La quinta edición de “La Fiesta de la Cerveza” me pareció sublime. La disposición de los elementos amalgamados entre: los “foods trucks”, el escenario principal, las birras artesanales y el bolichón que armaron en el pulmón del fondo alcanzaron un equilibrio perfecto. Asombrado con el globo aerostático, con la disposición de los “Constructores del fuego” y la performance de “Lesionados por el corcho” que estuvieron gigantes, geniales. Hipnotizando a todos los mercedinos en un ritual “pagano” que duró no solo todo el sábado, sino que hasta el domingo a la noche en la que vimos arder esa catedral. Que por demás, no se nos escapa la ironía.
Todo el evento en sí llamó constantemente a la comunión, tanto “la fiesta” como todos los otros números artísticos que se sumaron a ella. Hablo, principalmente, de la gente: de lo vecinal, de lo parroquiano, lo hermanado. Viajamos a un punto primigenio de tambores y fuego mezclado con cultura local, música para bailar, y hasta una banda de primer nivel que hizo un Luna Park hace veinte días (El Mató a un policía motorizado). Haciendo a un lado las banderas políticas y olvidándonos un poco de que tenemos la definición del destino de nuestro país a la vuelta de la esquina. La armonía que se podía sentir entre la gente, para mí, fue lo realmente remarcable en este evento. De seguro no todos lo vieron así, en mi caso, pude percibir amor y ciudadanía. Y no es la primera vez.
La fiesta de la cerveza estuvo muy bien organizada. Tal vez fue eso lo que se resaltaba en primera instancia. Buena calidad en la propuesta, buena disposición, rostros compenetrados con el trabajo y gente que disfruta sabiendo que están dando lo mejor para uno. Sabía, además, que los hermanos Mosso estaban atrás en el sonido, y son los mejores. Siento que hubo un punto de encuentro entre los administradores de la ciudad y la gente. Los artistas y la gente. Los productores de birra y morfi con la gente. Y en todo momento poniendo en evidencia eso, el trabajo, el esfuerzo, la buena onda y la novedad en la propuesta.
Por otro lado, para que todo esto no sea únicamente un derroche de flores por doquier, hubo una sola cuestión que me indignó. Corre por el lado abstracto de “la fiesta” y refiere a la música. La composición de la música en sí. Una avivada tal vez, o un contrato tácito que no quise firmar. De los grupos que pude escuchar el sábado: “Los del fuego”, “Menta-limón” y “Pinky” realizaron una serie de compilados frenéticos de los estribillos de las cumbias conocidas. El haber detectado el patrón fue lo que me molestó. Un minuto de estribillo, la gente se predispone a bailar, un paso por acá otro paso por allá y de repente cortan y otro tema; igual de bueno que el anterior, un minuto de estribillo y de repente de nuevo lo cortaban y pasaban a otra cosa. No solo eso, si no que repitieron canciones entre estos grupos. Parecían una lista de Spotify. Fue lo único flojo en la propuesta.
Fuente: Por Germán Faure