El Mató a un Policía Motorizado: el intento “fallido” de lograr un disco más luminoso y el intento “logrado” de mostrar que no está todo bien
Cuando Santiago Motorizado se sentó a escuchar el corte final de La Síntesis O’Konor, en 2017, sintió una forma de inseguridad que, creía, iba a durarle tanto en el cuerpo como para torcer la...
Cuando Santiago Motorizado se sentó a escuchar el corte final de La Síntesis O’Konor, en 2017, sintió una forma de inseguridad que, creía, iba a durarle tanto en el cuerpo como para torcer las canciones que vinieran más tarde. “Me dio cosa”, le dice a LA NACION. “Pensé que era un disco muy melancólico. Me dio un vértigo personal, que es propio de escribir y exponerse, pero después de escucharlo todo junto me pareció que me había pasado de rosca”. La Síntesis... había entregado “la depresión sin épica”, verso insignia y concepto del que la generación que vio nacer y crecer a Él Mató a un Policía Motorizado se apropió con la naturalidad que puede conectar una idea que ya es cuerpo con anterioridad.
La luz en ese álbum, es verdad, se cuela como por el hueco de una persiana cerrada, hay que rastrearla. En los años que siguieron la banda platense grabó dos álbumes: La otra dimensión (2019), con lados B de La Síntesis..., y Unas vacaciones raras (2021), con las canciones que Bruno Stagnaro eligió para el reestreno de Okupas y por las que la banda ganó un Latin Grammy. El material de estos dos álbumes, entonces, tenía de alguna manera una identidad, espíritu y ánimo preconfigurados. Pero cuando la banda comenzó a trabajar en las canciones agrupadas en Súper Terror, aquella sensación parecía prometer nuevos horizontes anímicos. “Voy a intentar ir por un lugar más luminoso”, se propuso el vocalista y autor de las letras de Él Mató en un primer momento, envuelto en cierta preocupación sobre lo que pueden transmitir sus canciones. “Pero bueno, después me senté a escribir los temas nuevos y no. No salió”.
Es cierto que las historias que trae Súper Terror no ofrecen la atmósfera más radiante, pero llegan en ropajes ochentosos, entre el plan hit-subidor-FM Aspen (con el que la banda creció) y el sonido postpunk (lo más oscuro de The Cure, The Jesus and Mary Chain y otros proyectos que descubrieron entrada la adolescencia). Hay dos excepciones a esta combinación que es más o menos una regla en el disco: “Medalla de oro”, que tiene más continuidades con La Síntesis... y “El universo”, el pido gancho sad en el que la voz de Santiago solo es acompañada por un piano.
Ejemplo perfecto de lo anterior, que ilustra la forma particular de preocupación con la que las nuevas canciones de su banda miran al mundo es “Un segundo plan”, el track que abre el álbum, en el que un narrador desconcertado frunce el ceño con un tono imperativo: “Quiero saber a dónde ir. Quiero saber a quién seguir. Todo lo que me importa no existe más. Quiero saber por quién morir”. El hecho de que esa expresión de deseo un poco desesperada pueda leerse en tantas claves distintas promediando 2023 (políticas, ambientales, culturales, sanitarias) da sentido al recorrido que ata la melancolía de La síntesis... con el desencanto en torno al futuro de Súper Terror. La particularidad quizás tenga que ver con lo propositivo de esta desilusión. De la misma forma, “Tantas cosas buenas” (que quedó afuera del soundtrack de Okupas y que originalmente iba a ser sonido intradiegético de la escena en que Ricardo, “El Chiqui” y “El Negro Pablo” huyen del Docke en un camión fletero) se acerca a las bases rítmicas de Tears for Fears mientras la voz de Santiago sostiene que muchas cosas buenas se derrumban al mismo tiempo. Pero también avisa: “guarda tu entusiasmo, lo vas a necesitar”. En este tipo de elementos se puede pensar el enojo de estas letras como algo productivo: los diagnósticos no son buenos, los pronósticos menos que menos, pero el llamado es a generar una reserva de energía para pensar planes alternativos.
¿Qué pasó en la cabeza de Santiago entre aquella idea de tomar el sendero luminoso y decidirse, finalmente, por uno un poco más pendenciero? Algo de esto: “En un momento de esa sucesión de ideas me di cuenta que, de todas maneras, la música actual, la que suena en la radio y en todos lados hoy, ya es luminosa”, explica el músico. “Entre la arenga engreída y la narrativa de la fiesta, todo lo que se dice es que está todo bien y, en paralelo, el mundo es una catástrofe. Entonces me sentí bien con que nos toque hablar de la oscuridad del mundo: es parte de la historia de la música en particular y del arte en general responder a lo que impera y con lo que uno desacuerda. En ese sentido, este disco que tiene un poquito más de bronca, es una respuesta a esos discursos”.
Súper Terror (2023) se grabó junto a Eduardo Bergallo en Sonic Ranch, donde la banda grabó su álbum antecesor. La propuesta fue una idea del productor, que había trabajado en los estudios emplazados en Texas, Estados Unidos, junto a Juana Molina y Utopians. Además de ser técnicamente top, Sonic Ranch ofrece a las bandas una suerte de retiro espiritual de grabación. “Estás cien por ciento concentrado en eso, sin ninguna distracción, podés ir al estudio a cualquier hora y eso para nosotros fue espectacular porque, a diferencia de la forma en que grabamos La Síntesis, esta vez fuimos con ideas generales y pocas definiciones”, dice Barrionuevo. La banda viajó en dos períodos distintos durante 2022 en el marco de una agenda muy agitada. De hecho, fue ese mismo año en que El mató a un policía motorizado registró su récord de cantidad de espectáculos en vivo, en parte por aquellas presentaciones que habían quedado pendientes por la pandemia. Santiago Motorizado abre en su computadora una carpetita donde guarda los afiches que ilustra y diseña para los shows de la banda y lo confirma: hicieron exactamente 74 presentaciones a lo largo de las 52 semanas de 2022.
