Graciela Fernández Meijide: “Pietragalla no fue capaz de decir nada sobre el crimen de Cecilia Strzyzowski”
Graciela Fernández Meijide camina, conversa y se abre paso entre quienes se acercan con afecto o admiración. Erguida, con una sonrisa conmovida, se dirige a la sala Julio Cortázar de la Bibliote...
Graciela Fernández Meijide camina, conversa y se abre paso entre quienes se acercan con afecto o admiración. Erguida, con una sonrisa conmovida, se dirige a la sala Julio Cortázar de la Biblioteca Nacional. Allí la esperan los miembros de la Academia Nacional de Periodismo para otorgarle un reconocimiento a su histórica labor en defensa de los derechos humanos: primero, desde la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en plena dictadura militar; luego, en la Conadep, la comisión creada por el presidente Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, cinco días después de su asunción. Fue precisamente esa Comisión la que aportó información clave para el Juicio a las Juntas Militares, una escena fundacional de la recuperada democracia de la que en este 2023 se cumplen 40 años.
La sala Julio Cortázar está colmada mayormente por periodistas. Fernández Meijide conoce a algunos de ellos desde hace más de 45 años, cuando los llamaba para contarles sobre el horror, sobre las denuncias y desapariciones, para pedirles que dieran a conocer información o ayudaran a los organismos de derechos humanos a publicar alguna solicitada. Cuando en cada movimiento se jugaba un destino. O muchos.
El 40º aniversario de la recuperación democrática encuentra a Fernández Meijide entre homenajes y galardones. En 2022 recibió la Orden de Comandante de la Legión de Honor de la República de Francia, la máxima distinción que otorga ese país; días pasados, además del reconocimiento de la Academia de Periodismo, recibió un Doctorado Honoris Causa de la UBA. Son días de emoción y gratitud, pero también, de conmoción interna.
Cristina Kirchner juega muy bien con una idea que instalaron: que los padres y los hijos de los desaparecidos, por el solo hecho de serlo, son buenas personas o son capaces
Por un lado, recibe estas distinciones con gran satisfacción. “Son un honor”, dice. Al mismo tiempo, la devuelven a una época muy dolorosa. “Y hace dos semanas se me murió una hermana –cuenta–. Así que siento como una contradicción. Son homenajes que me gratifican y a la vez es un momento en que todo lo doloroso está a flor de piel”.
Su compromiso con los derechos humanos está asociado, en su origen, a una tragedia personal: la desaparición de su hijo Pablo, el 23 de octubre de 1976. Después del secuestro y la tragedia que atravesó como un huracán a su familia, Fernández Meijide, la maestra normal y docente de francés, dejó todo, se eyectó a la vida pública como activista de derechos humanos y sostuvo un compromiso con la causa durante toda su vida. Y tuvo, más de una vez, diferencias profundas con otras referentes destacadas en la defensa de los derechos humanos. Sus críticas a “la partidización de los organismos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo” durante el kirchnerismo, a la reescritura del prólogo del Nunca Más y al relato “que convierte en héroes a quienes participaron en las organizaciones armadas” le valieron todo tipo de insultos. La calificaron de “traidora y negacionista”. Para Fernández Meijide, el uso partidario, faccioso y oportunista de otros referentes de los organismos de derechos humanos ha manchado los pañuelos blancos.
“Ahora tendrán que tomar la posta los hijos de la generación diezmada”, dijo días pasados la vicepresidenta Cristina Kirchner en referencia al recambio de liderazgos dentro de su espacio político. Fernández Meijide deja clara su postura. “Lo que pasa es que ella juega muy bien con la idea que instalaron de que los padres y los hijos de los desaparecidos, solo por ser familiares de desaparecidos, son buenas personas o son capaces. Y no es así”, sostiene. “Y no es cierto que murieron los mejores. Si yo dijera eso, si yo aceptara que murieron los mejores, estaría diciendo que mi hija María Alejandra y Martín no eran los mejores entre los tres. ¿Con qué derecho voy a decir que Pablo era el mejor de todos?”.
