La carambola electoral que busca el kirchnerismo en medio de la crisis de Juntos por el Cambio
Cristina Kirchner conoce demasiado el mar de la política para distinguir un elogio de un anzuelo. Los que prenden velas por su candidatura presidencial le están pidiendo, en el fondo, que se sacr...
Cristina Kirchner conoce demasiado el mar de la política para distinguir un elogio de un anzuelo. Los que prenden velas por su candidatura presidencial le están pidiendo, en el fondo, que se sacrifique por ellos. Que pierda, pero los ayude a conservar porciones de poder que se le escurren como agua entre los dedos.
Si deja correr el clamor es porque así retiene la ilusión imperial de que el orden en el peronismo depende de su exclusiva voluntad. Se espera el gesto sorpresivo y definitivo que acomode a un frente político sometido al desgaste que significó el experimento fallido de Alberto Fernández. A diferencia de otras épocas, ahora a Cristina se le ve de lejos que no le sobran cartas para ganar esta mano.
Sergio Massa decidió esta semana salir a ofrecerse a cara descubierta como solución a la carencia kirchnerista. Puso sus condiciones sobre la mesa: quiere apoyo total, que no haya primarias y que –a tono con lo que dijo Cristina– se establezca con claridad un programa de gobierno. El lanzamiento tuvo el sello de su audacia. Lo hizo horas antes de que se difundiera otro índice de inflación alarmante -8,4%-, la señal más estridente del resultado decepcionante de su gestión como ministro de Economía.
El movimiento massista asume las carencias de la gran electora. ¿Si no es él, a quién le encomendará Cristina la misión de competir como candidato presidencial de un oficialismo atravesado por una crisis descomunal? A Fernández lo bajó la realidad antes de que él se viera forzado a anunciar que había decidido “dedicar todas sus fuerzas a gobernar la Argentina”. Cristina prometió no presentarse cuando la condenaron por corrupción y, aunque ahora le rueguen, sabe fehacientemente que le resultaría imposible imponerse en un ballottage a quien le pongan enfrente. ¿Axel Kicillof? Sería lanzar al premio mayor a alguien que clama desde hace meses que su máxima ambición consiste en quedarse en la provincia de Buenos Aires.
Cualquier otra opción carece de peso específico para evitar la triste venganza final del Presidente: que el aspirante a sucederlo surja de unas elecciones primarias en el peronismo. En otras palabras, que se visualice la pérdida de la facultad ordenadora de Cristina.
Massa tiene una carta para ofrecerle a Cristina en la partida que libra para doblegar las rebeldías tardías de Alberto. Ni más ni menos que retirarse del Gobierno con todo su equipo. Dejarlo solo con la crisis. Cuando enfatizó esta semana que sería “un gravísimo error” ir a una competencia interna en el oficialismo le estaba mandando un mensaje explícito y directo a Fernández. La Cámpora coincidió. La CGT le envía guiños. Desde las provincias, gobernadores de peso como Jorge Capitanich ponen reparos (”no nos sintetiza a todos”, dijo).
En la Casa Rosada los últimos albertistas apuestan a que el paso del tiempo y el desconcierto oficialista terminen por forzar esas añoradas PASO. Ganar, para ellos, significa anotar un candidato y que después sea lo que Dios quiera. El martes está convocado el congreso del PJ en el que empezarán a medirse las fuerzas en pugna. El reloj se acelera.
La alternativa de reflotar el plan Massa en medio del desastre económico se sustenta en la búsqueda de un milagro electoral a partir de la crisis irresuelta en el principal frente opositor, Juntos por el Cambio.
“Necesitamos un candidato solo, con apoyo uniforme que sea capaz de reunir 30 puntos en las PASO y retenerlos en la primera vuelta”, explica un referente sindical que se subió al operativo para convencer a Cristina de jugarse por el ministro. Ese número prácticamente garantiza el pase al ballottage si nadie supera el 40%. El segundo condicionante es quién será el rival de fondo. Si fuera Javier Milei, el peronismo se imagina como portador de las banderas del orden democrático ante la disrupción del antisistema. La expectativa de una carambola lejana es mejor que resignarse a no tirar.
Cristina lo entendió bien cuando decidió hacer puntería en el economista libertario. Como toda jugada de riesgo, el peligro es el derrape: el Frente de Todos puede salir tercero si se cristaliza un escenario sin polarización.
(No tan) Juntos por el CambioLa idea kirchnerista parte de una base que no luce descabellada. Si en algo coinciden los principales referentes de Juntos por el Cambio es en que están perdiendo votos y en que sus candidatos más instalados, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, ocupan lugar en la agenda pública con sus discordias cotidianas más que con sus propuestas para solucionar el derrumbe económico.
“Milei nos está comiendo la consigna del cambio por mucho que sus proyectos, como la dolarización, sean inviables. Él vende salidas a la crisis y nosotros seguimos transmitiendo que peleamos por los cargos”, se lamenta un dirigente con aspiraciones a gobernar una de las provincias principales del país.
