Alta fidelidad: sola en los bares o el teorema de Hopper
Si Hopper viviera, la pareja de coreanos captados por el foto-cronista de Instagram sería un óleo y acaso los hubiera exhibido así, en esta pose y encuadre, el Whitney Museum de Nueva York en la...
Si Hopper viviera, la pareja de coreanos captados por el foto-cronista de Instagram sería un óleo y acaso los hubiera exhibido así, en esta pose y encuadre, el Whitney Museum de Nueva York en la gran muestra antológica que celebró sus imágenes situadas en escenarios de la Gran Manzana hasta el pasado mes de marzo. “Así” es solos, pero acompañadísimos. No por las otras personas que desayunaban en ese mismo momento en una cafetería del barrio de Flores sino por el millón de amigos (las promesas del rey de la Jovem Guarda se hicieron realidad) que bulle, inadvertido, ante los ojos rasgados, asiáticos, de cada uno de ellos, perdidos en el espacio virtual de sus smartphones.
Es una postal repetida ad infinitum pero, por la pose y el encuadre, da un Edward Hopper digital. Lo que debería poder decodificarse como siluetas solitarias en interiores urbanos captadas en esa milésima de segundo donde lo igual deja de parecerse a sí mismo. Hay que ser un artista de dimensiones colosales para que una imagen aleatoria pueda definirse con su nombre ochenta años después, en un ambiente tecnológico imposible de imaginar hace apenas quince o veinte. Hopper lo fue.
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En el primer acto de Einstein on the Beach se viaja en el tren de las imágenes que dejaron testimonio de la vida cuando el tren era la máquina absoluta de la modernidad. La música minimalista de Philip Glass es tocada en contrapunto con una partitura visual que busca emular ese continuo del sonido como una masa en total contención a punto de descomprimirse. A la vera de las vías, en los vagones o sobre el techo desfilan cowboys, indios norteamericanos y gangsters del viejo Hollywood.
La adaptación argentina de Martin Bauer y Alejo Moguillansky para el Teatro Colón en 2023 sorprende con algunos inserts: la tapa del álbum Modern Life is Rubish de Blur; una foto del cartel de la estación La Paternal; los carasucias de Tire Die (Fernando Birri, 1960), la “encuesta social filmada” que devino opera prima del cine documental argentino.
Esos chicos, todos y ninguno a la vez, se volvieron pintura (collage, más bien) en 1961 cuando Berni estrenó la serie de Juanito Laguna en la galería Witcomb. Y la pintura, claro, aparece en esa serie de fotogramas en cascada con la cautivante Compartment C Car (1938). Óleo de mujer con sombrero (copyright Silvio Rodríguez) viajando sola en el camarote de un tren de larga distancia. El pasaje fugaz de Hopper por el escenario del Colón tiene la cualidad que detectó el ojo impresionista: el paisaje trastocado por una velocidad que fragmenta el presente en su inmediato pasado y futuro a la vez. En la pintura, cruzada de piernas, la mujer apunta su mirada (protegida de voyeurs por el ala de su sombrero) a un libro entreabierto. Sabemos ahora que es una imagen del pasado, de otro siglo, por el objeto que la saca del paisaje crepuscular (anochece en algún punto del norte de América en la pintura) para absorberla entera. La mujer que lee podría también hoy viajar en tren, vestir no muy distinto de entonces, pero su atención es muy probable que estuviera desviada del paisaje para chequear las notificaciones de su smartphone. No faltará entonces el nuevo artesano de la IA que le pida al robot que ejecute el plan: un Hopper clase 38 adaptado a las extensiones cyborg de 2023. Qué pesadilla.
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“Sola en los bares”, la canción con la que Man Ray captó las ondas de radio para que la voz de Hilda Lizarazu se independizara de Los Twist y de la banda de Charly García participa ahora de la misma sensibilidad que la escena de Hopper. Es imposible, una utopía, esconderse del mundo, aunque sea por unos segundos. “Todo se ve, nada se nos dice” escribe el curador Bruno Dubner sobre las fotos de Hilda y Pompi Gutnisky que se exhiben en Smart Gallery (Alvear 1580) pero podría estar hablando de este clima de vigilia permanente.
En sus autorretratos Hilda trabaja un borde surrealista (se la ve triple, enmascarada, evanescente) que la ubica en una tradición de la cámara como máquina para viajar a través de los sueños: la de Grete Stern, la de Oscar Bony, la de Man Ray (Emmanuel Radnitzky) al fin. Hilda, la onironauta, sola en las fotos, sin otra compañía que los destellos de su inconsciente revelados por la alquimia de la fotografía. Nada dicho, todo visto entonces: hay aquí la imagen de una mujer que elige mostrarse al fin sola. Como quiso Hopper que se vieran sus personajes y como, ahora, quieren estar los coreanos en el café de Flores. Solos, en una comunidad fantasmática de la que no pueden ni quieren despegarse para participar como modelos involuntarios de una cuenta de Instagram que los etiqueta #Hopper.