Lo bueno es que en estos 40 años de democracia a nadie se le ocurrió pedir por el regreso de los militares al gobierno
Fue precisamente del brazo de su hija Alejandra que Fernández Meijide llegó a la Academia Nacional de Periodismo. Cuando secuestraron a su hermano Pablo, Alejandra dejó la Facultad de Medicina, se encerró en su cuarto y no quiso salir. Se autoconfinó. “Se puso como presa”, dice Fernández Meijide de Alejandra, que, junto con su otro hijo Martín, atravesaron la tragedia, la acompañaron en su lucha y a pesar de todo, estudiaron, trabajaron y formaron una “hermosa familia”.
Con 92 años, Fernández Meijide se mantiene activa. Desde hace diez años conduce en La Once Diez, la radio pública de la Ciudad, el programa ¿Por qué? (junto con Pablo Marmorato) y se entrega a los audiolibros que le permiten seguir disfrutando de los autores a pesar de tener la visión comprometida. Ahora mismo está leyendo El Reino, de Emmanuel Carrère, El nudo, de Carlos Pagni, y las novelas de la escritora Elizabeth Taylor.
Todavía hoy, no sabe “cómo murió Pablo, ni cuándo, ni qué hicieron con su cadáver”.
–Le propongo volver al día en que Alfonsín ganó las elecciones en 1983. ¿Usted pensaba en ese momento que el radicalismo podía ganar?
–No. La verdad es que no. Incluso, la mayor parte de la gente que votábamos por Alfonsín no podíamos creer que el peronismo no ganara. Tanto es así que Augusto Conte, de la Democracia Cristiana, era el candidato de la gente de los organismos de derechos humanos para diputados y lo promovíamos como “Derechos Humanos al Parlamento”. Quienes lo acompañábamos no pretendíamos que entrara más de uno en la Capital, pero trabajábamos fuerte. Todavía había Colegio Electoral y si el resultado era muy parejo, debía decidir el Colegio Electoral. Hubo gente que se afilió a la Democracia Cristiana para votar en la interna para que ganara Augusto y después, si tenía que definir el Colegio Electoral se había decidido que se votaba por Alfonsín. Había mucha desconfianza. Incluso muchos radicales no imaginaban que ganaban porque si no, no hubieran puesto a Armendáriz, que era el médico particular de Alfonsín, como candidato en la provincia de Buenos Aires.
Con la Conadep duplicamos la cantidad de denuncias que habíamos recibido en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos
–Las encuestas de la campaña del 83 reflejaban que el mayor descontento y reclamo de la ciudadanía no tenía que ver con la violación de los derechos humanos sino con el fracaso económico de la dictadura. ¿Por qué cree que ganó Alfonsín?
–Alfonsín ganó porque la dictadura cometió la torpeza de tomar las Malvinas. La derrota en Malvinas amplió un poco la mirada hacia el tema de derechos humanos, pero por sobre todas las cosas los militares ya tenían problemas económicos, tantos que ya habían sucedido los primeros movimientos de los sindicatos. Fue una combinación de factores. Además, había un Alfonsín muy convencido de lo que pensaba, de lo que quería, del mensaje que quería transmitir. A ese orador todavía se lo escuchaba en actos decir que había que cumplir con los principios del preámbulo de la Constitución, con los principios de la democracia republicana, con división de poderes y una Justicia independiente. Eso sonaba muy fuerte. Y, además, la Juventud Radical tenía una consigna muy atractiva: “Somos la vida”. Y la Juventud Peronista: “Somos la rabia”. La gente estaba harta de sangre y de peleas y Luder cargaba, sin quererlo, pero era la realidad, con un pasado reciente muy violento, con la pelea entre peronistas de derecha y de izquierda, con López Rega y la Triple A, con Isabelita y el Rodrigazo. Es muy difícil ganar la provincia de Buenos Aires no siendo peronista. Y Alfonsín la ganó. Después la perdió, pero en principio la ganó. Creo que hubo algún paquete de voto ético peronista que votó por él y que después desaparece. Y en 1997 reaparece cuando me votan a mí.
