El otro Uruguay: preferido por los argentinos, una ruta lujosa y viñatera para conocer la parte trendy del país vecino
Después de muchos éxitos “cruzando el charco”, llega un nuevo descubrimiento que se está convirtiendo en el destino trendy y tentador para los fines de semana largos y para estancias más pr...
Después de muchos éxitos “cruzando el charco”, llega un nuevo descubrimiento que se está convirtiendo en el destino trendy y tentador para los fines de semana largos y para estancias más prolongadas.
Uruguay tiene, para los argentinos, esa idea de patio de atrás. El sitio en el que te relajás en el finde largo, o que llenás de agua y refrescos durante las vacaciones con amigos. Es el chivito en la parrilla y las húngaras de La Pasiva. Es esa amabilidad cansina que se extraña cuando volvés. La pizza por metro y la playa calma, de río o de océano, pero serena aunque rompan olas fuertes. Irte a Uruguay siempre es como volver a un sitio conocido. Colonia, Punta, Montevideo, Piriápolis… muchos son los argentinos que conocen más destinos del otro lado del charco que fronteras adentro. Irte a Uruguay es casi como ponerte las pantuflas y quedarte en casa, pero con la celebración de cambiar de aire, descansar en la amabilidad slow y soñar con una gastronomía perfecta, con sabores a los de tu cocina de hogar.
Justo frente a la costa argentina, accesible por ferry de Buquebús o Colonia Express, o ahora también por vuelo privado gracias a la inauguración del Aeropuerto Internacional, Carmelo es una tendencia que se empieza a posicionar como el próximo destino hit. La apertura tuvo lugar a fines de marzo pasado, momento en que el presidente de ese país, Luis Lacalle Pou, lo sindicó como la puerta de ingreso para una creciente oferta de enoturismo, de hecho Uruguay, según la International Organization of Vine and Wine, el país está en la posición 27 en producción de vino en el mundo. Si bien por ahora sólo recibe vuelos privados (un viaje desde el aeropuerto de San Fernando, en el norte de Buenos Aires, cuesta alrededor de US$2.150 para hasta tres pasajeros), es una de los hitos que marcan el desarrollo que promete la región.
Si la opción es cuatro ruedas optar por un Ferry con bodega, o irte directamente en auto pasando por Gualeguaychú (230 kilómetros desde la ciudad de Buenos Aires), para conducir hasta Fray Bentos por el Puente Internacional Gral. San Martín, y en unos 46 kilómetros llegar al país vecino.
La alternativa en velero o lancha desde Tigre o San Fernando es una costumbre arraigada entre los lugareños. Separa desde ahí a la Prefectura de Guazú-Guazucito, frente a Carmelo, unos 80 kilómetros. La distancia se recorre entre 8 y 4 horas, dependiendo del tipo de embarcación, las corrientes y el clima.
Una fundación con nombre propioLa historia es algo difusa en cuanto al hito histórico de la fundación de Carmelo. Se sabe que para 1758 entre el arroyo Las Víboras y el arroyo Las Vacas se asentaban algunos caseríos. Hostilidades de los locales invitaban a los residentes a moverse de sitio, hasta que en las barrancas a la vera de éste último (que aún dibujan la costa de Carmelo), encontraron refugio frente a las crecientes. Artigas lo funda oficialmente el 12 de febrero de 1816 inspirándose su nombre en la devoción local por la Virgen del Carmen y algunas apariciones cercanas de su imagen declaradas por los habitantes (según los relatos, se sucedían en el Monte Carmelo, muy cerca de la actual ciudad).
Una caminata profunda lleva hasta la playa de río. Con camastros que esperan para reposar la calma. Una senda hacia el norte, que deja el río a la izquierda, se encuentra el sitio en el que murió el expedicionario de la conquista española, Juan Diaz de Solís, responsable del descubrimiento del Río de la Plata. Siempre bordeando la costa, se llega al Rincón de Darwin, con el hito del kilómetro 0 del estuario. Allí mismo es donde se afincó Charles Darwin por seis meses, en su afán de comprender la estructura geológica de la zona.
Ecléctico y sumamente elegante, un equilibrio entre el exotismo de su tamaño y la puesta, frente a pequeños detalles vintage con objetos pop modernos, se encuentra un gran palacio rural costero convertido en una vivienda privada: Casa Chic. Idea del empresario Federico Bonomi, que lleva un tiempo de puertas abiertas en sus cabañas de mar en el balneario de Punta Gorda, trabajó la propuesta bajo el concepto de un club de campo que reposa junto a la laguna Tercera y ofrece pileta, bodega, terrazas con vista al mar desde las mismas habitaciones. Su bar y el restaurante ofrecen platos mediterráneos, y están abiertos todo el día.
