¿Encuentros a escondidas? Los enigmas de la diplomacia, con mensajes en clave y acuerdos de pasillo, entre la ficción y la realidad
La diplomacia –o, dicho fácil, el arte de llevarse bien con los vecinos– existe desde que los grupos humanos socialmente organizados empezaron a mantener relaciones pacíficas. Las Cartas de A...
La diplomacia –o, dicho fácil, el arte de llevarse bien con los vecinos– existe desde que los grupos humanos socialmente organizados empezaron a mantener relaciones pacíficas. Las Cartas de Amarna –382 tablillas de arcilla consideradas la primera correspondencia diplomática de la historia– registraban ya en el 1400 a.C la relación establecida entre los faraones egipcios y sus reyes rivales, los babilonios, los sirios y los asirios.
Las cartas reflejan alianzas, favores, adulaciones, tratados matrimoniales y regalos que se prodigaban –también reproches, cuando esos regalos, generalmente oro y piedras preciosas, les parecían poquita cosa– y constituyen una curiosa herramienta para entender el origen y las peculiaridades de un arte que resistió conquista de continentes, surgimiento y caída de imperios, trueque de territorios, cumbres soporíferas y hasta teléfonos rojos que no eran ni tan rojos ni tan teléfonos.
Primer paso hacia la paz –o hacia la guerra–, oficio con mucho de ajedrez en el que cada movimiento debe estar escrupulosamente medido y cada partida –algunas tardan días, otras siglos– resulta distinta a la anterior, las intimidades de su derrotero se dejan ver en La diplomática, un drama político, una ficción (Netflix) con mucho de realidad que persigue el obseso objetivo de su creadora, la guionista y productora de The West Wing, Homeland y Grey’s Anatomy, Debora Cahn: la verdadera naturaleza humana se muestra a través de sus grietas.
Concluida The West Wing, Cahn se dijo: “Quiero hacer esto mismo, pero internacional, algo sobre quienes somos en el mundo”. Eligió como telón de fondo el enigmático universo de los embajadores, figuras, según ella, de poco interés para el público, pero que personalmente le resultaban auténticos superhéroes. Esta reflexión/certeza surgió durante su experiencia en Homeland: cada año, el equipo de autores se instalaba una semana en Washington D.C. para lo que llamaban un “campamento de espías”, que consistía en entrevistar a un variopinto desfile de expertos en política exterior, incluyendo a periodistas, generales y embajadores.
Cuando fue el turno de Beth Jones, una embajadora que había servido para los presidentes Biden, Bush y Clinton, a la guionista le llamaron la atención sus modos, su educación y sus nulas pretensiones. “Si me dijeran que es bibliotecaria, me lo creería”, pensó. Pero entonces Jones empezó a contarle detalles de su carrera y en apenas dos minutos le dejó en claro que su vida no tenía nada que envidiarle a una extraordinaria película de acción.
La mujer sembró el germen y La diplomática se hizo proyecto gracias al escrupuloso asesoramiento de un equipo de creación de soluciones integrado por expertos como Jonathan Powell, diplomático y especialista en resolución de conflictos, negociador que formó parte de los históricos Acuerdos del Viernes Santo en Irlanda del Norte y autor del libro Dialogar con terroristas.
Encuentros trasnochados en una cocina con un primer ministro, secretos por los pasillos, papelitos quemados para no dejar rastros de nombres, ¿será así de sugestivo el mundo de la diplomacia? LA NACION habló con Cahn y analizó estas posibilidades. También lo hizo con dos respetados diplomáticos de carrera de la Argentina, Susana Ruiz Cerutti, la primera mujer canciller de América Latina y Medalla de Oro del Instituto del Servicio Exterior de la Nación, y Gustavo Zlauvinen, exsecretario de Relaciones Exteriores de la Nación y actual presidente de la Asociación Profesional del Servicio Exterior de la Nación.
”En la vida real estas cosas pasan demasiado –dice Debora–. Muchas de las escenas que representamos, como destruir con un fósforo un papel con un dato escrito en él, emergen de especialistas como Powell, pero también de gente de la CIA que nos aconseja”. Ruiz Cerutti coincide: “En el mundo de las relaciones humanas todo es posible. No valido todo lo que sale en la serie, pero en el ejercicio de esta profesión perfectamente algunas cosas pueden hablarse y acordarse reservadamente en un pasillo, afuera de una reunión”.
