Jimena Blanco: “Los inversionistas se están preparando para una crisis mayor a la actual”
Estudió Historia y Ciencias Políticas en Randolph-Macon Woman’s College, en Virginia, EE.UU. e hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos del Instituto para el Estudio de las Américas, de...
Estudió Historia y Ciencias Políticas en Randolph-Macon Woman’s College, en Virginia, EE.UU. e hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos del Instituto para el Estudio de las Américas, de la Universidad de Londres; lidera el equipo de Americas Global Risk Insight en la consultora internacional Verisk Maplecroft
Jimena Blanco nació en la Argentina y ganó una beca de la asociación de Colegios del Mundo Unido, cuando tenía 16 años, para terminar el secundario en Nuevo México, Estados Unidos. Luego, aplicó a una beca universitaria para estudiar Historia y Ciencias Políticas con un enfoque en Relaciones Internacionales, en el estado de Virginia. Al año de recibirse se mudó a Gran Bretaña y realizó la maestría en Estudios Latinoamericanos en el Centro para los Estudios de las Américas de la Universidad de Londres. En esa ciudad vivió 14 años y desarrolló casi toda su carrera profesional, como asesora de empresas que invirtieron o buscan hacerlo en América Latina.
“En 2019 regresé a vivir en la Argentina, luego de estar 20 años afuera. Pero en agosto de 2021 tomé la decisión personal de irme, cuando se cerraron las escuelas por segunda vez en 2021″, cuenta Blanco, en una entrevista con LA NACION.
Actualmente lidera un equipo que asesora a compañías e inversionistas del mercado financiero que están interesadas en América Latina. “Trabajamos con empresas que no tienen exposición en la región y van por primera vez, pero también con empresas que operan hace 100 años en la región y que necesitan estar al día con lo que está pasando. Nos enfocamos en los riesgos ambientales, sociales y de gobernanza”, dice.
–¿Qué tiene América Latina para ofrecer a los inversores?
–América Latina es una región que siempre atrae muchísimo interés por sus recursos naturales, particularmente en minería, gas, petróleo y agricultura. Es una región que siempre miramos, más allá de los desafíos que conlleva operar ahí, que suelen ser desafíos sociales, más que medioambientales o de gobernanza. No quiere decir que los otros dos no existan, pero, en general, el desafío social es más elevado que tal vez en otras regiones comparables, como puede ser el Sudeste Asiático.
–¿Eso se debe a la desigualdad que hay en la región?
–Sí, tiene que ver con la desigualdad, con la marginalización de los pueblos originarios en toda la región, con la brecha entre la parte regulatoria y la formal y con cómo se implementan las regulaciones al momento de desarrollar un proyecto. También tienen que ver con los niveles educativos y con el acceso digital a la informática. Dentro de ese panorama de la región, la Argentina en muchas áreas es una excepción. Su problema es que tiene riesgos que la mayoría de los otros países no registra como sus riesgos principales.
–¿Cuáles son las ventajas comparativas de la Argentina?
–Más allá de los recursos, la Argentina tiene una posibilidad enorme de ser un jugador fundamental en la transición energética, tanto por la minería como por el gas. La parte agrícola no hace falta ni siquiera presentarla como una cesta de alimentos del mundo. Su mano de obra capacitada también muestra una ventaja en los servicios digitales y en la economía del conocimiento, que en otros países de la región son sectores no están tan desarrollados. Tiene buena infraestructura también, en términos comparativos. Obviamente tiene que hacer un montón de inversión para seguir desarrollando esa infraestructura, sobre todo en minería.
–¿Cuáles son los riesgos?
–Nosotros tenemos una cartera de 200 índices de riesgo. Si miro los 20 riesgos principales de las mayores economías de la región –México, Brasil, la Argentina y Colombia–, la Argentina es la única que tiene, entre sus principales riesgos, los macroeconómicos y regulatorios. En el resto de los países hablamos, en general, de riesgos de seguridad, medioambientales y sociales. La Argentina tiene como riesgos principales el costo de financiación, la inflación y la repatriación de dividendos. Eso se refleja muy claramente en que, comparado con su tendencia histórica de inversión extranjera, el país hoy tiene una performance bajísima. El hecho de que esto sean los mayores riesgos tiene que ver con que los desafíos vienen por parte del Estado y no necesariamente solo del contexto social en el que se opera.
–¿Por qué la Argentina, a diferencia de los demás países de la región, tiene estos problemas?
–Por un lado, por falta de voluntad política, más allá del partido de gobierno. Pero también creo que hay una desconexión en el entendimiento de la sociedad de cuáles son las áreas en las que hay que invertir y por las cuales hay que pagar costos elevados. Esto ya es un problema estructural. Yo defino a la Argentina como un país interesante cuando hablo con mis clientes, que en inglés tiene connotaciones positivas y negativas. Es interesante porque es imposible de entender. Es muy difícil explicarle a alguien cómo, con los indicadores macroeconómicos que tiene la Argentina, la microeconomía sigue funcionando. Para un europeo, un norteamericano, o incluso para alguien que viene de un país limítrofe es difícil comprender cómo sobrevive una familia cuando esa inflación que ellos tuvieron en todo un año en la Argentina es mensual. Para un argentino, entender la inflación o el hecho de tener 16 tipos de cambio legales diferentes es parte de la realidad. Otro reflejo de esto es el costo de la energía: socialmente, se cuestiona más el incremento del precio de la electricidad que si una remera o un par de jeans tienen un valor superior al consumo de un hogar durante un mes o más. Estas realidades, que en la Argentina están trastocadas, son un problema mucho más difícil de resolver, porque tampoco acompaña el sentimiento social. La sociedad está exhausta de las crisis, en las que siempre se ha pagado el costo a través de mayor pobreza, mayor inequidad y peores servicios de salud y educativos. Ahí está el problema de por qué no se puede resolver: no hay voluntad política, pero también la sociedad está exhausta de la crisis.