–Usted conocía a Alfonsín de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. ¿Cómo era su relación con él? Quien la convoca a usted a la Conadep no es Alfonsín, sino Jaime de Nevares.
–No era una relación cotidiana, ni mucho menos, porque Alfonsín, como Oscar Alende, como monseñor de Nevares y todo el Consejo de Presidencia, se reunía una vez por mes. Yo era secretaria, el secretariado se reunía todas las semanas y trabajábamos cotidianamente. Yo estaba en la trinchera todos los días. Cuando el grupo de notables se hace cargo de la Conadep, se dan cuenta de que nadie sabe ni cómo leer un testimonio, cómo tomar una denuncia, cómo organizar un archivo. En la Asamblea nosotros teníamos todo eso organizado. Y ahí me convoca Jaime de Nevares. Aunque al principio dudé un poco en aceptar, me di cuenta de que iba a ser el único lugar donde se iba a investigar y teníamos que ayudar a que se hiciera lo mejor posible. Entonces acepté. Hice fotocopiar toda la documentación que ya teníamos y la llevé. Con la Conadep duplicamos la cantidad de denuncias que habíamos recibido en la Asamblea. Ya había democracia, no había miedo y había publicidad.
–A Alfonsín le tocó la difícil tarea de consolidar lo institucional al mismo tiempo que debía arreglar la economía. Pudo lograr estabilizar lo institucional, pero fracasó en lo económico.
–Sí, así es. Era una Argentina que tenía una economía muy dependiente, muy chica, muy poco productiva, salvo el campo. Alfonsín heredó dos deudas fenomenales. Una, la deuda en sangre, y la otra, la deuda económica. A pesar del plan Austral, tuvieron que entregar el gobierno antes de tiempo. Pero con todo, se llevó adelante la investigación con la Conadep y el Juicio a las Juntas. No hay antecedentes de una comisión que terminara esa tarea monumental y entregara un informe. Y tampoco hay antecedentes de un juicio como el que se hizo, el Juicio a las Juntas. Hasta el día de hoy no hay nada similar.
–Después del secuestro y la desaparición de Pablo, solía dormirse y se imaginado que le pegaba un tiro a Massera, Videla y Agosti. Su trabajo en los organismos de derechos humanos la ayudaron a sublimar y canalizar sus ganas de matar.
–Exactamente. Dije: “Como no los voy a matar, voy a hacer todo lo posible para meterlos presos”. Quería que se hiciera justicia. Lo bueno es que en estos 40 años a nadie se le ocurrió pedir por el regreso de los militares. Salvo a la actual candidata a vicepresidenta de Milei, que dijo que había que eliminar la ley que prohíbe que los militares actúen en conflictos internos. Ley que se dictó con Alfonsín. Esa mujer, Victoria Villarruel, es peligrosa. Es muy promilitarista.
–¿Cómo se actualiza, 40 años después, la defensa de los derechos humanos?
–Vamos a hacer la prueba que yo hago muchas veces cuando me llaman a hablar. Yo pregunto, “si a alguno de ustedes alguien lo golpea y lo lastima saliendo de acá, ¿usted es víctima de un ataque a los derechos humanos?”. Contestan que sí. Y la respuesta es no. No lo es porque un robo, con todos los agravantes que le quieran poner hasta el asesinato, tiene previstas leyes para ser aplicadas a civiles, no civiles, quienes sean. Ahora, una violación a los derechos humanos solo puede ser ejercitada desde el Estado. Sigo el ejemplo. “Usted, lastimado, va a hacer la denuncia a una comisaría y en la comisaría, en vez de tomar la denuncia, lo maltratan. Y lo meten en un calabozo. ¿Hay violación a los derechos humanos o no?”. Sí, claro. Porque es una agencia del Estado. Esta es la diferencia.