Mauricio Macri pronosticó en público que Milei llegará a la segunda vuelta. En privado hay dirigentes que lo han oído expresar su temor creciente a que Juntos por el Cambio quede afuera de esa elección. Sería una catástrofe sin atenuantes para la coalición que resistió sin romperse cuatro años en el llano gracias a la convicción de que el regreso al poder en 2023 era un destino casi inevitable.
A las oficinas del expresidente llegan políticos y empresarios que le reclaman que intervenga para ordenar la disputa. Incluso le sugieren que la coalición opositora –al igual que reclama Massa en el peronismo– debe ir con un solo candidato. “Unas PASO con este nivel de tensión van a ser destructivas”, dice uno de los dirigentes que impulsa esa solución.
Macri tiene un obstáculo para actuar como árbitro. Su relación con Larreta atraviesa el peor momento. Está indignado por la forma en que juega en la ciudad de Buenos Aires. “Un jefe de distrito elige al sucesor dentro de su partido y le vuelca todo el apoyo. Lo que hace Horacio no se entiende”, dice una fuente de indudable cercanía al expresidente. Aluden a las fotos de campaña que comparte asiduamente con el radical Martín Lousteau y al impulso tardío que le dio a Fernán Quirós para rivalizar con Jorge Macri en la carrera por convertirse en el candidato del Pro a la Jefatura de Gobierno.
Para Mauricio Macri, la Ciudad es “la escuelita” del Pro. La vidriera que nutre al partido de candidatos para todo el país. Un bastión que considera intocable, un objetivo acaso más importante que la conquista pasajera de la Casa Rosada. Considera imperdonable perderlo, aun cuando fuera a manos de un integrante de Juntos por el Cambio como es Lousteau.
“Horacio le pidió a Jorge que se pasara a la ciudad en 2021 cuando quiso imponer a Diego Santilli como candidato a diputado por Buenos Aires. Mauricio estaba abiertamente en contra de esa jugada y se fue al exterior para no meter ruido en plena campaña. Él lo veía a Jorge en carrera para la gobernación. Horacio lo cambió de carril y ahora, sin tener a otro que mida mejor en la ciudad, hace todo para impedir que el Pro vaya con quien está más instalado”, dice una fuente de la cúpula macrista.
El larretismo refuta que el jefe de gobierno dejará correr a Quirós y a Jorge Macri para tomar una decisión fundada en los datos de las encuestas no más allá del 10 de junio. El médico corre de atrás, admiten, pero espera remontar en las semanas que quedan hasta esa fecha: “Horacio cree que con Jorge podemos perder y que Fernán, con apoyo y algo de tiempo, la gana”.
Macri insiste en que eso es una excusa que solo favorece a Lousteau y que no es lo que Larreta le había prometido. “Está todo muy parejo y si no nos ordenamos vamos a perder la Ciudad y después, la posibilidad de volver al gobierno nacional”, advierten en su entorno.
Bullrich experimenta las dificultades de crecer en medio de la batalla. Rivaliza a diario con Larreta y tiene buena sintonía con Macri, pero no quiere parecer como un apéndice del líder fundador. Por eso rechaza la idea de una candidatura unificada, incluso ante quienes le plantean que ella podría ser la beneficiada. Quiere ganarse su lugar en elecciones para no despertar la más mínima sospecha de ser instrumento de un poder ajeno.
Larreta construye su proyecto en contraposición a Macri, con un sector del radicalismo y con Elisa Carrió. Su bandera antigrieta es el rasgo de distinción respecto de su antiguo jefe. “Con ese mensaje no vas a llegar a la Presidencia”, le dijo Macri hace dos años y medio, cuando ya empezaba a agriarse la relación entre ellos.
En Uspallata, el búnker administrativo de Larreta, sostienen que las PASO son inevitables y que “no van a ser la muerte de nadie”. Pero conceden que debe alcanzarse algún grado de concordia. “Se tiene que arreglar arriba, entre Mauricio y Horacio, para empezar a ordenar hacia abajo”, explica uno de los protagonistas clave de la campaña larretista. La bilateral Larreta-Macri empieza a parecerse a un clamor entre los dirigentes del Pro. “Esto no se arregla con fotos de familia ni reuniones multitudinarias”, sostiene otra dirigente central del partido.
La indefinición tiene desorientados a los referentes provinciales. Es notable cómo hacen equilibrio para no jugarse por ninguno de los dos contendientes principales. Pasan las semanas y, en consecuencia, ninguno de los dos consigue impulsos territoriales para el despegue. Las elecciones se les vienen encima.
“Un incentivo al acuerdo es que estamos perdiendo votos y Milei está subiendo. Podemos perderlo todo”, admite un candidato amarillo con ambiciones de gobernar.
Ve, en definitiva, lo mismo que Massa y que La Cámpora: un cuadro electoral completamente anormal en medio de un clima social angustiante. Los favoritos naturales rifan puntos, el candidato antisistema es el único que consigue transmitir propuestas concretas y un partido gobierno al borde del knockout sigue en el ring con la esperanza intacta de meter una mano de última hora que al final deje las cosas como están.