Preparémonos ahora, para no sufrir después con las olas de calor
En el otro lado del mundo, el Hemisferio Norte se encuentra en medio de una crisis ardiente. Olas de calor sin precedentes están golpeando con fuerza en América del Norte, Europa y Asia, sometien...
En el otro lado del mundo, el Hemisferio Norte se encuentra en medio de una crisis ardiente. Olas de calor sin precedentes están golpeando con fuerza en América del Norte, Europa y Asia, sometiendo a muchísimas ciudades a temperaturas infernales. 43° en Arizona, 45°C en Cataluña y 66°C en Irán son algunos ejemplos. La salud de la población está en muy alto riesgo porque las temperaturas altas aumentan la probabilidad de sufrir deshidratación, golpes de calor e infartos. Para reducir la exposición, los gobiernos se ven obligados a cerrar atracciones turísticas, lo que afecta la actividad y disminuye los ingresos económicos asociados. En suma, el funcionamiento normal de las ciudades se resiente. Si bien en el Hemisferio Sur disfrutamos el clima templado del invierno, no es motivo para bajar la guardia. Lo que hoy vemos a la distancia como testigos podemos sufrirlo en primera persona muy pronto.
De hecho, tenemos un antecedente reciente. Parece que fue ayer cuando miramos con estupor el arribo del Covid-19 a Europa. Tiempo antes de que se implemente en marzo de 2020 el ASPO en la Argentina, veíamos cómo en Europa se reducía la circulación de personas y el transporte de pasajeros, y se desalentaban las interacciones sociales. Meses después lo vivimos en nuestro país y ese preaviso sirvió para saber a qué nos enfrentábamos y planificar políticas.
Hoy pasa algo muy parecido. Este déjá vu –sin barbijo, pero igual de preocupante- es un llamado de atención que nos ayuda a entender lo que puede pasar en verano. O lo que puede volver a pasar, porque en enero y marzo de 2023 sufrimos olas de calor en buena parte del país, que incluyeron temperaturas altísimas con cortes de luz en gran parte del AMBA por un pico de consumo eléctrico asociado al uso del aire acondicionado.
Todos estos hechos no son casos aislados. Las olas de calor son cada vez más frecuentes, intensas y duraderas, y según expertos climáticos, esto va a seguir por décadas. Dependiendo de la cantidad de gases de efecto invernadero que la humanidad siga enviando a la atmósfera, la situación puede agravarse aún más. El calor extremo llegó para quedarse y no estar adecuadamente preparados resulta letal. Según un estudio publicado en la revista científica Nature Medicine, el año pasado murieron más de 61.000 personas en Europa a causa del calor.
Para reducir la peligrosidad, hay mucho que se puede hacer ahora, especialmente a nivel de gobiernos locales. Un paso clave es contar con un Plan de Adaptación frente al Calor Extremo (PACE). Se trata de una estrategia que reúne acciones para fortalecer la resiliencia y minimizar los riesgos e impactos asociados a temperaturas extremas. Por ejemplo, un diagnóstico de vulnerabilidad social, que ayude a entender quiénes son y dónde están las personas más afectadas por calor y una campaña de sensibilización que ayude a la población a entender mejor los riesgos. Además, contar con un mapeo territorial del calor, para ver dónde se ubican los focos de mayor calor superficial, y un protocolo que establezca acciones puntuales cuando haya una alerta del Servicio Meteorológico Nacional. El plan también supone actualizar los códigos de edificación para mejorar el diseño urbano en términos constructivos e implementar un plan de infraestructura verde para que haya más vegetación, más sombra y menos calor en el mediano y largo plazo. Contar con PACEs haría que nuestras ciudades estén mucho mejor preparadas. Cada provincia y cada ciudad de nuestro país deberían tener el suyo.
Cuando un barco tiene una emergencia que obliga a abandonar la nave, los protocolos y planes de acción ayudan a salvar la vida de los pasajeros. Hoy la emergencia es climática. Tal como diría el capitán: “Señoras y señores, a los botes”. O mejor dicho, a los PACEs.
Coordinador de Ciudades de CIPPEC