneta en el mundo y es cómo los argentinos consiguen hacer teatro con cuatro sillas. Reducen el proyecto a un visión del texto que termina engrandeciéndolo. Después de dos años de exitosa gira con esta obra alguien debe haber oído mi deseo de llevarla a Buenos Aires porque yo había visto esta obra allí. Reconozco que tengo un estúpido sentido de pertenencia con la comunidad teatral argentina”.

–Bueno, no tan “estúpido sentido de pertenencia”. Ha hecho teatro en Buenos Aires y trabajos en cine como en televisión lo han llevado a formar parte de la memoria colectiva local como parte de un reducido grupo de actores españoles que ofician de puente entre un país y el otro.

–Entiendo lo que dices. El otro día leí una historia sobre la fotógrafa Andy Cherniavsky. Recuerdo que me fotografió en 1975 en la Argentina. Apenas había llegado al país como un objeto curioso que venía de la movida madrileña y la transición democrática. Recuerdo que me hizo una gran foto, que ni siquiera igualó al trabajo del mejor fotógrafo de Almodóvar. Fue en un baño del hotel Bauen lleno de azulejos, sentado en el retrete como si estuviera en la butaca de un avión en primera clase. Esa portada de una revista reflejó un poco la suerte que tuve al llegar a tu país para filmar Camila. Yo ya había tomado contacto con creadores argentinos que se habían tenido que marchar. Tuve formación con el maestro Atahualpa Del Cioppo, patriarca del teatro uruguayo; había conocido a Héctor Alterio, a Norman Briski, a Nacha Guevara. Gente que nos ayudó en la vida y en su generosidad a entender el paso que teníamos que dar cuando España recuperó su democracia. Era gente que venía de la dictadura con unas ideas enormes que nos hicieron sentir libres, con más libertades que las actuales, porque el teatro era una expresión viva y directa que quedaba en la memoria. Quizás por eso esto de ir con Muerte de un viajante por unos días para allá en medio de la crisis es medio una locura. Yo solamente espero hacer bien las funciones y lo único que deseo es que esto mejore para que el flujo de intercambio en España y la Argentina siga existiendo.

–En esta escena de intercambios vuelve a trabajar con Szuchmacher luego de aquella puesta emblemática que fue Calígula, el texto de Camus, en donde compartía elenco con Fabián Vena y Jorge Suárez, entre otros.

–Aquello quedó en mi memoria. Yo ya había hecho una versión en Mérida de un Calígula. Albert Camus quería que esa obra se presentara en España, que María Casares haga el papel de Sonia. En aquella oportunidad fue a ver la obra una heredera de Camus, creo que era su hija, quien luego tomó contacto conmigo. Me habló de las distintas versiones de ese texto y de una de ellas, más moderna, que casi hablaba del fascismo europeo. Esa fue la versión que me dejó, incluso con correcciones hechas a mano por el mismo Camus. Buenos Aires era la ciudad perfecta para hacer este texto en ese momento histórico, en ese momento teatral. La presentamos en 1994, en medio de una juerga que, creo, todavía estamos pagando…

–En aquel momento del menemismo para ustedes Buenos Aires era una ciudad muy cara, justo la situación inversa a la actualidad…

–Era todo carísimo. Las entradas eran carísimas y nosotros llenábamos el teatro. La casa que alquilamos con Pastora Vega (actriz, su exesposa y madre de sus hijos) costaba una fortuna. Volví a España lleno de gloria, feliz de la vida y con 14 mangos en el bolsillo (se ríe con ganas). Recuerdo una anécdota con un tachero maravilloso. A los dos minutos de subirme al auto, sin mirarme y solo reconociéndome por la voz, me dijo: “Ay, Ladislao…, ¡qué bien que estés acá!”.

–Si me detengo en Muerte de un viajante, ¿a qué le remite este texto centrado en alguien que está al final de su vida laboral con aquel pibe que, en 1975, se trasladó a Madrid tratando de construir su lugar en el mundo?