En el ejercicio de esta profesión perfectamente algunas cosas pueden hablarse y acordarse reservadamente en un pasillo, afuera de una reunión
Zlauvinen, que presidió entre 2005 y 2009 el grupo de trabajo sobre Prevención de Terrorismo con Armas de Destrucción Masiva de la Comisión de las Naciones Unidas para la Lucha Contra el Terrorismo, refuerza: “Me consta que House of Cards contaba con un equipo similar de asesores. Desde la ficción habrá situaciones que se amplifican, pero tienen su sustento en base a expertos que le dicen a los guionistas cómo son las cosas. ¿Encuentros a escondidas? ¿Resoluciones en los pasillos? Suceden, aunque esos casos son los menos. Por lo general la diplomacia se basa mucho en una formalidad de procesos que muchos toman como protocolo, pero que existen para que todos, vengamos del país del que vengamos, los entendamos. Es un procedimiento básico que todos compartimos. Salir de eso y tener acceso directo a un Primer Ministro en una cocina… me parece un poco de ficción, pero no digo que no pueda ocurrir”.
La protagonista viene de un país en guerra y aterriza en un lugar como Londres, excedido en protocolo y ocasiones elegantes. Es un mundo en el que no se siente cómoda. “Para mí fue una buena forma de explorar la clase de disgusto o incomodidad que creo que todos sentimos en situaciones públicas en las que se espera que demos lo mejor de nosotros”. Detalles de un oficio apasionante que no aplica únicamente para las grandes potencias.
Ruiz Cerutti, que representó a nuestro país en numerosas misiones internacionales, ejemplifica: “Hay temas que son igualmente importantes para todos los países, sin importar su tamaño. Por ejemplo, el de la inmunidad de los buques de guerra en puertos extranjeros. Es el caso de la Fragata Libertad, en el puerto de Tema, Ghana. Un día llegó a ese puerto en visita oficial, con recepción de autoridades y cuerpo diplomático. Al día siguiente, desconociendo esta inmunidad de jurisdicción y por orden judicial, un oficial de justicia la embargó. Fue una decisión absurda. Se intentó abordarla por la fuerza y el hecho casi termina en un enfrentamiento armado. La decisión del Tribunal Internacional del Mar, que ordenó su inmediata liberación, constituye una jurisprudencia que beneficia en puertos extranjeros a todos los buques de guerra del mundo”.
Una de las fórmulas adoptadas por Cahn y su equipo consistió en ubicar el material emocionalmente intenso –una pareja harta de aguantarse, sentada a discutir con dos de los hombres más poderosos del planeta sobre cómo evitar una guerra nuclear– en un contexto fastuoso. Location porn, lo llama ella; localizaciones pornográficas.
“Otra forma de llamarlo es eye candy, caramelos para los ojos. Todos estos lugares –como Winfield House, que es a donde se mudan–, estos palacios históricos llenos de muebles exquisitos y bellas pinturas que en algún momento pertenecieron a príncipes y princesas, son para mí como el cuento de Cenicienta. Location porn es la parte de fantasía, de eso presume el término. Pero, además, en una ficción es muy complejo hablar de violencia entre naciones e instalar la posibilidad de una guerra. Lo discutimos mucho y decidimos que en un ambiente de ensueño iba a hacer un poco más fácil. Muchas de las escenas de Homeland fueron grabadas en zonas de guerra, en desiertos o edificios quemados. Ese mundo visual se combinada con un drama latente jugándose entre potencias y con conversaciones y negociaciones muy difíciles. Quise tomar esas conversaciones, esa tensión, y ponerlas en un lugar en donde le fuera fácil a la audiencia, al final de un día largo, sentarse a ver tele. Una forma de compromiso con la política sin que la trama suceda en un contexto abrumador”.
