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Desvelada. Seguir una corazonada: Ricardo III, el rey que nadie podía encontrar

Mi madre me lleva al trabajo y camino de su mano por los jardines del que unos años más tarde será mi colegio. Hay una fuente blanca bajo unas palmeras altísimas. “A esta parte le decimos el ...

Mi madre me lleva al trabajo y camino de su mano por los jardines del que unos años más tarde será mi colegio. Hay una fuente blanca bajo unas palmeras altísimas. “A esta parte le decimos el césped de Shakespeare”, me cuenta. Por algún motivo que no puedo explicar entiendo que el cuerpo del mismísimo dramaturgo inglés está enterrado ahí y evito pisar el pasto que rodea la fuente.

Durante mucho tiempo me pregunto en qué estado estará el pobre Shakespeare ahí abajo. Nunca me pregunto por qué habrían de traerlo hasta el sur del mundo y cuán importante será este colegio para que hayan decidido sepultarlo justamente aquí. Asumo que eso justifica las polleras escocesas y que todas las niñas anden hablando inglés incluso mientras saltan a la soga en el recreo.

Más adelante me entero de que el “césped de Shakespeare” lleva ese nombre porque era el lugar en el que las generaciones que me precedieron, como la de mi madre, recitaban sus sonetos y practicaban las líneas de sus comedias y tragedias frente a un telón negro que se montaba ocasionalmente, mientras sacudían una enorme chapa para simular truenos.

Si en tiempos isabelinos los roles actorales femeninos nos estaban vedados y los hacían los hombres, en mis tiempos escolares de solo mujeres, los roles masculinos los teníamos nosotras. Fui Horacio, compañero de Hamlet, y como Marco Antonio les hablé a los romanos y les pedí que me escucharan, diciéndoles que estaba allí para enterrar a Julio César, no para ensalzarlo. Este es el invierno de nuestro descontento, abre Ricardo III, otro de los dramas históricos. También fui él y algún soldado perdido o un fauno que correteaba por ahí en La Tempestad.

Inglaterra está dividida. Las casas de Lancaster y York se disputan la legitimidad de la sucesión al trono. Hay guerras internas, traiciones y asesinatos. El rey Ricardo III, último de los York, es herido de muerte en la batalla de Bosworth, en 1485, y su muerte marca el fin de la Guerra de las Dos Rosas que enfrentaba a los York contra los Lancaster. Su cuerpo desnudo fue llevado sobre un caballo (no sé si el mismo por el que estaba dispuesto a dar su reino) hasta Greyfriars, un monasterio de franciscanos en Leicester, para ser enterrado. Durante cientos de años se creyó que sus huesos habían sido arrojados al río Soar desde un puente cercano.

En 2012, Philippa Langley, una mujer parte de esta sociedad y sin ningún entrenamiento formal en arqueología o historia, decidió iniciar el Proyecto “Looking for Richard” (Buscando a Richard)

Sin embargo, un grupo de aficionados miembros de la Richard Society, una sociedad de fans y estudiosos del último de los York, no compraba esa historia ni la pintura que hacía de él Shakespeare en su obra. En 2012, Philippa Langley, una mujer parte de esta sociedad y sin ningún entrenamiento formal en arqueología o historia, decidió iniciar el Proyecto “Looking for Richard” (Buscando a Richard). ¿El objetivo? Llevar a cabo una excavación para dar con los restos del monarca perdido en la historia. Langley tenía una corazonada y algo más.

En el primer día de excavaciones el increíble hallazgo de un esqueleto humano con lesiones severas en el cráneo y una pronunciada escoliosis que se correspondía con Ricardo, el rey jorobado, entusiasmaron a los científicos. Lo que seguiría sería ciencia pura con un increíble hallazgo: el ADN mitocondrial extraído de los huesos se correspondía con el de los sobrevivientes actuales de su hermana, Ana de York, diecinueve generaciones después. En febrero de 2013 la Universidad de Leicester anunciaba que los restos humanos hallados bajo un estacionamiento eran los de Ricardo III.

En 2015, los descendientes actuales de los Lancaster y los York se unieron para despedir al rey en la catedral de Leicester, donde sería enterrado una vez más, pero ya para siempre. El rey que había desaparecido había sido encontrado.

“El pecado, la muerte y el infierno han puesto sus marcas en él, y todos sus ministros lo atienden”, escribió Shakespeare. Los fanáticos del rey se preguntaban, más allá de su joroba, cuán precisas eran las descripciones del escritor. Sus huesos poco decían de su carácter. Shakespeare escribía durante el reinado de Isabel I, una Tudor, y parte de la familia que sucedió a los Plantagenet en el trono inglés. Es poco probable que hubiese retratado a Ricardo III como un ser bello y agradable; por el contrario, tenía que ser un personaje horrible y odioso.

Ahora bien, cuando se trata de un buen relato, ¿qué importan algunos detalles? La doble historia de Ricardo III posibilitó que el monarca permaneciera escondido durante siglos bajo un estacionamiento en Leicester y William Shakespeare pudiese aterrar a generaciones de niñas crédulas debajo del pasto verdísimo de un jardín en Olivos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/salud/desvelada-seguir-una-corazonada-ricardo-iii-el-rey-que-nadie-podia-encontrar-nid14052023/

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