Massa es un técnico y Alberto, un astronauta
Momentos de angustia, de extrema tensión. Un presidente literalmente atorado, peleando por hallar una salida y recobrar el aliento. Un hombre que se metió solito en el problema que, como un monst...
Momentos de angustia, de extrema tensión. Un presidente literalmente atorado, peleando por hallar una salida y recobrar el aliento. Un hombre que se metió solito en el problema que, como un monstruo, lo fue engullendo a la vista de todos. Un adulto inmaduro que no pudo o no quiso sopesar las eventuales consecuencias de sus actos. ¿Alberto Fernández en el ocaso de su no gobierno? No. Gabriel Boric, el presidente de Chile, a quien no se le ocurrió mejor cosa que tirarse por un tobogán cerrado en una plaza para chicos, en Punta Arenas, su ciudad natal.
Diez minutos estuvo Boric tratando de que el estrecho tobogán lo regurgitara. Serpenteando el cuerpo, a fuerza de puntapiés y maldiciendo probablemente haberse autopercibido como el niño que ya no es, pudo finalmente salir del juego no sin antes romperlo. Este muchacho no entra más a un tobogán infantil. Porque, como reza el trillado refranero, el que se quema con leche ve una vaca y llora, y porque no es inteligente tropezar dos veces con la misma piedra. Eso, en Chile. Otra cosa es la Argentina, una especie de embudo gigante donde se amontonan todos los conflictos, del que nunca se vislumbra una salida y que no estalla porque Mercurio retrógrado está ocupado peleándose con Júpiter.
Massa dijo que es un técnico. No aclaró si de fútbol, de lavarropas o de un proveedor de fibra óptica
Usted dirá, querido lector, que los chilenos también tienen sus problemas como, por ejemplo, que en la elección del domingo último para convencionales reformadores de la Constitución –cuyos resultados se conocieron después de que Boric pudo salir del tobogán–, el partido político más votado fue el que se había manifestado abiertamente en contra de cambiar la Carta Magna. O sea, la batuta de lo que hay que hacer la tienen los que se oponen. Pero déjeme decirle que eso es un poroto al lado de lo que nos pasa.
Fíjese, si no. Nosotros teníamos un presidente casi de vacaciones, intercambiando frases de sobrecitos de azúcar con Biden y viendo cómo Lula lo mandaba a casa con un besito en la frente, pero sin platita. Asistíamos al triste panorama de un primer mandatario en las diez de últimas, colándose en actos internos de su propio gobierno sin emitir sonido y, de repente, aparece trajeado, con el cabello prolijamente domado y con gesto adusto por cadena nacional. ¿Para presentar el programa económico después de 41 meses de gestión con inflación galopante, reservas en fuga y cero credibilidad interna y externa?; ¿para convocar a las PASO, ya que el plazo vence pasado mañana?; ¿para dar alguna buena noticia? No. Usó la cadena nacional para pelearse con la Corte Suprema de Justicia de la Nación defendiendo todos los chanchullos que muchos de sus compañeros protagonizan en las provincias aferrados al mango de la sartén en la que cocinan el poder desde hace décadas; recordándonos que a Cristina la proscriben cuando ya casi nadie en el kirchnerismo se agarra de ese falso tronco para no hundirse más en aguas pantanosas, y para decirnos a todos que él es hombre de una sola palabra. Debe ser porque le quedan cada vez menos interlocutores con los que dialogar en el Gobierno.
Pasemos al ministro de Economía, Sergio Massa. Un tipo ubicuo si los hay. En una entrevista que le hizo una de las autoridades de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (AmCham), frente a 800 líderes de negocios, nuestro tigre de la avenida del medio dijo que él ahora es un técnico, que hace nueve meses que dejó la política. Quedó la duda de si era técnico de un equipo de fútbol, de un lavarropas o de un proveedor de internet por fibra óptica.
En esa misma reunión y después de haber dicho que pasó un embarazo entero desentendiéndose de la política, lanzó una frase que repitió un día después durante la inauguración de un gasoducto: “Es un gravísimo error que un gobierno dirima sus diferencias en una primaria”, y agregó que, si la coalición que integra decidía “dar pelea de posicionamiento individual”, prefería “mirar desde el costado”, lo cual no sería raro viniendo de él, un tremendo observador de oportunidades colaterales.
En el oficialismo entendieron que, con esas definiciones, Massa dejaba en claro que quiere ser el candidato único del Frente de Todos. O sea, que quiere dejar de ser ministro de un gobierno que no da pie con bola con la economía que él vino a revivir después del coma inducido en que la dejaron Guzmán y Batakis, para postularse para conducir otro gobierno que recibirá la maldita herencia que él mismo se estaría dejando.
Salvo que, mucho más temprano que tarde, el Frente de Todos, que proclamó a Alberto como mesías de la moderación que venía a salvarnos, no se haga cargo del estallido como tampoco se hizo Elon Musk cuando explotó su Starship, el que prometía ser el cohete más poderoso y grande del mundo ¿La justificación? Fue un vuelo de prueba.
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el 3 de junio
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/massa-es-un-tecnico-y-alberto-un-astronauta-nid13052023/