Nos pasamos la vida huyendo de nuestra historia para darnos cuenta de que, al final, la llevábamos prendida a nuestra espalda. Cuando cumplió 99 años, el norteamericano John Wenzel volvió a soñar con la Segunda Guerra Mundial. Tuvo pesadillas en las que su avión volvía a caerse, derribado por un caza alemán en los cielos italianos.

Wenzel nunca quiso hablar de su experiencia como piloto de combate, ni siquiera a sus dos hijas. Después de décadas de silencio (“no había lugar para hablar de eso, y no había forma de expresarme”), la terapeuta del geriátrico lo animó a compartir sus experiencias.

Entonces, les pidió a sus hijas que le trajeran la caja con sus medallas y unas hojas mecanografiadas de aquella época. Y el excombatiente contó con alivio sus historias de derribos, de compañeros abatidos, del metal que se incrustó en su cuello y de aquella herida vergonzante que llevaba en su trasero. Nos pasamos la vida evitando tener una historia hasta que un día nos damos cuenta de que somos esa historia. ß

De los millones de soldados que combatieron en la Segunda Guerra Mundial quedan cada vez menos: se calcula que más del 90% ya se murieron. Se trata de una generación legendaria (en los Estados Unidos se los llama “la Generación Grandiosa”) que dio origen al baby boom y a la prosperidad económica de los 50 y los 60. ß