Tecno, Ciencia y Salud

Huracán COVID II: pacientes de riesgo y el riesgo de ser pacientes

La segunda ola golpea fuerte a una sociedad agobiada y a un sistema sanitario que ya estaba sobrepasado. Los contagios se dan cada vez más.-

Marcelo M tiene 23 años. A las 23.10 del 29 de marzo, sintió los síntomas más conocidos del COVID: fiebre de 37.5º C, falta de olfato, gusto latoso, dolor de garganta. Llamó a su prepaga y el contestador con 192 opciones terminaba inexorablemente con una molesta musiquita de espera. El teléfono de Emergencias daba ocupado. Marcelo fue al hospital público de su zona y había cola (como en el bar de la otra cuadra que tenía reservas agotadas). A la 4.30, lo hisoparon y el diagnóstico cayó de maduro: COVID-19: “Detectable”.

Inmediatamente, Marcelo recordó la cena del viernes con su abuelo y la previa con sus amigos ese mismo día. “¿Quién me lo contagió? ¿A quién se lo contagié?”, se preguntó. Los tres días siguientes transcurrieron como si el malestar fuera una leve “gripecita”. Pero al cuarto, el joven subió una escalera y se quedó sin aliento. Raro, porque una semana atrás Marcelo había sido el goleador de su equipo y tenía aire de sobra. Aquí, empezó para él una nueva epopeya: pedir ayuda médica.

Su cobertura médica “no tenía cama”, tuvo que buscar dónde internarse. Volvió al hospital de su barrio donde, finalmente, lo internaron. Pasó ocho días con una “bigotera” (tubitos de aire de plástico que insuflan aire como si uno se estuviera abanicando fuerte). Le dieron de alta después de superar una neumonía atípica por COVID. Por suerte, su abuelo nunca tuvo síntomas (quizás por obra del azar o por tener genes de tano titán) y del equipo de fútbol, cinco fueron los jugadores que pasaron por la misma odisea que Marcelo.

A cualquiera de nosotros, el caso nos puede resultar cercano porque es el que vivieron y viven miles de personas de nuestro entorno y cuyas historias logran trascender. Porque también están las otras, las que no se conocen pero suceden y engrosan la lista de afectados.

Hoy, la nueva ola de COVID castiga a los pacientes de riesgo, como ocurrió con la primera, pero existe una diferencia sustancial: para todo ciudadano es cada vez más complicado el riesgo de ser paciente. Y esto sucede por varios motivos.

Causas y consecuencias del riesgo de ser paciente

El virus acelera su expansión con nuevas cepas. Estas variantes abren serios interrogantes: ¿cuánto se diseminaron las de Manaos y la británica? No se sabe. ¿Es posible que exista una cepa argentina? Tampoco se sabe y por eso esperamos, con ansiedad, respuestas del sistema ANLIS MALBRAN y sus laboratorios descentralizados.

Los pacientes son cada vez más jóvenes. El virus desvaneció el efímero “escudo de la juventud” y afecta cada vez más a adolescentes y jóvenes. Faltan hisopados y hay un subregistro de la enfermedad en esa franja de población.

Según expertos, hay adolescentes a quienes se le diagnostica “faringitis” cuando en realidad son cuadros de COVID-19. La polea hace que esos jóvenes transmitan el virus a adultos mayores o allegados con comorbilidades y así la curva se empina en forma de aguja.

La campaña de vacunación empezó demorada, sigue lenta y andará a los saltos esperando embarques que llegan con cuentagotas. El gobierno asegura que la responsabilidad es del contexto mundial, pero fue su decisión abrazar a pocos proveedores elegidos por cuestiones geopolíticas (lo reveló el exministro de Salud Ginés González García en declaraciones periodísticas el 1 de noviembre de 2020) o por afinidades que nada tienen que ver con cuestiones científicas y sanitarias.

El sistema de salud está llegando al tope de su capacidad. Según fuentes del gobierno, tendremos días con anuncios de más de 30.000 casos. El infectólogo Roberto Debbag (M.N. 60.253) señala que a esa cifra hay que multiplicarla por 7. Ese cuadro nos señala que “el sistema de salud tiene un límite” tal como lo advierte un manifiesto firmado por 19 instituciones médicas públicas y privadas. Detalla que en 14 días, la ocupación de camas de terapia intensiva pasó del 56,5% al 69,2%. Por ejemplo, el sanatorio Mater Dei ocupó el 100% de sus UTI y Neuquén está al 72% de su capacidad.

La pobreza es un factor de riesgo. El 42% de los argentinos tiene problemas para acceder a las normas mínimas para cuidarse, según datos del INDEC, correspondientes al segundo semestre de 2020. Si las barreras son lavado de manos, distancia social y salir lo menos posible, a 19.000.000 de ciudadanos (de los cuales 4.500.000 son indigentes) se les dificulta el acceso al agua para higienizarse, la distancia en una vivienda precaria es una quimera y le será complicado quedarse en casa a quien vive de la venta casual o de changas y cuyo largo plazo es la cena de hoy. Dicho sea de paso, es difícil que una persona tenga una buena salud de base sin una buena alimentación.

Hace un mes señalamos: “El huracán coronavirus acelera y el paraguas argentino de vacunas es chico y está agujereado”. El pronóstico de las próximas semanas avala y agrava aquel adelanto. La cuarentena que parecía interminable en abril de 2020, se choca con una aceleración vertiginosa de los casos en este abril de 2021. Mientras, hay que exigir la reactivación clara y potente del programa de vacunación.

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