La calefacción y las cocinas a gas contribuyen al calentamiento climático. ¿Deberían prohibirlas?
Los edificios son una enorme fuente de emisiones de carbono, y es fundamental que abandonen el uso de combustibles fósiles para cambiar eso?
El verano de 2019, el concejo de Berkeley, California, tomó una determinación sin precedentes: se prohibieron las conexiones de gas natural en la mayoría de los edificios nuevos.
La concejal Kate Harrison, quien apoyó la nueva ordenanza, ya venía trabajando en diferentes estrategias para reducir las emisiones de carbono de la ciudad. “Investigamos de dónde venían nuestras emisiones y notamos que el gas natural de los edificios era una de las principales fuentes”, cuenta Harrison, aclarando que representaban un 37 por ciento del total de la ciudad. Los automóviles son otra fuente importante, pero el municipio no tiene autoridad para regular las emisiones de los tubos de escape. En cuanto a los edificios, “sí, es un área en la que tenemos jurisdicción", explica.
La ordenanza de Berkeley dio lugar a una ola de iniciativas afines, y desde 2019, se aprobaron medidas similares en más de 40 ciudades de California. Actualmente se están considerando propuestas para prohibir las conexiones de gas en Colorado, el estado de Washington y Massachusetts.
Durante mucho tiempo, los expertos en clima han sostenido que los edificios antiguos y nuevos deberían renunciar a los combustibles fósiles. Hoy en día, los edificios representan más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero de EE. UU., un número que es necesario reducir pronto si el país espera alcanzar los objetivos de reducción de emisiones establecidas en el Acuerdo de París.
Pero el creciente movimiento para restringir las conexiones de gas natural también ha desatado el descontento de la industria del gas natural, que se opone a las prohibiciones con campañas agresivas.
En una declaración por correo electrónico, la American Gas Association, un grupo que reúne empresas de la industria, sostuvo que "se opondrá absolutamente a cualquier iniciativa que prohíba el gas natural o que desprestigie nuestra infraestructura en cualquier lugar, ya sea por decisión de la cámara estatal o del consejo". Hasta ahora, los estados de Arizona, Kansas, Luisiana, Oklahoma, Tennessee y Utah, han aprobado leyes para desatender esas prohibiciones. En otros 14 estados, se está considerando implementar leyes similares.
Edificios: máquinas de carbono
Como los edificios emplean una enorme cantidad de energía, constituyen una parte fundamental en cualquier iniciativa que busque solucionar la crisis climática.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en términos globales, los edificios representan casi el 30 por ciento de todas las emisiones de CO2 relacionadas con la energía, y casi el 40 por ciento si se incluyen las emisiones durante la construcción. Y las cifras siguen creciendo dado el aumento de la construcción tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo. Algunas proyecciones sugieren que las emisiones de los edificios podrían duplicarse o triplicarse para 2050 si no se materializan las propuestas para una construcción más conveniente.
Los 95 millones de edificios residenciales y comerciales en los Estados Unidos representan alrededor del 28 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero del país. Dos tercios de ese total son "emisiones indirectas": el carbono en realidad sale de las chimeneas de las plantas de energía que generan la electricidad necesaria para la iluminación, el aire acondicionado y la calefacción eléctrica de los edificios. El 12 por ciento restante, que, considerando las emisiones como países, podría equivaler a Brasil, son "emisiones directas", principalmente de gas natural y combustible utilizados para calefaccionar los edificios.
El desafío es limpiar ambos tipos de emisiones. El sector eléctrico de EE. UU. ya está aportando su grano de arena en el cuidado del medio ambiente: sus emisiones se han reducido en casi un 30 por ciento desde el pico máximo de 2005, en gran parte gracias a fuentes de energía renovable como la eólica y la solar, que reemplazan el carbón y el gas natural en las plantas de energía. Esa tendencia se afianzará en los próximos años a medida que se implementen más fuentes de energía renovable.
Sin embargo, para descarbonizar completamente los edificios de la nación, los expertos explican que es necesario encargarse de las emisiones directas, y la mejor manera, es hacer edificios eléctricos. Si cada nueva edificación en los EE. UU. fuera totalmente eléctrica a partir de 2022, las emisiones generales del sector de la construcción se reducirían un 11 por ciento para 2050, según los análisis del Rocky Mountain Institute, una organización sin fines de lucro con sede en Colorado que se especializa en eficiencia energética y cuestiones de sostenibilidad.
