Reseña: La paciencia del agua sobre cada piedra, de Alejandra Kamiya
Cualquiera que se haya asomado a la reciente presentación de La paciencia del agua sobre cada piedra, de Alejandra Kamiya (Buenos Aires, 1966), habrá encontrado el lugar colmado de lectores anón...
Cualquiera que se haya asomado a la reciente presentación de La paciencia del agua sobre cada piedra, de Alejandra Kamiya (Buenos Aires, 1966), habrá encontrado el lugar colmado de lectores anónimos haciendo malabares para escuchar. En el mundo de las editoriales pequeñas o medianas, lo de Kamiya es un fenómeno singular: desde la salida de su primer libro, Los árboles caídos también son el bosque (2015), no ha dejado de cosechar seguidores.
En esta, su tercera colección de cuentos, a la herencia japonesa paterna se le suma con fuerza la impronta de autoras como Clarice Lispector y Sara Gallardo. No solo por la forma en la que Kamiya piensa la escritura –cargada de imágenes sensoriales, prestando atención a ese intersticio entre palabra y palabra donde parece que todo puede desmoronarse y volverse a levantar– sino también por la presencia constante de los animales. “El mono” relata un día en la vida de una mujer que convive con la ternura y el salvajismo de un gorila. En “La pregunta de Rawson” dos perros reflexionan sobre la muerte: imposible no pensar en Cervantes y su genial “Coloquio de los perros” (1613).
Algunos cuentos parecen escritos a partir de una imagen poética, como “La garza”: Leiva construye una casa en un bañado sólo para que la mujer que ama pueda verla llenarse de aves. Algo similar sucede con “Bañar un elefante” donde la narradora imagina cómo sería sumergirse en el río con un animal así de majestuoso, para al final anotar: “Y entonces sabría que todo el cielo no es más que una parte de un gran elefante blanco.”
Otros relatos, como “El baño”, se pueden inscribir en la tradición argentina del cuento fantástico. Aunque, quizás, encasillar los relatos de La paciencia del agua sobre cada piedra en un género preciso no les haría justicia: aunque Kamiya parece haber aprendido mucho de Borges, sus cuentos se ubican en los márgenes. Lo único que se mantiene, siempre es el estilo: una voz personal, reflexiva, ya sea en tercera o en primera persona; un tono poético que parece guiar la estructura o la deriva de cada trama.
Lispector dice que escribir es igual de difícil que “el modo extremadamente prolijo y natural con que está hecha una flor.” Algo de esto sucede con los cuentos de Kamiya. Parecen haber nacido así, como si fueran un accidente geográfico: una montaña, un río. Pero luego, cierta distorsión en la sintaxis de la frase, una palabra que brilla, extraña, le recuerda al lector que todo se trata de literatura y que detrás de las palabras hay una escritora hábil y paciente. Como el agua a la que hace alusión el título: a través de su prosa, la mirada de la narradora rodea, atraviesa y finalmente horada la dureza de lo real.
La paciencia del agua sobre cada piedra
Por Alejandra Kamiya
Eterna Cadencia
128 páginas, $ 3800