Se mudaron a EE.UU., lanzaron un emprendimiento en español y revelan qué es lo más desafiante para los latinos
Mariana Campos y William Montes se conocieron en Argentina, en la década del 2000, a través de un grupo de corredores. Todavía no se los llamaba runners. “De hecho, yo debo haber leído en alg...
Mariana Campos y William Montes se conocieron en Argentina, en la década del 2000, a través de un grupo de corredores. Todavía no se los llamaba runners. “De hecho, yo debo haber leído en alguna revista de LA NACION que existía ese grupo”, recuerda a la distancia esta traductora de inglés, nacida en Palermo, Buenos Aires, y que actualmente dirige una agencia de traducciones en Estados Unidos.
También en diálogo con LA NACION, su marido, Willy, que nació en EE.UU. y hasta los siete vivió allí, acota: “Se estaba poniendo bastante de moda, yo debo haber llegado a ellos quizás dos años antes”. Justamente por ser ciudadano norteamericano, siempre tuvo la fantasía de volver y probar suerte en su país de origen. El proyecto, finalmente, tomaría forma cuando su destino se cruzó con el de Mariana, quien también veía con buenos ojos trasladarse a un país angloparlante.
“Yo estaba estudiando el profesorado y el traductorado de inglés. Siempre me habían gustado los idiomas y tenía toda esa inquietud de viajar, de mirar un poco para afuera”, admite Campos, quien, a su vez, aclara que no se fue del país “por política o por economía”, aunque concede que, en Estados Unidos, le es “mucho más cómodo planear económicamente” su vida porque no tiene que “estar corriendo detrás de la inflación”. En su caso, los melones se acomodaron en el carro al andar. “Me encanta Argentina”, exclama, orgullosamente.
El panorama de William antes de conocer a Mariana no estaba tan claro, al menos, desde el punto de vista profesional. Según cuenta, los padres le agradecieron a su nuera el impulso que le dio a su hijo. “Ella me orientó. Hicimos juntos un curso de interpretación de conferencias, eso me dio como una diplomatura, un curso de dos años, y ahí trabajé un poco de eso. Daba clases de inglés, teníamos algunas traducciones en conjunto; después, vinimos acá, buscando aires nuevos”.
Una cultura distintaEl choque cultural no fue gratis. Rápidamente, la idiosincrasia latina de esta pareja tuvo algunos cortocircuitos a la hora de relacionarse con los “vecinos americanos”, especialmente en los primeros tiempos. “Por ejemplo, vos salís a correr o a caminar y decís ‘ah, pegué onda con esta persona; entonces, nosotros argentinos tendemos a decir... ‘che, nos vamos a sentar a tomar un café, ¿querés venir?’”. William refuerza: “A la salida de algún lugar, conocías a alguien macanudo y le decías ‘che, ¿querés que vayamos a tomar un café?’, y era ‘ah, no, pará, mandame un mail y lo planeamos. Acá no existe el ‘vi luz y entré'”.
Padres de Lucas, de siete años, la vida en familia abrió nuevas oportunidades de inserción social; especialmente, con otros latinos. “Tuvimos la suerte de que en la escuela donde él estaba entraron tres familias mexicanas así de una. Yo digo un poco que son como sus primos de acá, porque nos entendemos muy bien con los papás. Llevó tiempo la amalgamación de nosotros, argentinos, con los mexicanos, y alguna colombiana, pero funcionó. Hacemos reuniones de cumpleaños, que acá siempre son de dos horas; pero cuando se terminan, nos quedamos así ‘a la Argentina’, todos reunidos, charlando. Los chicos juegan y juegan y juegan, y esos son sus amiguitos que hablan español”.
Para los dos, que trabajan en traducción, el idioma es una cuestión central. En su casa se habla español. “Cuando nació Lucas, dijimos: ‘que aprenda español en casa, y que tenga el inglés afuera’. Creo que eso ha resultado bien”. Por supuesto, “la presión social”, y la inercia cotidiana, son obstáculos para que el niño hable el español sin mezclarlo con anglicismos. “A veces, usamos el juego para decirle, ‘perdón, no te entiendo’, y él repite lo mismo en inglés, hasta que la tercera vez se enoja y le digo ‘bueno, hablame en español’; entonces, se ríe y empieza a hablar en español”.
En su propia casa, en Argentina, William hablaba con sus padres en spanglish. Pero ni se daba cuenta de eso hasta que un amigo, en la adolescencia, se lo hizo notar. “Vino a comer a casa. Cuando terminamos, se van mis papás y me dice: ‘¿vos te diste cuenta lo que acaba de pasar? Le hablabas a tu mamá en español y tu mamá te contestaba en inglés’. A los pocos días, se me ocurrió prestarle atención a eso y dije ‘¡guau!, tiene razón’. Y eso, a veces, pasa con Lucas también, que él nos habla en inglés y nosotros le contestamos en español”, admite, quizás, consciente de que algo de su propia historia se repite.
