Hojas de hierba y preguntas infantiles
Los chicos pasan por una etapa en la que preguntan el porqué del porqué del porqué, y así ad infinitum, cosa que puede llegar a desquiciar incluso a los más ejercitados en el delicado arte de ...
Los chicos pasan por una etapa en la que preguntan el porqué del porqué del porqué, y así ad infinitum, cosa que puede llegar a desquiciar incluso a los más ejercitados en el delicado arte de la paciencia parental. Agotados los progenitores, el niño irá por otros familiares, y luego hará blanco en cualquier adulto que tenga a su alcance. No porque me negaran explicaciones, sino porque lo mío, de pequeño, era un exceso, mi madre solía contar anécdotas de vidrieros y plomeros que desistían de volver a prestar sus servicios en casa, para evitarse el interrogatorio al que ese pequeño demonio los sometía respecto de sus herramientas, procedimientos y materiales.
Luego, ignoro por qué, dejamos de preguntar. Nos volvemos mucho menos listos que los chicos, aunque es verdad que les ganamos en experiencia y eso nos hace sentir más inteligentes. Pero empezamos a hacer cosas sin pensar.
Está bien, somos emocionales. Sería necio y sería también peligroso ignorar lo que sentimos, lo que nos sale, lo que somos o lo que creemos que somos. Pero no sería menos necio y peligroso dejar ciertas decisiones libradas solo a los sentimientos.
En fin, cada uno sabrá. Cierto es, sin embargo, que obtener buenos porqués no es nada fácil. Recuerdo que un día, durante la conscripción, me acerqué a un sargento a solicitar autorización para no sé qué, y, por supuesto, antes de hablar, hice el saludo correspondiente, cortesía obligada que fue seguida por una amarga amonestación, porque, aprendí entonces, “no se hace el saludo sin la gorra colocada, tagarna”. Les juro que estuve a un pelito de preguntarle al sargento por qué. No habría sido buena idea.
No, en serio. ¿Por qué no se saluda sin gorra? Puede sonar de lo más arbitrario, pero todas las teorías sobre el origen de este saludo coinciden en que el gesto proviene de sacarse el casquete o abrir un yelmo. Nada más persuasivo que una buena razón, ya ven. Por eso los chicos insisten. Si ese va a ser el mundo en el que les ha tocado vivir, entonces quieren porqués sólidos y consistentes. Que ese mundo tenga sentido.
Con el tiempo, a lo mejor, vamos resignándonos a que no, no tiene mucho sentido, e ignoramos si esto se debe a que de verdad es todo un poco surrealista o es que se ha ido perdiendo la buena práctica de explicar los motivos.
Esta escasez nos conduce, en ocasiones, a aceptar razones mágicas, sofismas de barniz reluciente y otros espejismos lógicos que se parecen a un porqué tanto como una promesa se parece a una garantía.
Al pequeñín, en cambio, no es tan fácil convencerlo. Por eso pregunta el porqué del porqué del porqué. Me encantaría ver cómo sale del paso el político generoso en consignas ante un tal escrutinio.
Carl Sagan supo ponderar con justicia la curiosidad de los chicos, que no es exagerada, sino que a lo sumo desafía la mansedumbre de los grandes, que parecen haber olvidado que el césped es verde por algo. Un momento, ¿en serio estás preguntando por qué el césped es verde?
Por supuesto que sí. Y me dirán que por la clorofila. Claro, pero por qué la clorofila es verde. Silencio de radio. Es pregunta: ¿por qué las plantas son verdes? La respuesta a este interrogante que suena insolente o demasiado pequeño para ocupar a la mayoría de los adultos, está, sin embargo, en las profundidades cuánticas de esas pequeñas usinas vegetales que convierten la luz solar en almidones y mantienen funcionando toda la pirámide de la vida en el planeta Tierra.
Ninguna pregunta impertinente, como descubrió Nathaniel Gabor, físico de la Universidad de California en Riverside, y que la ciencia logró develar hace solo un par de años. La explicación es, para asombro de los que creían que se trataba de un interrogante obvio, extremadamente técnica. Les dejo un link con los detalles.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/hojas-de-hierba-y-preguntas-infantiles-nid24052023/