El templo porteño nocturno del arte, la diversidad y el rock argentino de los 80
“Y luego de muchas esperas matizadas con choripanes sabatinos, por fin abrió Paladium, el nuevo lugar (anfiteatro de cámara) ubicado en Paraguay y Reconquista. El nuevo sitio (que respetó las ...
“Y luego de muchas esperas matizadas con choripanes sabatinos, por fin abrió Paladium, el nuevo lugar (anfiteatro de cámara) ubicado en Paraguay y Reconquista. El nuevo sitio (que respetó las viejas estructuras hasta en los musguitos instalados en las paredes)...”, describía, a fines de 1985, un medio de la época la apertura del que se convertiría en el templo nocturno de la ciudad de Buenos Aires. Un espacio que condensó la época de la primavera alfonsinista. “Se respiraba libertad”, sintetiza el espíritu Willy Lemos, la anfitriona que agasajaba a los que se acercaban a aquella vieja usina eléctrica que devino Paladium, el templo vanguardista, la discoteca en la que se montaban performances artísticas no convencionales, el espacio que fue parte esencial en la escena del rock argentino. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota presentaron Oktubre con una escenografía descomunal de Rocambole; Fito Páez rodó su videoclip/película Ciudad de pobres corazones; era frecuente cruzarse con Charly, Pappo, Cerati, figuras de la política y “estrellas” de la talla de Ricardo Darín, Alberto Olmedo, Guillermo Vilas, Claudio Caniggia y Mariana Nannis, su pareja en esos años.
Paladium fue un proyecto impulsado por un grupo de amigos que se reunía en el mítico Bar El Bárbaro, un notable de la ciudad de espíritu bohemio . Allí, el escenógrafo del Di Tella, Juan Lepes y José Luis Novick, un ingeniero agrónomo, que se convirtió en uno de los socios fundadores, soñaban con un lugar donde pasarla bien.
Es la artista Renata Schussheim la que echa luz acerca de los “choripanes sabatinos” que matizaron la espera. “Yo ya era amiga de Juan Lepes, antes de Paladium –cuenta Renata– . Fue en plena construcción del lugar que se instaló un ritual maravilloso. Los sábados al mediodía sobre un colchón de metal se hacía una chorizada, una choripaneada, con toda la gente que se sumaba. Se mezclaban los albañiles, la gente del Di Tella... Esos sábados marcaron el espíritu de lo que iba a ser Paladium, en lo que se iba a convertir, una mezcla de arte, de gente diversa, de diversión. Un lugar de encuentro, de libertad”.
“Veníamos de un país de mierda, de una dictadura, donde todo estaba prohibido –arremete Lepes, la cabeza del templo–. Y Paladium se convirtió en un lugar donde la libertad era la base de la creatividad”.
Todas las noches eran diferentes. “No sabías con lo que te ibas a encontrar. El fin era pasarlo bien, divertirse, dejarse sorprender”, cuenta Francisco Novick, director del documental Una noche en Paladium e hijo de José Luis, uno de los socios fundadores. En pleno proceso de montaje, Novick está convencido de que “Paladium trasladó al mundo nocturno el espíritu del Instituto Di Tella, con propuestas muy vanguardistas. Definió una época, era un lugar desprejuiciado, muy libre. Fue un símbolo de la explosión artística de la democracia, del destape de los años 80. Condensó lo que se estaba viviendo, esa intensidad que se reflejaba desde lo creativo y donde todos convivían, el under con el mainstream, todo en el mismo lugar”.
La dirección artística de aquel gran escenario del Bajo porteño estuvo a cargo de Vivi Tellas, la curadora y directora de teatro. “Juan me llamó para que pensáramos juntos en darle una identidad. Claro que acepté, representaba un desafío enorme –rememora Tellas, la creadora del proyecto Biodrama, con el que sacudió la escena teatral argentina–. Pensamos qué cosas podían suceder en el lugar, en la discoteca. Así empezamos a realizar intervenciones performáticas. Sonaba la música, bailabas, pero al mismo tiempo sucedían cosas en los pasillos, en las gradas, en los balcones, en el medio de la pista. Proyectábamos también cortos, videos… Estas intervenciones fueron un éxito. Con un grupo de jóvenes performers se planteaban diferentes búsquedas, se hizo de todo”.
Una de las tantas artistas que se paseaba por el lugar era Marta Minujín. “Era un espacio gigantesco. Muy divertido, muy genial. Siempre pasaban cosas. Era un lugar de encuentro para todos nosotros –reconoce la creadora de La Menesunda –. Se proyectaban imágenes, algunas inspiradas en lo que había hecho en 1968, Importación/Exportación en el Instituto Di Tella, con los overhead projectors. Bailábamos al ritmo de la música, sumergidos en esas imágenes gigantes proyectadas. Era un espacio para vivir, para vivir con la música. Un mundo subterráneo”.
