El suicidio de un arquitecto y un edificio a punto de caerse son el corazón de una de las leyendas más fuertes de Buenos Aires, que esconde tras un drama personal los efectos de las crisis económicas cíclicas.
La construcción de la sede de la Facultad de Ingeniería, ubicada sobre la avenida Las Heras, en Recoleta, está llena de frustraciones compartidas. Ni el autor del proyecto, ni la comunidad educativa, ni la sociedad en general, quedaron satisfechos con los resultados. Tal vez por eso entre estos tres actores circula una versión que encanta a todo el mundo y espanta a los arquitectos.
Arturo Prins (1877-1939)
La historia y la leyenda comienzan en el mismo punto, pero casi enseguida se bifurcan. Ambas cuentan que cerca del Centenario de la Patria, las autoridades de la UBA organizaron un concurso para construir la Facultad de Derecho. La convocatoria la ganó en 1909 el ingeniero y arquitecto Arturo Prins, quien fue elegido por su capacidad pero no por su proyecto, ya que la universidad pretendía un edificio imponente, de estilo gótico. El rumor no cuenta que Prins no estaba muy convencido, por dos cuestiones. Por un lado, le parecía que era una estética inapropiada para la época; y por el otro, porque consideraba que elevaba el presupuesto sin un fundamento razonable.
Los arquitectos Francisco Gianotti (Confiteria El Molino) y Mario Palanti (Palacio Barolo) colaboraron con Prins en el proyecto.
A pesar de todo ello, viajó a Europa, se interiorizó en el estilo y volvió a Buenos Aires, esta vez sí, con luz verde para iniciar la construcción.
El proyecto tenía previstas varias plantas que se remataban con tres cúpulas, una central y dos laterales que, como bien lo anticipó Prins, fueron reemplazadas por torres para ajustarse a un presupuesto cada vez más exiguo. Había comenzado la Primera Guerra Mundial y era muy difícil conseguir insumos. Este tramo de la historia se ratificó hace unos años, cuando se iniciaron las tareas de restauración de las fachadas. El arquitecto Eduardo Scagliotti, asesor de la UBA, da como ejemplo de los cambios que vivió el proyecto de Prins, el análisis hecho en los arcos ojivales. “Algunos de ellos fueron hechos con perfiles metálicos embutidos en la mampostería (como bovedillas), y otros con varillas de acero liso con una carga de hormigón arriba”, detalla. Se presume que todos los giros en las decisiones no se se debieron a errores en los cálculos iniciales, como sostiene el mito, sino a una cuestión de costos. Tiene lógica: también se constató que el remanente del ladrillo picado que se usó para la fachada se mezcló con cal y arena para ser reutilizado como revoque.
La restauración de las fachadas fue concluida.
Desde su comienzo la obra empezó a ralentizarse por falta de ingresos, aunque tuvo algunos chispazos de vigor, como cuando hacia el final de la guerra, en 1919, alcanzaron a construirse las aulas y el sector de administración. Así transcurrieron los años, con interrupciones y nuevas puestas en marcha, hasta 1938, cuando se abandonó por completo la aspiración a concluir el proyecto de Prins. Un año después, devastado por la noticia, decidió suicidarse.
No, mentira. Eso dice el mito, pero no la realidad. Scagliotti se pone en los zapatos de Prins y reflexiona: “Si bien no es cierta la leyenda del suicidio, así como la del error de cálculo de bases o la tontera de que el edificio no soportaría ni el peso de los revoques, puede inferirse que enterarse de que el edificio jamás se terminaría, después de luchar y litigar contra tanto impedimento e injusticia, bien pudo haber constituido un trauma emocional formidable para él. Esto pudo en mi interpretación haber sido un factor que influenció en su estado anímico y vincularse desde esta circunstancia a su deceso, que como se sabe, fue en una habitación del Sanatorio Podestá y rodeado por sus afectos y no por pegarse un tiro o arrojarse de una de las torres ( jamás construidas)”.
La restauración de las fachadas ya fue concluida, aunque como señala Scagliotti “restan algunas observaciones y detalles vinculados al tema de la plaga de las palomas y algunas terminaciones de poca significación”. Por el carácter inconcluso de la obra, esta tarea no fue sencilla. “No fue una obra de restauración ortodoxa sino una intervención de consolidación constructivo-estructural. Fue necesario reconstruir parte de las grandes bóvedas ojivales de avenida Las Heras, completando elementos y detalles constructivos de las fachadas, que habían permanecido inconclusos y en espera desde 1938”.
La actual Facultad de Ingeniería no pudo terminarse, pero al menos quedó como testimonio de las constantes crisis económicas y, para los arquitectos “funciona como una clase magistral abierta contando didácticamente y de un modo explícito, sus detalles y dispositivos constructivos”, afirma Scagliotti. “Estos elementos (estructuras, capiteles, aparejos de ladrillo, etc.) mantenidos expresamente a la vista, que dan cuenta de los modos de construir a principios del siglo pasado aplicados a un edificio que no respondía a los estilos habituales del eclecticismo dominante de la época, son también la manifestación elocuente de las capacidades de los profesionales y artesanos que actuaron a lo largo de un extenso periodo de obra de este inédito y excepcional edificio”.
Prins no habrá hecho el edificio que quería, ni siquiera alcanzó a ver terminado el encargo, pero al menos dejó una obra maestra. Sin embargo, el vaso medio lleno empieza a enturbiarse con otra anécdota que trae Scagliotti: “La de la facultad no fue la única frustración de Prins. También fue autor de la iglesia de San Nicolás de Bari, demolida en 1939 (año de su muerte) para construir el trazado de la 9 de julio”. La leyenda de su impericia es falsa, pero pobre Prins, lo que es innegable es que tuvo una mala racha.
EL MITO DE LA FACULTAD DE INGENIERÍA. Se trata de un edificio sincrético hecho en estructura de hierro recubierto por mampostería ladrillera.