–Yo no creo que lo nuestro sea una carrera, lo nuestro es un aprendizaje, convivir con la necesidad de descubrir qué tipo de talento tienes. Quizás el mayor talento que he tenido fue entender las circunstancias y que me hayan creído. He sido un actor de éxito aun en etapas en que mis películas no se diferenciaban mucho porque jugaba un mismo rol. Aquel pibe que llegó a Madrid con 19 años era un actor de teatro, porque en mi pueblo no llegaba mucho cine. Para llegar a Willy Loman uno tiene que haber decidido que, después de una carrera audiovisual muy larga, de unos 50 años de profesión, tal vez el escenario más plausible para mí es el teatro, el escenario. Si pienso en aquel muchacho que llegó a Madrid lo que hago ahora es lo que quería él: desarrollar mi trabajo, aprovechar el talento que tengo para comunicar e intentar elevar la composición actoral en los años que me quedan.

–A juzgar por la extensa gira que están haciendo en España con la obra, ese proceso del que habla está dando buenos resultados.

–Es cierto, vamos por más de 200 funciones. Debemos llevar unas 130 ciudades, 130 hoteles en donde la puerta del baño está en diferentes lugares y es fácil chocarse con el armario, y por lo menos cien restaurantes. En España tienes que comer mucha carne, mucho marisco, mucho caviar en grandes restaurantes para, después de la función, llevarte el plato de porotos a tu casa. Las siestas después de las comidas gourmet que se dan en estos casos en medio de las giras pueden ser fatales. En todo este tiempo nos ha pasado de todo. Por ejemplo, te levantas de la siesta luego de una gran comilona, a las dos horas tienes la función y en medio de Brookling y Willy Loman no haces más que eructar. Cuando te sucede eso, lo tienes que aprovechar. La gente termina diciendo: “¡Qué maravilla, ¡qué nervioso es ese Willy Loman!”.

Termina de contar esa anécdota y se ríe con ganas y salta a otra experiencia que pone en práctica antes de las funciones: “Al inicio, lo había visto en Buenos Aires y seguramente lo hacen mucho mejor que yo: les digo al público que es una pieza para escuchar, que procuren apagar al teléfono. En todo este tiempo me ha sorprendido la escucha de la gente, el silencio. La palabra tiene un poder tremendo cuando el espectador decide conectarse con esa escucha en la que detecta la verdad. Tú puedes ver si alguien miente, porque tiene un pasito medio claudicante o mueve el ojo derecho como hacía Mariano Rajoy cada vez que mentía; el pobre expresidente, al que pillábamos en todas. Las palabras se crean en el corazón aunque las maneje la inteligencia. Y el corazón, cuando uno miente, se altera”.

–Qué le pasa a tu corazón cuando, casualmente o no, revisita películas como Laberinto de pasiones o Camila. ¿Es de volver a ver aquellos trabajos o no quiere saber nada?

–He hecho un pacto con tener el pasado bien controladito en cuanto al ego. Como he sido un actor con mucha continuidad, he tenido un ego de posibilidades grandes, pero a lo largo de los años uno comete tantos errores que te van mermando la autoestima. Y cuando tienes la autoestima baja y el ego muy grande te viene a ver el diablo y montas un pollo por nada. Yo estoy calmando a mi pasado porque estaba perdiendo a mi presente e, incluso, estaba acortando mi futuro. No puedo cargar con todas las culpas. Y a la hora de revisar los títulos los importantes a veces caen y todos tienen su sentido. Con Almodóvar he tenido la suerte de participar en dos películas, con María Luisa Bemberg me tocó un personaje como Ladislao que, tal vez, en ese momento, no estaba preparado para hacerlo. Si veo a Susú Pecoraro, que era su primera película, era delicioso, tenía un instrumento mucho más pulido que el mío, que venía como una mezcla entre actor clásico, como un Alfredo Alcón, con el legado de Almodóvar. Ahora lo veo con calma. Hay algo, claro, milagroso. No entiendo cómo pude haber protagonizado la película El Lute: camina o revienta, de Vicente Aranda, que era mi director favorito, con el cual hice seis películas. Fue él quien un día me dijo que si yo no podía hacer a ese personaje tampoco él podría hacerlo. Y nos salió.