Mike Henchen de RMI también indicó que, si se modernizaran, a partir de 2030, los edificios existentes con un sistema eléctrico, se reducirían las emisiones de los sectores en un 90 por ciento para 2050. Una de las medidas más firmes para abordar las emisiones de los edificios fue la de la ciudad de Nueva York: en 2019 aprobó una ley que exige que la mayoría de sus edificios más grandes, tanto comerciales como residenciales, reduzcan sus emisiones en un 40 por ciento para el 2030 (el edificio Empire State ya alcanzó el objetivo).
Aunque las ventajas de las nuevas construcciones son relativamente pequeñas, pues pocos edificios nuevos se construyen por año, poner fin al uso de combustibles fósiles en las nuevas construcciones cambiará notablemente la situación ambiental en el futuro, dicen los expertos.
"Ya estamos muy comprometidos", dice Sara Baldwin, experta en edificios de Energy Innovation, un centro de investigación sobre el clima y la energía.
El gas natural pierde terreno
En el pasado, el gas natural se vendía como una alternativa más ecológica al carbón y al petróleo, y se ofrecía como el "combustible puente" que podría ayudar a reducir las emisiones de carbono en general y al mismo tiempo proporcionar energía confiable y barata. Pero hoy, en un mundo que necesita menos emisiones de carbono, su empleo es muy cuestionado.
El gas natural está compuesto principalmente de metano, o CH4, pero cuando se quema, se convierte en CO2, y a largo plazo acaba favoreciendo (aunque menos que la quema de carbón o petróleo) la acumulación de ese gas de efecto invernadero en la atmósfera. Pero además de eso, el metano es en sí mismo un gas de efecto invernadero muy potente, y, en la década o dos que tarda en convertirse de forma natural en CO2, tiene 84 veces más posibilidades de atrapar calor cerca de la superficie de la Tierra.
Por lo tanto, cuando el gas natural se escapa de una hornalla con pérdidas o de alguna parte de los millones de kilómetros de tuberías que hay por todo Estados Unidos, puede promover el calentamiento de la Tierra de forma considerable. Muchas de las tuberías son viejas y necesitan mantenimiento o reposición. Algunos estudios recientes sugieren que la infraestructura de los ductos de gas natural presenta un nivel de pérdidas hasta cinco veces mayor a lo que se había estimado. Esas fugas pueden tener efectos potencialmente peligrosos para la salud y la seguridad, así como para el clima.
Además, desde 2009, los costos de mantenimiento de los sistemas de distribución de gas se han triplicado, según un análisis del Rocky Mountain Institute, y es probable que los valores de mantenimiento sigan aumentando. Y, lógicamente, esos costos se trasladan a los consumidores. En California, la comisión estatal de energía proyecta que los consumidores podrían gastar más del doble para 2050.
En la actualidad, se suministra gas natural a casi seis millones de empresas y 180 millones de personas, lo que cubre la calefacción de aproximadamente la mitad de los hogares en los EE. UU., según cifras de la American Gas Association. Comparativamente, un 12 por ciento de todos los hogares de EE. UU. utilizan combustible para suministrarse calor, y el resto, usa electricidad, sobre todo bombas de calor.
En promedio, se adhiere un nuevo cliente de gas natural por minuto, según afirmó la asociación de gas en un informe de 2018. Eso significa alrededor de 500.000 nuevas conexiones por año que podrían evitarse con la electrificación, dice Baldwin.
“Cuando se construyen casas nuevas y se instalan tuberías de gas natural, la gente tiende a acostumbrarse a eso”, dice Ken Gillingham, economista ambiental y del sector energético de la Universidad de Yale.
“Eliminar el gas tendría efectos devastadores sin los beneficios ambientales que algunos afirman”, advirtió la asociación del gas en su declaración enviada por correo electrónico.
El cambio podría ser complicado
Hoy en día, uno de cada cuatro estadounidenses vive en una casa que funciona totalmente con sistema eléctrico, principalmente en el sur, donde el aire acondicionado preocupa más que la calefacción. Pero la construcción totalmente eléctrica cada vez es más común en zonas más frías, dado que los costos de instalación y construcción son más bajos y la tecnología es cada vez mejor. El rendimiento de las bombas de calor eléctricas se ha perfeccionado tanto que Maine, que utiliza más combustible para calefacción que cualquier otro estado, aprobó una ley en 2019 que exige que se instalen bombas de calor en 100.000 hogares para 2025.
