“Esperaba a las 17.30 para ser feliz”, tenía una exitosa carrera como abogada pero su sensibilidad la llevó a dar un vuelco inesperado
“Esta es la última demanda que hago”, le dijo esa tarde a su marido con la determinación de lo que ya no tiene vuelta atrás. Mientras terminaba de completar unos escritos, se repetía en su ...
“Esta es la última demanda que hago”, le dijo esa tarde a su marido con la determinación de lo que ya no tiene vuelta atrás. Mientras terminaba de completar unos escritos, se repetía en su interior que dejaría atrás aquella vida que la agobiaba y en la que el olvido de ella misma, las inseguridades, el miedo al que dirán o a lo desconocido se habían convertido en moneda corriente.
La realidad era que hacía tiempo Daniela Aguilar no se reconocía en nada de lo que hacía. “Ganaba un sueldo que por bueno temía dejar, me la pasaba esperando que se hicieran las 17:30 o el ratito de sol de la hora del almuerzo para ser feliz. Cuidaba como oro los catorce días al año que tenía de vacaciones y postergaba mis sueños cada lunes”.
Si tenía que ser completamente honesta, debía reconocer que nunca había conectado con el ejercicio de la profesión en su aspecto práctico. Las audiencias, las negociaciones y lo monótona que le resultaba la redacción de escritos, distaba mucho de lo enriquecedor que le parecía el ámbito académico. Pero, sin dudas, cuando nació Rubí, su hija, no pudo seguir negando que necesitaba un cambio.
Con el dolor de lo imposibleCriada en la localidad de Béccar de la provincia de Buenos Aires, su infancia había sido compleja y difícil. “Mis dos hermanitos varones fallecieron a los pocos meses de nacidos por una enfermedad genética que en ese entonces no se conocía. Uno murió cuando yo tenía tres años y el otro cuando yo tenía seis. Mis papás sufrieron la depresión de esas terribles pérdidas, que ya sumaban una anterior previa a mí. Y se separaron cuando yo tenía ocho años. Mi mamá salió adelante sola. Y, además de cuidarnos a mí y a mi hermana, ese mismo año se hizo cargo de mis tíos que quedaron huérfanos. Éramos tres menores de edad, mi tío con un alto grado de discapacidad y el dolor de lo imposible”.
Al haber vivido duelos tan terribles a corta edad, Daniela desarrolló una alta sensibilidad. “Sentí la presencia cariñosa de mis muertos y de mis ángeles durante toda mi infancia”. En ese contexto, tuvo la primera experiencia de conexión con un cristal, al sintonizar con la energía de un lapislázuli en Villa Gesell. Aunque no había podido tener la piedra en sus manos ni mucho menos comprarla en ese momento, supo que su vida estaría íntimamente ligada a esa conexión y energía.
“Tenía un trabajo que no me hacía feliz”Finalizada la etapa escolar, al momento de elegir una carrera universitaria, se inclinó por abogacía. “Siempre me gustó leer y tenía un fuerte sentido de la justicia. Cuando terminé el secundario, estaba entre abogacía, asistencia social o sociología. La presión familiar me inclinó por el derecho, que como carrera tradicional garantizaba el desarrollo profesional y económico. A mí me pareció bien. Yo quería estudiar, aprender y ayudar a las personas, pero no tenía en claro cuál sería la manera”.
Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Se recibió a los 23 años con una mención por sus calificaciones. Disfrutó de principio a fin la carrera y todo lo que aprendió en esos años. A los 19 años comenzó a trabajar en un estudio jurídico. Allí se dedicó al derecho civil, comercial y laboral, aunque su especialización en la carrera había sido penal. Trabajó en tres estudios jurídicos. En uno de ellos conoció a su actual marido.
Para el momento en que ya comenzó a sentir que su trabajo resultaba una carga, vivía en Vicente López y viajaba todos los días al centro para cumplir con su jornada laboral. “Tenía un trabajo que no me hacía feliz”. Se había entregado a la frustración y la resignación de que ya no había para ella otra vida posible. Pero el cimbronazo de convertirse en mamá y el hecho de mudarse a Tigre, cerquita del río Luján la llevaron a abrir los ojos y también su alma. La conexión con ese lugar y la naturaleza profundizaron más el deseo de encontrar su pasión.
“Esta es la última demanda que hago”En el 2019 hizo un ejercicio de manifestación. Empezó a conectarse con su interior y con lo que quería. Así fue como durante una meditación y autotratamiento con Reiki tuvo la visión de su propio emprendimiento y el propósito de compartir su proceso de sanación.
“Intencioné creatividad, fortaleza y prosperidad. Medité con un cuarzo citrino, una piedra cornalina y un cuarzo cristal. En una de esas sesiones, tuve la visión de la necesidad de expandir la energía de los cristales uniendo toda las cosas que yo amaba. Y así lo hice, fusionando los cristales con las velas, el Reiki, la aromaterapia y el arte. En ese momento nadie más lo hacía todavía, pero, a pesar de que al principio la gente no entendía mi producto ni el concepto de velas mágicas, no tuve dudas de que era lo que tenía que hacer”.
Tenía miedo. “Me daba vergüenza, me generaba temores e inseguridades que ni sabía que tenía. Pero elegí escuchar a la voz que me decía que tenía muchas cosas buenas para dar, que algo nacido desde un lugar tan hondo y tan hermoso no podía salir mal. Pero desde el momento en que escuché esa voz, con la que tan conectada había estado cuando era chica, me ayudó a recordar cómo había sobrevivido una vez y cómo fue que yo misma, con su guía y protección, me había llevado hasta el lugar en que me encontraba en ese preciso momento”.
Fue un proceso gradual y un tanto solitario. Pese a que nadie creía que su proyecto fuera algo redituable además de terapéutico, a los seis meses de dar vida a su proyecto llamado Magic Candles, comenzó a hacer vivos de meditación en plena pandemia. Corría todavía el primer período de encerramiento estricto con imposibilidades de todo tipo, pero Daniela ya se sentía en condiciones de asumir un riesgo mayor. Un buen día, con la determinación de lo que no tiene vuelta atrás, le dijo a mi marido: “esta es la última demanda que hago”. Así fue. “Supe que una parte de mí iba a quedar atrás. Algo en mí tenía que morir para que algo más grande naciera”.
De aquel momento a hoy asegura que ganó paz interior, sanación y confianza en que es posible vivir una vida tranquila y abundante en cosas buenas. “Gané muchísimo amor y viví en carne propia la experiencia de saber que si yo pude salir adelante en la vida y cumplir mis sueños -por muy estrambóticos o ridículos que parecieran- cualquiera puede. Y no solo merece también hacerlo, sino que el universo entero está ansiando que lo lleve a cabo”.
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