En su afán por explicar sus propio tránsito profesional, resume el concepto con una anécdota del actor y director italiano Giancarlo Giannini, con quien estuvo rodando hace muy poco en Rabat, Marruecos. “Estábamos filmando una producción de esas grandes y mucho presupuesto para el mercado árabe. Había un actor español que la protagonizaba y que intentaba hacerla en inglés, mientras que todos los demás lo hacíamos en nuestro idioma porque después se dobla todo. Estaba Giannini, Marisa Paredes, Massimo Ghini y este actor, apenado porque era su primera película internacional y no podía hacerla en inglés. Fue entonces que Giancarlo Giannini le dijo: `Disculpa muchacho, esta película es para el mundo árabe, no es para nosotros. Va a ser un éxito en Qatar y vos ni te vas a enterar. Pagan bien, tranquilízate. Yo he hecho 150 películas de las cuales 140 son una mierda, las hice para comer, para conocer gente, para trabajar. De las diez restantes hay como seis que han tenido sus cosas. Pero he hecho dos grandes para la historia con Michelangelo Antonioni y otras dos; y eso es lo que me basta, ¿por qué quieres más?’. Por mi parte, no llego a 150 rodadas ni llego a cuatro para la historia”.

–¿A cuántas llega?

–A dos, o tres.

–¿Cuáles serían?

–Pues… diría El lute, sin duda; El amante bilingüe, de Vicente Aranda; y Anacleto, agente secreto, una película que un poco cambió mi vida en la que me he tirado de un puente, he hecho karate, me he tirado de coches…; me cambió hasta la voz y con esa fuerza física es que decidí volver al teatro. Y fíjate que es una película para gente joven que se hizo a lo bestia y que terminó siendo preciosa. Tampoco puede dejar pasar por alto a mi papel de anarquista de Tango feroz, que me sigue conmoviendo: no sé de donde saqué aquello. Esa pequeña aventura con Marcelo Piñeyro, conocer a Fernán Mirás, es algo que no olvidaré nunca…

–En la revisión del pasado, ¿fue muy complejo en términos personales y términos de figura pública todo el largo conflicto con Hacienda por una deuda?

–Ese fue el momento en que decidí limpiar y no cargar, no hacer un melodrama de mi pasado, no buscar justificaciones. Todavía el proceso está, pero después de siete años te destroza la vida, esa vida que tu te habías armado, esa vida cómoda y práctica y tienes que encontrar otra. Mi proceso no fue por haber escondido dinero sino porque tenía una sociedad que tributaba bajo una sociedad que la ley cambió y no me permitía seguir tributando. Pagué esas multas mientras se fue litigando. Me queda un acuerdo con el fiscal porque no puede acusarme de evadir dinero ni de nada. Todo eso coincidió con un momento en que, incluso en la prensa, se plantea si es moral tener, en tiempos de crisis, dinero en el extranjero. Al final, no es tan importante lo que pierdes. Es importante que entiendas los motivos. Y en lo que hace a lo público, desconozco el motivo, nunca me han gritado por la calle. Algunas cosas sí he tenido que dejar: yo era embajador por Unicef, recaudaba mucho dinero al año y yo mismo les pedí dejarlo porque no quería mancharlos. Lo concreto es que ese dinero dejó de llegar a África. Por lo demás, sigo trabajando y no hablo del asunto nunca excusándome. No voy a pretender que todo el mundo me crea, eso es una utopía.

–Para terminar, ¿qué metejón pendiente tiene previsto cumplir apenas llegue a Buenos Aires?

–Bueno, desde que el restaurante Don Julio, en tu ciudad, y Etxebarri, en el País Vasco, han perfeccionado sus técnicas y sus cortes no quiero perdérmelo. Pero…, fundamentalmente, quiero ver amigos que es lo que me colma mucho. Siempre estoy muy pendiente de lo que sucede allí. Y me gustaría armar cosas, encontrar para hacer algo con otro buen actor argentino y estar tres meses allí. Pero iré a ver alguna obra de teatro, iré al Poncho Centro Cultural porque siempre que puedo dedico una tarde para hablar con la gente. Ya sabemos que, de los que hacemos teatro, solo cuatro van a vivir de esto y, a lo mejor, de esos cuatro solamente dos van a poder ir a Punta del Este en verano. Pero, bueno, hay que seguir porque esto es una enfermedad.

Y se ríe con pasión de esa “enfermedad” desde Valencia mientras fantasea y desea, aunque sea por una noche, sentirse Willy Loman en Buenos Aires.

Para agendar

Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Elenco: Imanol Arias, Jon Arias, Miguel Uribe, Fran Calvo, Cristina de Inza, Virginia Flores y Carlos Serrano-Clark.

Función: sábado 27 de junio. Sala: teatro Ópera Entradas: desde 7.200 pesos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/imanol-arias-como-hacer-teatro-con-cuatro-sillas-los-peligros-gourmet-de-las-giras-y-su-pacto-para-nid15052023/

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