–Que la sociedad esté exhausta, ¿puede ayudar a que haya un fin de ciclo económico, más allá de quién asuma en diciembre?
–No sé si estamos al final de un ciclo. El problema es que estar exhaustos de la situación también abre las puertas al facilismo y a propuestas extremas, que son de difícil implementación. Lo único que genera esto, para mí, es ahondar los problemas que ya tiene la Argentina de volatilidad en sus políticas públicas, en sus regulaciones y que, al final del día, hacen cada vez más difícil atraer inversiones. Si un inversionista está mirando las reglas de juego, si son estables, aunque sean negativas para el inversionista, por lo menos sabe en qué marco se está moviendo. Cuando las reglas cambian, no solo entre distintos gobiernos, sino dentro de una misma gestión presidencial, de un día para el otro o a veces incluso con implementación de manera retroactiva, es imposible cualquier tipo de planificación. Se han instaurado reglas por decreto, que pueden ser cambiadas por este presidente o por el próximo, y los sectores productivos de la economía se tienen que adaptar, pese a que el cambio no ha sido consensuado ni en el Congreso y ni con el sector privado.
–¿Cómo cuál?
–La repatriación de dividendos. Eso fue a través de un decreto presidencial, que puede ser cambiado. No es solo qué se decide; es también con qué instrumentos y qué nivel de estabilidad regulatoria va a haber a futuro. Cuando un inversionista mira estos temas y ve que algo puede ser cambiado, porque es un decreto o una regulación temporaria que dura X meses, es muy difícil planear una inversión, sobre todo, en industrias que quiere promover la Argentina, en las que el horizonte de vida de los proyectos es de 30 años o más.
–¿Qué le recomendaría a un gobierno para atraer inversiones?
–Lo primero que tiene que hacer es mostrar cómo resolverá la crisis de la Argentina, porque los inversionistas se están preparando para una crisis mayor a la actual. La situación actual está siendo vista como una calma atípica para cualquier otra economía, pero dentro del contexto argentino, es una calma que en el mejor de los escenarios se extenderá hasta diciembre, si no es que algún evento político anterior dispara o acelera la crisis. El próximo gobierno tiene que explicar cómo resolverá los problemas estructurales de la economía, las renegociaciones de deuda, explicar cómo eliminará la brecha cambiaria y cómo se volverá a un libre mercado de cambios y libre flujo de dividendos para las empresas. Y cómo lo piensa hacer con instrumentos duraderos. Lo vimos en la administración de Macri, con una apertura importante en 2015 del mercado financiero y tener que cerrar de nuevo en 2019 tras el resultado de las PASO. Si un gobierno logra consenso sobre políticas de estado básicas, como han logrado otros vecinos en la región, si se mantienen las políticas para atraer inversión extranjera, luego será un tema de tiempo. Porque la Argentina, lamentablemente, es el chico que gritó “lobo”. Cuando la Argentina se abre al mundo, el mundo está interesado, pero el mundo ya se ha quemado varias veces y entonces hay que esperar a que vuelva la confianza. Hay sectores que van a atraer inversiones de forma más fácil, porque hay una experiencia, como, por ejemplo, el caso de Vaca Muerta. No es que será más atractivo, pero va a recibir mayor interés rápidamente que tal vez la minería.
–En sectores como la agricultura o la economía del conocimiento, ¿también pueden llegar inversiones más rápido?
–El sector agrícola para la Argentina sigue siendo un motor importantísimo de la economía y el país, además, exporta tecnología agrícola, lo cual no es común en la región. El mayor desafío es el ambiental; el cambio climático no es una crisis del futuro, es actual. La Argentina tendrá que demostrar que su producción agrícola no está contribuyendo a una mayor deforestación, que no hay competencia del agua para el consumo humano. Los requisitos van a ser cada vez mayores, sobre todo para exportar a Europa, que se enfoca muchísimo en que los productos que se consumen sean más sustentables, tanto desde el punto de vista ambiental como el de los derechos humanos. Si pensamos en un biocombustible a base de caña de azúcar, el etanol, los productores argentinos van a tener que demostrar que las cadenas de suministro están libres de trabajo forzado o de trabajo infantil, porque eso lo va a requerir la Unión Europea.
–¿Los inversores siguen preguntando por la Argentina?
–Se sigue preguntando sobre la Argentina en sectores muy específicos, en nichos específicos en los cuales la Argentina tiene gran competitividad. Hoy, particularmente, el litio es lo que más atrae. La Argentina tiene ahí varias ventajas, no solamente los depósitos y el hecho de que Chile y Bolivia no ofrecen un marco de inversión más competitivo. La industria se está desarrollando y hay muy buena recepción y marcos muy buenos de inversión a nivel provincial en el triángulo del litio, si pensamos en Catamarca, Salta y Jujuy. La Argentina también puede jugar un rol muy importante geopolíticamente, justamente porque tiene muchos minerales críticos de gran potencial para la transición energética. Ahí hay una competencia entre los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, por un lado, y China, por el otro, en hacerse de estos recursos.