Cada noche Willy Lemos se transformaba en una mujer diferente, fue una de las primeras drag queen del país. “Todo estaba pensado, no se trataba de improvisación, sino de composición. Las luces se apagaban y yo aparecía bajando las escaleras para luego mezclarme con el público, con los invitados. Lo que se vivió en Paladium no se vivió en ningún otro lugar. Se daba una mezcla única, inigualable, todos querían estar y estaban todos, las estrellas del momento, la gente del under, músicos, artistas, políticos… Fue único. Ahí hice diferentes shows, convoqué a amigos. Con Dicky James hacíamos el show de boleros, él interpretaba a Palito Ortega, y yo a Violeta Rivas. Era increíble todo lo que sucedía en una noche. Caminabas y te encontrabas con maquilladores que te lookeaban, con astrólogas que te tiraban las cartas. Estaban Las gambas al ajillo , los Bottom Tap , Jean Francois Casanovas… “.
En aquel lugar se había generado un pacto sagrado, al igual que en Las Vegas: todo lo que pasaba en Paladium quedaba en Paladium. Así se lo explicó Jorge Dorio el periodista y escritor a Francisco Novick, en una de las tantas entrevistas que hizo para su documental. Tal vez esa fue una de las razones por las que hay poco material filmado y las imágenes no son tantas como uno puede imaginar. “Esta falta de archivo audiovisual nos llevó a pensar cómo recrear el lugar para el documental –comenta Novick–. Fue así que se nos ocurrió hacer una fiesta, revivir Paladium por una noche y filmarlo. Un archivo falso de una fiesta que nunca existió. La filmamos con los formatos de aquella época, VHS, Súper 8. La fiesta la hicimos en marzo de este año en el Complejo Art Media, un gran galpón que tiene algo de aquella estructura de la usina, porque parece una fábrica abandonada”.
Como un ritual, Renata Schussheim pasaba a buscar a Juan Lepes por la casa. “Cenábamos juntos y de ahí nos íbamos a Paladium a encontrarnos con amigos, Charly y tantos otros. Ahí festejé mis 39 años. Una fiesta enorme con una torta de Steinhauser gigantesca. En la invitación puse festejo los 39 porque no pienso festejar los 40 –dice la multifacética artista con desenfado–. Vino tanta gente, parecía la Torre de Babel, gente de todos lados. Fue una gran fiesta, músicos, políticos, Marta Minujín. Paladium era un delirio, iba a hacer sociales, a compartir. Tenía un lugar en el sótano que para mí fue maravilloso, El Nacional. Juan lo había hecho decorar con fotos de revistas que resumían la historia de la Argentina. Estaba todo pegado, pero bien grosero, como un collage con plasticola. Era alucinante, la verdad que ese lugar fue increíble”.
A Juan Lepes el recuerdo de El Nacional lo maravilla. Con Renata compartieron varios trabajos, como la escenografía del histórico recital de Charly García en el estadio de Ferro en 1982, No bombardeen Buenos Aires. “Era un sótano, en unos túneles que estaban por debajo de Paladium. Un día vi unas rejillas y le dije al albañil que rompiera, entramos y nos encontramos con el sótano. Fue una casualidad. Pensá que estábamos en la antigua usina, donde se guardaban los tranvías. Ahí abajo hice ese collage con la historia argentina. Empezaba en los años 20, estaba todo pegado en las paredes con reproducciones de diarios de la época, revistas como Caras y Caretas, diferentes noticias que hacían el recorrido de toda la historia. Era increíble, la gente pasaba, miraba las paredes y se quedaba leyendo. Duró poco. Fue el mejor lugar que hice y casi nadie lo vio, eso fue lo increíble, muy poca gente pasó por El Nacional. Pero, hubo un momento que fue demasiado, Paladium demandaba mucho, habíamos abierto también en Mar del Plata, en Carlos Paz, en Bariloche”.
A los históricos shows del 18 y el 25 de octubre de 1986, de Patricio Rey sus redonditos de Ricota, en ese mismo escenario hicieron de las suyas figuras claves del rock nacional. Una mención especial merece el rodaje de Ciudad de pobres corazones, el film del álbum catarsis que Fito Páez lanzó a mediados de 1987. Una propuesta totalmente novedosa para la época que filmó Fernando Spiner en Paladium. Fito no sólo interpretó cada canción con una puesta distinta, sino que actuó, porque el “súper videoclip” tenía un hilo dramático. “Recuerdo muy bien el rodaje –señala Spiner–. Era la primera vez que un músico hacía una película de su disco. Que eligiéramos Paladium no fue casual, era un símbolo de la noche, un espacio al que iba a menudo. Conocía a Vivi Tellas, ella pasaba los cortos que yo había filmado en Italia, donde estudié cine. Era un lugar donde sucedían muchas cosas y de algún modo nucleaba muchas de las expresiones alternativas de la cultura. La entrega de Fito fue completa, fue muy intenso, una experiencia hermosa e inolvidable para mí. La película refleja mucho lo que era el lugar”.
Novick, el hijo que nació en 1993, el año que Paladium cerró sus puertas y que transitó su adolescencia en la era post Cromañón, se deja llevar por aquellas imágenes y testimonios de esas noches vividas, en la usina del Bajo.