“Cuando grabamos La Síntesis... en el mismo estudio veníamos de dos años de juntarnos en la sala a darle forma a las canciones. Fuimos con las maquetas de aquel disco casi terminadas porque era una apuesta muy grande para nosotros”, explica Santiago. Para Súper Terror, la dinámica fue otra: además de la evidente falta de tiempo que dejó esa gran cantidad de fechas el año pasado, la banda quiso jugar más con lo que fuera que ocurriera en el estudio. “Es una situación que tiene sus riesgos, pero hay unas compuertas que se pueden abrir a último momento, algo de lo mental que pasa, que es un vértigo con el que nos interesaba experimentar”.
En abril de 2022, después de viajar a México, la banda tuvo sus primeras sesiones en las que empezaron a aparecer las ideas que terminaron moldeando la estética del álbum. Para septiembre, cuando regresaron, unas 20 canciones ya tenían cuerpo: diez de esas, las más atravesadas por esas bases rítmicas de los 80 que suenan como programadas terminaron quedando en el álbum. El núcleo de esa estética la trajeron dos canciones que eran originalmente para Okupas: “Tantas cosas buenas” y “Voy a disparar al aire”. La portada de Súper Terror también va al rescate del pasado con elementos nuevos: los rostros de Santiago, Guillermo Ruiz Díaz, Manuel Sánchez Viamonte, Gustavo Monsalvo y Agustín Spassoff aparecen en forma de máscaras, como avatares de videojuegos de principios de 2000, al mejor estilo Playstation 1. La posición de esas caras y la dirección en la que miran rastrea todavía un poco más atrás en el tiempo, estableciendo un link-tributo con el arte de tapa de Electric Cafe (1986) de Kraftwerk.
-Antes decías que en 2022 tuvieron un récord de shows en vivo y un ritmo mucho más agitado de trabajo. ¿Cómo gestionan el tiempo que le dedican a Él Mató? ¿Les preocupa resguardarse de sobreexponerse o de lo que puede venir con eso en términos de salud mental o física?
-Si, me preocupa. Lo pensé mucho en la pandemia. Uno entra al ritmo de los demás que es un ritmo de una competencia, a veces con un mismo. Pero el mundo va y uno no se quiere quedar atrás. Cuando todo eso paró en 2020 me sentí un poco liberado, tuve una paz que quería y que queríamos todos en la banda. Tampoco nos interesaba tocar con restricciones, así que aprovechamos para frenar, hicimos muy poquitas cosas virtuales, pero cuando reabrió eso fuimos de 0 a 100. Ese 2022 lo disfrutamos mucho, fue uno de los mejores años de mi vida, en lo particular me divertí muchísimo. Este año aspiramos a plantear un ritmo más ordenado, con momentos de gira y momentos de descanso. Es algo que no todas las bandas pueden hacer, pero si tenés un margen tenés que aprovecharlo.
-¿Pensás que la imposición de ese ritmo es un fenómeno nuevo, propio de una generación o contexto específicos?
-Lo que es nuevo es cierta exposición medio permanente. La esclavitud del algoritmo de tener que estar generando algo todo el tiempo, pensar una frase ocurrente que no dijiste ayer para llamar la atención y para llamar a vender entradas. Nosotros no lo hacemos tanto y tampoco lo juzgamos, porque entendemos que vender tickets es una necesidad. Hacemos muchas otras cosas para generar esa atención, pero no estamos tan al frente de eso. Otra cosa es el show en vivo en sí mismo, que es un momento muy especial y es para lo que los músicos estamos acá, por más que también genere cansancio. Pero creo que hay un combo que se arma, de todas estas cosas, que es permanente y no frena nunca. Tener que mostrarte buena onda, siempre arriba y en el centro de todo me parece muy estresante.
-¿En ese cambio en la experiencia de “ser músico” o de hacer música hoy encontrás elementos nuevos que te atraen? ¿La Inteligencia Artificial para producir arte sonoro o visual te genera más curiosidad o preocupación?
-Algo de todos esos cambios me pone mal. Siento que ya pasé por varios mundos y me pone contento haber conocido dos mundos diferentes: uno bien analógico y otro en el que tienen mucha presencia las plataformas. Esto que aparece ahora creo que es uno nuevo, distinto. Por un lado me divierte un montón. Las herramientas para generar imágenes nuevas me parecen súper divertidas. Por el otro, pienso que todas arrastran una parte oscura. Todavía es una idea desde la ignorancia, porque no sabemos para dónde va a ir, pero me da cosa ver cómo vamos eliminando experiencias de nuestro cotidiano. Cosas que nos atraviesan, que nos divertían de niños y nos servían para expresarnos. Algo de eso, más allá de que puedan ser reemplazadas por experiencias nuevas, todavía me parecen innegociables por lo que nos dejaban. No importa si esas experiencias van a hacia otro lugar, permanecen o desaparecen, son experiencias valiosas en sí mismas: aprender a tocar un instrumento, aunque no vuelvas a tocarlo más en tu vida, o la experiencia de hacer una canción. Siento que todo se va simplificando. Que los recorridos van desapareciendo y cerrando las posibilidades de salir a conocer el mundo, pero también de darle sentido. No creo que rellenar una grilla con características para que una IA invente una imagen pueda ser más divertido que sentarte a dibujar y pintar con lápices de colores.