El matrimonio se codea con líderes mundiales mientras intenta hallar un balance entre el agobio, el amor y la admiración que se tienen. ¿Existirá una pareja como la de Kate y Hal en el mundo diplomático real? “¿Si es posible que exista? Sí. ¿Si es fácil? “No –dice Cahn–. Hablé con muchas parejas diplomáticas que habían pasado por este tipo de experiencias. Era una dinámica marital que me interesaba, porque la veo mucho en mi propia industria. En un momento tienen una pelea feroz en el jardín de la residencia, a metros del presidente de los Estados Unidos. Lo importante para mí era mostrar a un matrimonio en un punto en el que está roto y casi acabado. Ella no siente que quiere seguir adelante y él está tan comprometido en salvar la relación que hace lo imposible. Pero fueron ya muchas veces las que él le ocultó información”.
“Y lo que quise exponer es que el momento en el que sale a la luz una nueva mentira es mucho más grave que cualquier otra cosa que les haya pasado antes. Me pregunté: ¿qué cambios hay cuando volvés a tener una pelea que estuviste teniendo durante diez años? ¿Qué tan diferente es esa misma pelea en el primer año, en el segundo año y a los 10 años? ¿Cómo será estallar con quien ya discutiste más de la cuenta? Justo sucedió en ese lugar, en ese jardín, con gente alrededor y con el Presidente esperando. Mientras escribía la escena me vino claro a la mente que Kate no estaba decepcionada por volverse embajadora, ni por volverse vicepresidenta, sino porque luego de haber tomado una decisión muy dolorosa –dejar de luchar, divorciarse y dejarlo ir–, y habiendo creído que ambos estaban de acuerdo, resulta que él no había sido del todo honesto. Esta traición le parece mucho peor que las anteriores”.
El actor y dramaturgo Peter Ustinov decía que los diplomáticos son personas a las que no les gusta decir lo que piensan y los políticos son personas a las que no les gusta pensar lo que dicen. Los líderes de la serie son figuras atolondradas que se meten en temas que deberían dejar a sus representantes diplomáticos. Su comportamiento, probablemente inspirado en modelos como Donald Trump o Boris Johnson, no es una novedad.
“Hay una diplomacia presidencial en la que los presidentes se hablan por WhatsApp y resuelven las cosas entre ellos –cuenta Gustavo Zlauvinen–. No es nuevo. En el pasado, Roosevelt se comunicaba con Churchill por notas. Tardaban días en llegar, por barco, pero existían. Eso no implica que no se necesite un cuerpo diplomático profesional detrás, que aconseje a un presidente sobre cómo manejarse. Los protagonistas de la serie son dos diplomáticos de carrera. Tienen un bagaje de experiencia reconocido en Washington. En la Argentina sucede lo mismo. Tenemos uno de los mejores cuerpos diplomáticos de la región y contamos con gran reconocimiento a nivel mundial. Los beneficios a veces son intangibles, pero funcionan como nuestra propia marca país”.
Kate, inspirada en figuras enérgicas de la política norteamericanaLejos de los focos y con total discreción. Así es como la diplomacia hace mejor su trabajo. Es este componente silencioso, entre sombras, lo que sedujo a la autora. “Conocí a muchos diplomáticos mientras hacía las investigaciones. Varios de ellos trabajan en zonas de crisis y de guerra. Están mucho más compenetrados en llevar una crisis grave a su fin que en su propia trascendencia. Ese es el tipo de embajador que estuvo en mi mente cuando me senté a escribir a Kate, la protagonista.
Kate es Keri Russell –la tímida de Felicity, la fría de The Americans, “una comediante asombrosa, el clásico payaso trágico capaz de enfrentar al mundo con una vulnerabilidad emocional y un vocabulario físico increíbles”, según Cahn–. Su papel está inspirado en figuras enérgicas de la política norteamericana, como la vicepresidenta Kamala Harris; Susan Rice –consejera de Seguridad Nacional de la administración Obama–, Samantha Power –exdirectora del Consejo de Seguridad Nacional– y Condoleezza Rice –exsecretaria de Estado de George W. Bush–, mujeres que, según sostiene la guionista, “al llegar a sus posiciones de poder y sentarse en las mesas de negociaciones, ellas se enfrentaron al hecho de tener que ser uno más de los muchachos, pero también debían estar allí como mujeres. Se espera que sean ambas cosas al mismo tiempo, lo que a veces es posible, pero otras veces no”.