Para conocer Escapadas: Altamira, el pueblo en el que tiempo pasa más lento
Costumbres gauchescas y sabores caseros en antiguos almacenes de campo, a 100 km de la Ciudad de Buenos Aires. Es una nota del diario Clarín
El Diario Clarín publica esta nota en la que aparecen dos amigos de nuestra radio, el recientemente desaparecido y querido Héctor Ramos, bailando con nuestra compañera de trabajo Ale Palma, emotivo para nosotros y para quienes conocen a estas queridas personas.
Los habitantes de Altamira definen a su localidad como “pueblo lento”, y las razones son varias. Por ejemplo, no existe la comida rápida, sino platos de olla que requieren horas de cocción y sobremesas extensas. En las calles se mezclan el sulky y hombres a caballo con camionetas.
Otra: ir de compras va más allá de conseguir lo que uno necesita; significa pasar tiempo con amigos del barrio en cada almacén. Las costumbres gauchescas como cabalgatas, carreras de sortijas y destrezas equinas se mantienen vigentes.
Altamira, en el partido de Mercedes, nació con la llegada del tren, en 1908.
La estación y la producción frutihortícola eran las principales actividades económicas de sus ciudadanos hasta que, a mediados de la década del 50, la fábrica Corinema generó una gran cantidad de fuentes de trabajo.
En ese entonces se respiraba prosperidad, y el pueblito brillaba gracias a las vías y la industria.
Pero las esperanzas y las oportunidades laborales luego de sesenta años de auge desaparecieron. En 1977 Ferrocarriles Argentinos dispuso el cierre de la estación, y el 18 de enero de 1994 Corinema cerró sus puertas, dejando a cien familias en la calle.
Así, las personas empezaron a migrar a las grandes ciudades y Altamira empezó a pasar cada vez desapercibida en el mapa.
Desde la Sociedad de Fomento de la localidad se realizan diferentes actividades para que este pueblo de 330 habitantes no se siga achicando, y pueda atraer todos los fines de semanas a turistas interesados en las costumbres argentinas.
Almacenes de campo
Sobre una calle de tierra se encuentra Lo de Puri, un boliche de campo, como lo llama su dueño Mario Pollero. Se trata de una construcción de 1930 que conserva la misma fachada de entonces.
“Mi bisabuelo lo hizo y siempre estuvo en mi familia. Lo único que hice fue cambiarle la barra y ponerle dos paños fijos”, cuenta Mario.
Con paredes y piso de ladrillo, mesas y sillas de madera, una balanza antigua en el interior, con sus dos platos y pesitas originales, y el viejo juego de tragamonedas, de martes a domingo recibe a los “parroquianos a jugar un partido de truco y tomarse unas copitas”.
El menú declara picadas, empanadas, pizzas, sándwiches de bondiola y choripanes. Además, claro, funciona como almacén, en el que se puede encontrar harina, azúcar, yerba y todo lo necesario para el hogar.
En diciembre, la municipalidad organizó el "Camino de los bodegones", un evento que convocó a más de 300 personas solo en este almacén.
Sí, el "turismo gastronómico" es el principal atractivo del lugar, ya que son varios los almacenes similares a Lo de Puri que ofrecen comidas típicas y cada tanto organizan peñas con danzas y músicas tradicionales.
Lo de Curly es otro de los que componen esta ruta de sabores. La construcción, ubicada en una esquina y con ladrillos a la vista, tiene más de 100 años. Siempre funcionó como almacén de ramos generales, tenía una carnicería, peluquería y galpón de soda.
El lugar abre de jueves a domingo desde las 16 hasta las 12 de la noche, y es atendido por la familia de Curly. Ofrece salames, quesos, pizzas y empanadas, todo casero.
“Vienen familias, parejas, abuelos. Enfrente hay una plaza, entonces los padres vienen con los chicos y los dejan jugando. El ambiente es relajado, como si estuvieras en tu casa. Mi hija de 8 me ayuda y lleva el maní a las mesas”, dicen.
Otras opciones son La Taba, con un estilo más de restaurante, y La vieja casona de Sandoval, un bodegón, más nuevo que los anteriores.
Producción local
La tercera generación de la familia López continua con la plantación y comercialización de duraznos, una de las actividades económicas principales del pueblo. El pionero fue Manuel Rosello, quien llegó desde Italia en el 1900. Hasta ese momento, el fuerte era la siembra de legumbres.
En 1957, su hija, Raquel Rosello, se casó con Pedro López, quien también se dedicaba a la comercialización de frutas. Desde entonces, no pararon de crecer y apostar en esta industria en la que hoy son sumamente reconocidos.
Obtuvieron premios en la Fiesta Nacional del Durazno por la calidad de sus productos, y con el tiempo sumaron otros frutos, como pelones y ciruelas.
Además de vender la producción al por mayor, realizan dulces y conservas. En 2018 ganaron el tercer premio de la Dulcera del Año. Los fines de semana, la familia se traslada al pueblo Tomás Jofré para comercializar lo que tienen.
Es posible conocer el monte frutal, especialmente atractivo en verano y primavera, cuando se pueden ver los árboles florecidos y en plena cosecha.
Para ir, es necesario avisarle a los dueños, Cristina y Perico, con anticipación. Las reservas se hacen llamando al 02324-15586727 o al 02324-15460437.
Otras actividades
En Altamira, la antigua estación de tren, razón por la que las personas se asentaron en el lugar, se convirtió en un símbolo turístico. Está abierta las 24 horas y exhibe de manera gratuita elementos de ferrocarril de época. Además, cuenta con una zona de camping.
Alrededor de la vía, árboles silvestres formaron túneles de entre 500 y 700 metros, por los que se pueden pasear, a la vez que se contempla un monte de plátanos. El pueblo cuenta con una plaza y una capilla tan nueva, Nuestra señora de Fátima, que aún nadie se ha casado allí.
En la localidad está también el autódromo Luis L. Bandoni, inaugurado el 9 de noviembre de 1986. Pilotos como José Luis Odda, Luis Zuffo, Roberto Salomon, Luis María Gianaschi, Fabián Grosso, Javier Funcia y Sebastián Arenas, entre otros, pasaron por ese circuito.
Cuando se podían hacer eventos masivos, Altamira tenía una agenda bastante cargada: se realizaban cuatro fiestas típicas. Entre el 25 de enero y 5 de febrero es el festejo por el aniversario del pueblo. En marzo se hace el proyecto Altamira Rural Rock, que convoca a motociclistas de toda la zona y en el que tocan bandas musicales.
Otro de los eventos reivindica las tradiciones criollas. Se canta folclore, hay puestos de artesanos, paseos en carruajes, y se hacen competencias de destrezas a caballo y pruebas de tambores.
La cuarta fiesta es una jineteada, que con el tiempo quedó de lado por las polémicas que genera esta actividad. Este 28 de abril se iba a realizar una cata de vinos, pero por las nuevas restricciones debido a la pandemia quedó suspendida. Habrá que estar atentos por si se reprograma.