Mariana, en tanto, reflexiona sobre la familia de su esposo: “William nació en Birmingham, Alabama. Vivieron 18 años en Estados Unidos, y en algún momento, decidió que se volvían a la Argentina. Se vinieron acá, y lo que tuvo esa familia es que siempre vivieron mirando al norte. Los hermanos venían los veranos y trabajaban como hacen los chicos acá, que en cuanto tienen 15 o 16 años empiezan a buscar algún trabajo en el verano, y a William, incluso, en algún verano que se vinieron acá lo metieron unos meses en la escuela”.
En cualquier caso, William, que trabaja para la señal internacional de noticias CNN como traductor, tenía la intención de usar su pasaporte estadounidense para “probar suerte” en el país donde viven sus hermanas. De hecho, fue gracias a una de ellas que, en su aventura americana, pudieron dar su primer paso. “Vinimos sin trabajo a Atlanta con la posibilidad que tenía de una de mis cuñadas, la hermana de Willy, que nos prestó en su momento una casita donde ella vive, una casa de huéspedes. (Ahora), estamos en las afueras de Atlanta”.
Mariana también trabajó full-time en CNN hasta comienzos de 2020. Su salida es un tema sensible para la familia. Fue un golpe. Paradójicamente, el hecho de que la desvinculación coincidiera con el inicio la pandemia hizo que un viaje programado a la Argentina pudiera extenderse más de lo previsto, y así, recibir cobijo emocional. “William me dice ‘mirá que podemos llegar a quedarnos trabados en Argentina’, dije, ‘¡me importa un bledo, yo lo único que quiero es ver a mis papás! De hecho, tuvimos que pagar un pasaje extra para poder salir de Argentina cuando todo estaba cerrado”, sopesa.
Al regreso, Mariana y William vieron “el vaso medio lleno” del cambio y decidieron aprovechar la oportunidad para implementar un anhelado proyecto familiar: tener un emprendimiento propio que les brindara cierta libertad en sus agendas. “Nos da como más vida familiar. Yo estaba de 7 a 15 y el de 15 a 23. Apenas nos saludábamos en el día”, recuerda, y agrega: “Nuestro objetivo siempre fue que uno de los dos estuviera en relación de dependencia, y que el otro tenga algo de forma independiente, pero también con un enfoque por la libertad horaria, para poder estar en casa”. Ahora, ella pueda estar más “conectada con lo que le pase a Lucas en la escuela”.
El emprendimiento que la conecta con sus raícesGracias a esta conjunción de factores, se desarrolla, con fuerza, Spanish Docs, su agencia de traducción, “una empresa de mujeres, y dirigida por mujeres”. “Yo lo poco que aporto es el aspecto técnico de la web o coordinar con un par de personas, y lo hago en mi poco tiempo libre porque la idea es no descuidar mi trabajo actual”, añade, con timidez, William.
El trabajo de Spanish Docs se centra en la traducción de documentos de inmigración, ya sean médicos o académicos, por lo cual, su vinculación con la comunidad latina es cotidiana. “Todo lo que tenga conexión con el español, ya sean empresas que tienen empleados latinos y quieren tener material de recursos humanos en español, como ONGs”.
Quizás ese relacionamiento con los latinos acentúa su identidad que buscan transmitirle a su hijo, con el idioma como ancla. “Queremos que Lucas mantenga el español, además de para comunicarse con sus abuelos y sus primos, para mantener la cultura argentina”. En esa línea, Mariana da una pista sobre los resultados. “Hemos hecho un buen trabajo. Le gusta el dulce de leche”, dice ella. “Los alfajores”, se suma William, cómplice. “La madrina que tiene en Argentina le trajo la remera con tres estrellas. Tiene la camiseta de Messi. Y así, tratamos de transmitirle todo”.
Sin embargo, el poder de adaptación es importante para Mariana. Por eso, a partir de este año, empezó a hacer “un esfuerzo consciente” para “dejar sus barreras”, y encontrar las semejanzas con los propios estadounidenses. Para ello, se anotó en grupos de americanos, por ejemplo, al rezo y estudio de la Biblia con las mamás de la escuela, a modo de excusa. “Ser más voluntariosa en la escuela, ir a la Cámara de Comercio de Sunny Springs, y tener más roce con todos. Si bien nunca estuve separado de todo eso, también es como que me refugié en lo que me resultaba más cómodo que era lo latino”, admite.
Asimismo, profundiza en los matices dentro de la propia identidad latinomamericana que, desde la perspectiva norteamericana, es sometida a una homogeneización. “Creo que, sin darnos cuenta, esa exposición a personas de otros países de Latinoamérica nos enriqueció mucho, porque nos hizo darnos cuenta de las diferencias y de las similitudes también”.
Tras diez años en Estados Unidos, Mariana no duda, al margen de simplificaciones, en reafirmarse como argentina y latina. “Diría que, en el sentir, en lo afectivo, en lo relacional, los latinos somos más parecidos que distintos”.