Allí se reúnen muchas tentaciones: comida sabrosa, una ruta en bicicleta, un recorrido por la Laguna o una puesta de sol donde la música la ponen las aves. Solárium, gimnasio, sala de juegos, kayaks, cabalgatas, cancha de tenis y un puerto deportivo privado, Buena Vista, con una capacidad total de 60 amarras para embarcaciones de hasta 70 pies.
El estilismo es sello de Cynthia Kern y Pablo Chiappori. La carta del restaurante lleva el sello del chef José Martín Dellaqua, mientras que libros y play list fueron curadas por Tuti Gianakis.
La ruta de las copasUna de las especialidades de la región es la ruta de viñedos. Todos convertidos en bodegas delicadas, de tiradas limitadas, con la posibilidad de degustaciones bajo reserva.
La bodega más antigua de Uruguay está cerca de Carmelo, en el camino hacia Colonia del Sacramento, hacia el sur, con más de 160 años. Se llama Los cerros de San Juan. Surge hacia 1854 de la mano de la familia Lahusen, proveniente de Alemania con tradición agro-vitivinícola. Al llegar a Uruguay adquiere cuatro estancias ubicadas entre los ríos San Juan y de la Plata. La elección tuvo en cuenta las características del antiguo lecho del río San Juan, recubierto de gravas y cantos rodados, similar a la región de Bordeaux. En 1872 llegaron, procedentes de Francia, toneles de roble que fueron albergados en una nueva bodega construida en piedra donde hoy siguen descansando su vinos.
Su estructura colonial ha sido declarada “Monumento Histórico”. Allí se pueden ver su bodega de Piedra, el antiguo almacén de ramos generales, la carpintería y herrería con anchos muros de estilo colonial típicos. Se la puede visitar de lunes a sábado sólo con visita previa.
Una de las más populares es Irurtia que surge por inquietud del vasco Lorenzo que arribó a la zona hacia la mitad del siglo pasado. Su primera cosecha data de 1913, hoy produce alrededor de 8 millones de litros de vino al año. Don Lorenzo (como se lo conoció) valoró el suelo particular de piedra y rocas cuaternarias, cubiertas de una capa de suelo limoso. La Bodega Irurtia está hoy a cargo de cinco de los ocho hijos de la familia Irurtia-Etchenique: Miguel, Antonio, Carmelo, Natalia y Francisca. Alguno de ellos te atienden cuando vas. Un detalle precioso: si vas en época de vendimia (durante el carnaval) podés se parte de la cosecha. Ofrece visitas guiadas con degustación de 1 o 3 vinos, o degustación de vinos durante el recorrido y al finalizar una picada típica.
Más de cincuenta años en el cultivo de Merlot, Cabernet Sauvignon, Tannat, Cabernet Franc y Marselan es lo que lleva en sus manos la artesanal bodega Zubizarreta. Sus vinos son exclusivamente varietales producidos por seguimiento personal de cada una de las vides y etapas. Hacen visitas guiadas con reserva previa.
Bodega CampoTinto, por su parte, es una posada, una galería con una inmensa parra, un mesón con comida casera y honesta, fogones y muy rico vino. Los responsables son los Viganó, con raíces en Fiesole, en el corazón de la Toscana. El proyecto nació en el año 2013. Lo que empezó como una bodega, terminó como toda una experiencia entre sus viñas, con un espacio de alojamiento y el restaurante, todo para disfrutar alrededor de un fogón con una copa de Tannat, en bicicleta por las lomas, de picnic en las viñas o en plena degustación.
Narbona, quizás la bodega más clásica de la región, es un sueño añejo con el objetivo conceptual de vinos únicos y personalidad propia, en una estancia a orillas del Río de la Plata, 50 hectáreas ubicadas en el casco original de 1909 donde Juan de Narbona fundó una de las primeras bodegas del Uruguay, donde hoy se lucen 15 hectáreas esencialmente de Tannat, pero también de Pinot Noir, Petit Verdot, Viognier y Syrah. Este wine lodge ofrece apenas cinco habitaciones, con balcón con terraza privada, siempre con vistas a los viñedos o las barricas. Con un estilo de bodeguero que te deja la ilusión por un rato.