Una retirada del poder convertida en fuga
El peronismo kirchnerista huye del poder con una brasa ardiente entre las manos. Pretende organizar desde hace un año una retirada para salvar lo esencial, pero en ese camino pierde uno a uno los ...
El peronismo kirchnerista huye del poder con una brasa ardiente entre las manos. Pretende organizar desde hace un año una retirada para salvar lo esencial, pero en ese camino pierde uno a uno los atributos que lo llevaron a ser una fuerza hegemónica. Está embarcado en una fuga anárquica e inconexa que rompe la falsa certeza de que la Argentina solo es viable bajo su control.
A coro, el peronismo amenaza con un infierno si pierde las elecciones, una táctica vieja y conocida que confirma que quien la usa ya se convenció de su propia derrota
El retrato de los últimos días lo expone. Sufre hechos que lo desarman; queda enfrentado a su propia impotencia para cambiar la realidad que sus dirigentes construyeron. Su discurso es un eco vacío que se apaga contra datos concretos.
A coro, el peronismo amenaza con un infierno si pierde las elecciones, una táctica vieja y conocida que confirma que quien la usa ya se convenció de su propia derrota.
Esa certeza lleva a Máximo Kirchner a presentar un proyecto de ley para bloquear un cambio accionario de Aerolíneas Argentinas. Está avisando que descuenta que La Cámpora ya no controlará esa empresa.
Cristina Kirchner trató de organizar un retiro ordenado. Su intención de máxima consistía en retener la provincia de Buenos Aires, mantener la mayoría en el Senado y un bloque importante en Diputados, además de liderar una fuerza de choque callejera para bloquear la sanción de las leyes del nuevo gobierno.
Ese plan se va perdiendo por el camino que lleva a los tres turnos electorales. Será difícil ganar en la provincia y la histórica ventaja en la Cámara alta también está en cuestión. Puede quedar al mando de una resistencia radicalizada. Sin votos, pero con piedras.
El peronismo de los gobernadores confirmó el aviso de derrota que había inaugurado Cristina
A fines del año pasado pensó en ella misma frente a un futuro adverso. Inventó que estaba proscripta luego de ser condenada en primera instancia y hasta sus incondicionales sospecharon que no se trataba de una exageración. No, Cristina había avisado que no sería candidata convencida de que no tenía ninguna chance de ganar.
Su renuncia habilitó el plan de Axel Kicillof, supuesto mejor candidato del espacio, para tratar de retener el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
El peronismo de los gobernadores confirmó el aviso de derrota que había inaugurado Cristina. Salvo cuatro provincias oficialistas, entre ellas la decisiva Buenos Aires, el resto separó sus elecciones en un intento que luego se evidenciaría parcial de ponerlas a resguardo de una victoria opositora.
El corrimiento de las elecciones que por lo general ensayan partidos provinciales como Neuquén, Misiones o el peronismo cordobés creció con la suma de distritos hegemónicos del justicialismo sometido al kirchnerismo, como Tucumán, Chaco o Formosa.
Al cabo de 17 elecciones (tres primarias), el plan de desdoblar dio los resultados esperados en Tucumán, La Rioja y Formosa, pero expuso el retroceso del peronismo en varias derrotas históricas, como San Juan y San Luis.
El domingo pasado, las primarias santafesinas, un distrito bisagra que abre o cierra el camino hacia el poder del peronismo, acentuó esa tendencia adversa con una catástrofe: el frente de Juntos por el Cambio y el socialismo logró 35 puntos de ventaja sobre el total de los candidatos peronistas. Es un hecho casi consumado que el radical Maximiliano Pullaro será el próximo gobernador, el primero de ese origen desde los años de Aldo Tessio, durante la presidencia de Arturo Illia.
La franja central del país, visiblemente ensanchada, quedó pintada con colores opositores, desde las tres provincias de Cuyo hasta Corrientes y solo falta que se vote para confirmar que también Entre Ríos mudará su actual pertenencia peronista.
La suma de comportamientos locales recoge un denominador común en la región productiva de la Argentina, donde predomina el empleo privado por sobre el público. Ese dato compartido es que esas provincias votaron en contra del peronismo en sus diversas formas, incluso en Córdoba, donde el disidente Juan Schiaretti logró imponer a su sucesor por solo tres puntos de ventaja, mientras que el candidato que representaba al kirchnerismo quedó sexto.
No fue fácil para ningún gobernador superar los efectos de la pandemia, la sequía, la expansión de la inseguridad, una inflación espiralizada y, por si fuera poco, el uso de viejos remedios que nunca funcionaron y que agravan más esos problemas.
Sin contar a la ciudad de Buenos Aires, ese conjunto de provincias equipara en población a la provincia de Buenos Aires y triplica en votantes a los territorios peronistas del norte. En la Patagonia se aguarda un voto diverso, en el mejor de los casos, para el PJ.
Ese panorama perfila a la elección en el conurbano con la importancia que siempre tuvo. Pero si se acentúa la actual tendencia es posible que cuando lleguen los votos de los bastiones kirchneristas la suerte del peronismo ya se haya resuelto.
Tampoco en esa, la concentración más grande de votantes de la Argentina, el peronismo puede esperar milagros a contramano de una realidad adversa autoprovocada por el propio oficialismo.
Mientras se iba armando este panorama negro para el peronismo en las provincias, Cristina pasó de pulsear para instalar a Wado de Pedro a conformarse con aceptar a Sergio Massa, en un caso que desnuda la precariedad de su liderazgo. No se postula porque sabe que pierde y juega con cartas que sabe que se le volverán en contra en caso de resultar ganadoras.
Lo básico termina por imponerse. A nadie se le ocurriría poner al ministro de Economía que duplicó la inflación. Eso le ocurre solo a una fuerza en desbande, en la que sus dirigentes se pelean por ponerse a salvo.
El deseo de retener la provincia de Buenos Aires ahora está visto como un cálculo de ilusiones desmedidas.
El disfraz kirchnerista que Massa debió ponerse en las últimas semanas para no perder los votos de la vicepresidenta que se fugan hacia Juan Grabois completa el grupo de datos que proyectan el presagio de un adiós al poder.
Es lo que imaginó Cristina hace un año como una retirada ordenada que se está convirtiendo en apresurado desbande.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/una-retirada-del-poder-convertida-en-fuga-nid21072023/