–”Espero que los hijos de la generación diezmada tomen la posta”. ¿Qué le sugiere esta frase que pronunció Cristina Kirchner días pasados?
–Ella juega muy bien con una de las ideas que instalaron: la idea de que los padres y los hijos de los desaparecidos, por el solo hecho de ser familiares de desaparecidos, son buenas personas o son capaces. Y no es así. Pietragalla es hijo de un desaparecido. Y no fue capaz de decir nada sobre el tema del crimen de Cecilia Strzyzowski en Chaco. Ese es un tema para un secretario de derechos humanos. Podés estar desaparecido o pertenecer a la generación de esa época, pero no es cierto que murieron los mejores. Si yo dijera eso, si aceptara que murieron los mejores, yo estaría diciendo que mi hija María Alejandra y Martín no eran los mejores entre los tres. ¿Con qué derecho voy a decir que Pablo era el mejor?
–¿Cómo atravesaron sus otros dos hijos toda esta tragedia?
–Con mucho dolor, con mucho miedo, bancándonos mucho, sobre todo a mí, que era la que más estaba involucrada. Solamente Alejandra, que estaba cursando el primer año de Medicina, se encerró y no fue a la Facultad. Después la retomó y fue médica. Pero se puso como presa. Se encerró. Por suerte, después trabajaron y armaron una familia preciosa.
–Mientras tanto, pasan los años y los militares no dan información. Incluso podrían darla de forma anónima para llevar alivio a los familiares de las víctimas.
–En un momento yo y un sobreviviente de la Mansión Seré habíamos hecho la propuesta de que se hiciera un acuerdo con la fiscalía para que el militar, no importaba el grado, que diera algún tipo de información que se comprobara de forma fehaciente tuviera algún tipo de alivio o rebaja en su pena. Debía ser condenado igual, pero con un alivio en su condena. Los organismos de derechos humanos, Madres y Abuelas, me dijeron de todo. Así que eso fue imposible. Después hablé bastante con hijos de militares, instándolos a que hicieran algún pedido de perdón. Intentaron hacerlo, pero no pudieron. Y al interior de las cárceles, como estaban todos juntos, decían que quien lo hiciera era un cobarde o traicionaba al resto. El espíritu del cuerpo pudo más que la intención de reconocer la gravedad de sus hechos. En los juicios, aunque sea poco, van apareciendo no quienes admiten, pero sí quienes dan más datos sobre los desaparecidos.
–¿Y alguien dio información sobre su hijo Pablo?
–No. Ninguno habló concretamente de cómo murió Pablo, ni cuándo, ni qué hicieron con su cadáver.
UN EJEMPLO DE COHERENCIA
PERFIL: Graciela Fernández Meijide
■ Graciela Fernández Meijide nació en Buenos Aires en 1931. Es presidenta honoraria del Club Político Argentino.
■ Es profesora de francés, actividad que ejerció hasta 1976, cuando desapareció su hijo Pablo.
■ Fue Secretaria de Denuncias de la Conadep y miembro del Consejo de Presidencia, de la Mesa Directiva y de la Comisión Ejecutiva de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
■ Fue dos veces diputada nacional y una vez senadora de la nación. También, convencional nacional constituyente para la reforma de la Constitución Nacional (1994).
■ También fue ministra de Desarrollo Social y Medio Ambiente (1999-2001) y vicejefa del Gabinete de ministros de la Nación.
■ Entre otras distinciones, recibió la Orden al Mérito de Chile en el Grado de Oficial (1999), Orden al Mérito de la República Italiana y un premio a su trayectoria de la Academia Nacional de Periodismo.
■ Publicó Las cifras de la guerra sucia, Después de la noche, Derecho a la esperanza, La ilusión, La historia intima de los derechos humanos en la Argentina y Eran humanos, no héroes.