Uno de los desafíos más complicados de la conversión de gas a electricidad es mantener costos de servicios públicos asequibles. Por ejemplo, el 70 por ciento de los residentes de comunidades de bajos recursos son inquilinos y podrían verse muy perjudicados. Si su vivienda pasa a tener servicios completamente eléctricos, las facturas de servicios públicos aumentarán si no se realizan los cambios necesarios, como mejorar el aislamiento o agregar dispositivos eléctricos eficientes. Por otro lado, la modernización de las viviendas puede fomentar la gentrificación, y la consecuente expulsión de los residentes con escasos ingresos. Y a largo plazo, cuando cada vez queden menos clientes en el servicio de gas, aumentarán las facturas que deberán pagar porque serán menos personas para afrontar los costos fijos del sistema de distribución.
“El cambio de servicios a gas a servicios eléctricos también debe aspirar a una justicia ambiental”, dice Carmelita Miller, experta en energía y leyes del Greenlining Institute. El instituto dice que para lograr una transición equitativa hacia un sistema completamente eléctrico es necesario incluir a las comunidades de color en la planificación y el diseño de políticas desde el comienzo del proceso.
Las preferencias personales también pueden obstaculizar la transición. “Mucha gente siente una gran predilección por sus hornallas a gas”, comenta Fei Wang, experto en edificios de la firma de análisis de energía Wood Mackenzie. Algunos chefs profesionales, sobre todo, han expresado su amor por las hornallas, aunque otros ya han adoptado las cocinas de inducción, lo último en tecnología de cocción eléctrica. La California Restaurant Association demandó a la ciudad de Berkeley seis semanas antes de que la nueva ordenanza entrara en vigencia el año pasado, y algunas ciudades como Denver han creado excepciones específicas para que se puedan seguir usando las cocinas.
Lógicamente, todos estos problemas ralentizan la transición. Aunque las ordenanzas locales permiten que las ciudades adapten los objetivos climáticos según su voluntad de aceptar el cambio, en conjunto, la transición hacia un sistema totalmente eléctrico no estaría avanzando lo suficientemente rápido, dice Ted Lamm, experto del Centro de Derecho, Energía y Medio Ambiente de UC Berkeley.
La legislatura del estado de Washington está considerando un proyecto de ley ambicioso para prevenir el uso de combustibles fósiles en nuevos edificios después de 2027, y California está por actualizar los códigos de construcción, de modo que exijan que, para 2023, todas las nuevas edificaciones estén preparadas para las instalaciones de electricidad. Pero sin una legislación estatal o federal más amplia, no se acelerará lo suficiente como para lograr las ventajas que promete la tecnología totalmente eléctrica, dice Lamm.
“No está bueno tener que cumplir con un plazo tan estricto”, dice, refiriéndose a la urgencia del problema climático. "Los cambios no se dan lo suficientemente rápido como para lograr los objetivos”.
Las prohibiciones de conexión de gas en algunas ciudades ya han desatado grandes conflictos. La ciudad de Windsor, en el condado de Sonoma al norte del Área de la Bahía, derogó la prohibición después haber sido denunciada. En Brookline, Massachusetts, un suburbio de Boston que aprobó una norma que abarca tanto las nuevas construcciones como la renovación de tuberías, el estado suspendió la prohibición, alegando que la ciudad no podía establecer medidas que fueran diferentes a las del estado.
Pequeños aportes
Cuando Berkeley comenzó a considerar las prohibiciones, la ciudad ya venía trabajando en nuevas formas de reducir su huella de carbono. Se habían instalado luces LED en las 76.000 farolas de la ciudad y se habían agregado carriles para bicicletas y estaciones de carga para vehículos eléctricos. Pero estaba lejos de alcanzar los objetivos de reducción de emisiones que se habían fijado en 2009.
Harrison, miembro del concejo de la ciudad, sabía que la urgencia de del problema era cada vez mayor, considerando que los hogares habían sufrido la invasión de humo ocasionado por los incendios forestales y el azote de las olas de calor. Después de revisar el código de construcción de la ciudad, los miembros del consejo concluyeron que debían hacer ciertos ajustes.
Harrison, que ya había renovado su propia casa con un sistema totalmente eléctrico después de que fallara su caldera de gas, demostró cómo funcionaba una cocina de inducción para reforzar el argumento de eliminar el sistema a gas. Para julio, la medida fue aprobada por unanimidad y con el apoyo popular, incluso de Pacific Gas & Electric, el quinto mayor distribuidor de gas natural y electricidad del país.
La nueva ordenanza, si embargo, no aclara cómo se cambiará el sistema a gas con el que cuentan actualmente todos los edificios de Berkeley. Pero para Wang, el analista de Wood Mackenzie, la medida es mucho mejor que nada.
"No tiene por qué abarcar todo. Al menos, es un gran paso”, sostiene.