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Castillo San Jacinto: El final de una época donde se tiraba “manteca al techo”

Una historia atrapante del Mercedes de ayer, que aún hoy resuena en la memoria de los confines de la provincia de Buenos Aires.

(Por Victor Calvigioni)

 La Estancia San Jacinto propiedad de la familia Alzaga Unzué, es parte de un pasado esplendoroso  para algunas familias que habitaron nuestro país. Se mostraba sin tapujos    la ostentosa riqueza que  se instaló en nuestro campo. Mientras millares de “crotos” deambulaban y se llegaban al establecimiento donde eran bien recibidos se les daba yerba, pan, azucar y se los dejaba pernoctar con aviso  que siguieran su camino.

La construcción principal al estilo Suizo  tenía más de 50 habitaciones y cada una de ellas estaba amueblada con elementos de distintos países. El visitante podía elegir pasar sus noches con un sobrio estilo inglés, francés, español o colonial, entre otros. Sus cúpulas eran majestuosas. Los picaportes, de un brilloso dorado, algunos de oro.

EL PALACIO SAN JACINTO

La construcción estuvo a cargo del arquitecto  más requerido,  el francés  Louis Dujarric

Los campos que lo rodeaban pertenecían a la familia Alzaga Unzué, y llegó a tener más de 75 mil hectáreas. El parque del casco abarcaba una superficie de 25 hectáreas. En el predio pastaban ciervos y entre sus adornos sobresalían estatuas realizadas por  famosos artistas italianos y argentinos. También existían construcciones con mármol de carrara traídos especialmente a la estancia. La sala principal contaba con una amplia escalera curvada y en su centro colgada a unos ocho metros de altura una gran araña de plata, que pesaba 200 kilos. Este último elemento permaneció en su lugar durante la subasta de 1970 y fue uno de los más requeridas en esa oportunidad. El mismo rematador no salía  de su asombro cuando , varios obreros con gran esfuerzo lograron bajarla. Los adornos y la plata que contenía su estructura, no habían sido correctamente valuados por los tasadores y la magnífica araña costaba 10 veces más del importe abonado en la subasta.

 Testimonio fílmico

Casi no quedan testimonios fílmicos masivos de aquella grandiosa construcción.  Los amantes del cine o coleccionistas de cintas cinematográficas, pueden observar parte del Castillo San Jacinto, la sala central, el lujoso mobiliario, la escalera principal y las grandes arañas. La película “Fantoche, dirigida por Román Viñoly Barreto sobre el guion de Hugo Moser y que se estrenó el 10 de octubre de 1957,  tuvo como principales intérpretes a Luis Sandrini, Beatriz Taibo y Eduardo Sandrini.  Las últimas escenas de la película fueron filmadas en la estancia «San Jacinto». En ese documento se ven las escaleras y parte de  la sala central y además cuando la pareja principal  se van de viaje  con un auto. El Director Barreto hizo que partieran   en medio de un rebaño de ovejas y que  en el presente se encuentra extinguida  por completo y era una de las principales actividades productivas de la región.

El remate histórico

A fines de la década del 60, la estancia había quedado reducida a pocas hectáreas. El costo del mantenimiento del famoso castillo era muy alto. Un empresario de EEUU lo intentó comprar con la intención de refaccionarlo y utilizarlo como Hotel y Casino destinado a visitantes extranjeros que quisieran disfrutar de la «pampa argentina». Las leyes no lo permitían. Un casino debía estar a más de 400 kilómetros de la Capital Federal.

El negocio inmobiliario finalmente no se realizó y el castillo salió a subasta el 20 de junio de 1970. Al lugar llegaron coleccionistas de todas partes del país. En un magnífico fin de semana de sol, se remataron aberturas, mobiliarios, tejas, tirantes, maquinaria, estatuas y otra gran cantidad de elementos. Para muchos, con esa subasta culminaba una etapa que duró décadas en el  país.

 

Debo decir que con una muy corta edad y con tres compañeros de la Escuela Salesiana, tuvimos el honor de acompañar al Padre Isidro Edelmiro  Maspoli, en el final de esa rica historia

     La donación de la EAS

Una parte de lo que fue la Estancia «San Jacinto» es en el presente la Escuela Agrotécnica Salesiana de La Trinidad. En la época de mayor esplendor, la Sra. Concepción Alzaga Unzué, donó a la Congregación Salesiana más de 300 hectáreas de campo situada en la zona más productiva del país.

Para muchos la silueta del Castillo quedará grabada en sus retinas como recuerdo de la «opulencia» de un país extinguido. En la época de mayor esplendor, alcanzaron a trabajar en el lugar más de 1.300 personas.

Todavía son muchas las leyendas que se cuentan, como aquella de la viuda Alzaga Unzué, ya casi en su ancianidad, que estuvo perdida un día en los recovecos subterráneos de la construcción que servían como bodega para exquisitos vinos y para guardar alimentos y cacharros en desuso.

La propietaria del lugar y quien realizó la donación a la congregación salesiana fue María Unzué de Alvear, sus amigos lo llamaban “La beba Alvear” y que heredo el establecimiento agropecuario Saturnino Unzue de profesión comerciante en la Capital Federal. El origen del establecimiento agropecuario se debió a los  aportes de dinero para sustentar y adquirir armas  al Ejercito del General Justo José de Urquiza para que finalmente pudiera  derrocar a Juan Manuel de Rosas. La derrota de Rosas llegó el 3 de febrero de 1852

La contraprestación de Urquiza por la donación de Unzue fue donarle 30 leguas cuadradas de tierra. Allí nace su fortuna sobre los muertos de una batalla que definió la historia de nuestro país. También se recibieron tierras por aportes dado al General Julio Roca en su campaña al desierto donde exterminaron miles de indio. Los establecimientos rurales diseminados en distintos pun tos del país  alcanzaban  las 450 mil hectáreas

Los rematadores

En esa visita con el Padre Maspoli que no salía de su asombro, el 20 de junio de 1920,  anoté en un cuaderno los nombres de los rematadores a cargo de una legión de empleados que iban y venían : Se trataba de Natalio Oscar Scalise y Osvaldo Scardino

El sábado de sol y con algo de calor en el suntuoso parque y al mediodía se realizó  un gran asado donde se mataron seis  vacunos entre vaquillonas Poco después comenzó el remate donde se fue desguazando por parte un Castillo que quedará en la memoria de los habitantes de la región: San Jacinto

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