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El candidato de una Argentina en retroceso

Dicen los empresarios que hacía tiempo que no veían tan combativa a la Unión Obrera Metalúrgica. Era la medianoche del miércoles, llevaban casi 12 horas discutiendo en el Ministerio de Trabajo...

Dicen los empresarios que hacía tiempo que no veían tan combativa a la Unión Obrera Metalúrgica. Era la medianoche del miércoles, llevaban casi 12 horas discutiendo en el Ministerio de Trabajo y, con Kelly Olmos ausente como consecuencia de un viaje a la India, tuvieron que resignarse al paro por 48 horas que terminó ayer. La paritaria del sector sigue trabada. Abel Furlán, secretario general del gremio, anticipó que no cedería en el reclamo por menos de 10 puntos por sobre la inflación y se oyeron además críticas a la actitud de las cámaras. Naldo Brunelli, uno de los históricos, acusó incluso a un ausente, Paolo Rocca, de conspirar contra la estabilidad del país.

Ni la crisis ni la campaña electoral contribuyen a apaciguar los estados de ánimo en estas negociaciones. No solo los fabricantes de acero, hierro o aluminio temen fricciones para las próximas semanas. También las cadenas de supermercados y las papeleras, entre otros sectores. Los sindicalistas piden alzas de hasta el 40% por tres meses. En las empresas sospechan de cierta instigación o al menos prescindencia de parte del Gobierno. Se quejan de que el Ministerio de Trabajo se demora en dictar conciliaciones obligatorias y suponen lo obvio: tal vez ese sea el único recurso que queda para intentar mejorar el poder adquisitivo de la población.

Pero son discusiones periféricas en medio de la fragilidad general. La Argentina tiene un problema medular que trasciende el gobierno de Alberto Fernández: está estancada desde hace más de 10 años y su sector privado viene perdiendo participación en el PBI. Los dueños de Zara, la empresa de moda e indumentaria más grande del mundo, fundada por Amancio Ortega, el hombre más rico de España, acaban de anunciar que le dejan el negocio a un grupo panameño. Un informe de la consultora Idesa elaborado sobre datos del Ministerio de Trabajo muestra que el empleo privado formal casi no creció entre 2012 y 2022: pasó en esa década de 6,1 millones de trabajadores a 6,3 millones, apenas un 4% más, mientras que el estatal se expandió 35%, de 2,5 millones a 3,4 millones. Lo único privado que mejora son el trabajo en negro y los monotributistas. Ni siquiera los autónomos, que tienen los ingresos más altos. Todo muy precario. ¿Quién está dispuesto a invertir y dar trabajo? Un deterioro significativo, expuesto en una propuesta que llegó esta semana a la cartera laboral: un exbarrabrava de Estudiantes pidió personería para un sindicato de limpiavidrios callejeros y cuidadores de autos. Aclaración metodológica: si trabaja más de 35 horas semanales, quien desempeña cualquiera de estas actividades está, para el Indec, “ocupado”. La Argentina marginal gana terreno y exige representación.

Nada de lo que se resuelva en paritarias contribuirá a solucionarlo. El salario real está en promedio alrededor de un 25% debajo del de 2017. A falta de soluciones, Massa se presentó el miércoles en la CGT con una definición sin precedente: los subsidios son “un salario indirecto”, dijo. El círculo vicioso argentino: gasto público que debe cubrirse con impuestos que ahuyentan la inversión, la generación de trabajo y los sueldos razonables, deficiencia que debe atenuarse con subsidios que el ministro llama “salarios indirectos” llamados subsidios. Como él lo sabe, tampoco dice estrictamente todo: el gasto en subsidios a la energía es desde hace un año, según acaba de informar la Oficina de Presupuesto del Congreso, la piedra angular de su ajuste, seguido por los programas sociales, las asignaciones familiares y las jubilaciones y pensiones.

La dirigencia política no siempre tiene en consideración el retroceso del sector privado. El electorado al que le debe hablar obliga además al candidato a lo contrario: militar el “Estado presente”. Un clima de época donde a veces lo público se confunde con lo propio. Hasta Malena Galmarini tuvo esta semana un lapsus. “Yo soy presidenta de AySA, tengo una empresa que tiene alrededor de 7300 trabajadores”, le dijo al periodista Edgardo Alfano. Gustavo Lazzari, empresario pyme y exintegrante de una lista de López Murphy, recogió la frase y reaccionó en Twitter: “Primera persona del singular. Momento del día en que pienso que todo está perdido”.

Massa viene conservando, sin embargo, el respaldo de muchos empresarios. Es hasta ahora, con Rodríguez Larreta, el candidato con quien mejor se lleva el establishment. La recorrida alcista bursátil de las últimas semanas muestra que, con las candidaturas puestas, el mercado interpreta que no existe margen para nuevos casos Vicentin. “No hay trabajadores sin empresas, pero los empresarios también deben entender que no hay empresas sin trabajadores”, le dijo el miércoles a la conducción de la CGT, donde pidió apoyo. En la central de trabajadores coinciden en el concepto, y aceptan incluso que han perdido capacidad de influencia frente a las organizaciones sociales. “Hay que salir de las oficinas, de la paritaria”, reflexionó uno de ellos, que lamenta que en las listas de Unión por la Patria haya quedado solo un candidato de extracción gremial, Mario Manrique, tercero en la de diputados bonaerense. La siguiente hacia abajo, María Reigada, de Suteba, aparece en la decimoctava posición.

Massa volverá a verse con varios de ellos el 8 del mes próximo en un acto de campaña en Malvinas Argentinas. Si pretende, como les pidió el miércoles, que respalden su boleta, deberá intentar revertir parte del malestar que les dejó el cierre de listas y trabajar en algunas presencias. Luis Barrionuevo, por ejemplo, no fue a la CGT porque estaba de viaje, pero sigue distanciado desde hace meses del ministro y viene de apuntalar la candidatura fallida de De Pedro. Tampoco estuvieron Sergio Palazzo, ausente por vacaciones, ni Furlán, que se excusó por la reunión en el Ministerio de Trabajo. El de la UOM viene además soportando de sus pares otro reproche: le dicen que haberse acercado tanto a Máximo Kirchner no dio resultado.

El ministro necesita que no solo el sindicalismo recupere fervor. Son muchos los dirigentes que sienten que Máximo Kirchner no los tuvo en cuenta. La mesa de Ensenada, congregada casi de manera semanal en derredor del intendente Mario Secco para apuntalar el proyecto Cristina Kirchner 2023 y a Kicillof en la provincia, no se volvió a reunir. “No tiene sentido: sería una catarsis”, dijo uno de sus miembros, que advierte que parte de ese malhumor podría sumarle adhesiones a Grabois.

El riesgo de un voto bronca kirchnerista es, con la falta de dólares, el gran condicionante de Massa en la relación con el FMI. El ministro está obligado a convencer al staff del organismo y, al mismo tiempo, a un frente interno que le exige poner condiciones que dificultan el acuerdo. Otra encerrona. Como sin entendimiento no habrá estabilidad cambiaria porque el mercado sigue al borde de otra corrida, es probable que le convenga anunciarlo sobre el límite de las primarias: que no haya demasiado tiempo para que escalen las objeciones dentro del propio espacio. ¿Hacia dónde podría virar, por ejemplo, el discurso de Grabois con varios días de campaña?

Un dirigente kirchnerista le envió en estos días al líder de la UTEP un mensaje a través de un diputado. “Decile que no se pelee”, le recomendó. No es sencillo porque Grabois no solo tiene su proyecto personal, sino que asume las preferencias de militantes para quienes el FMI será siempre incompatible con el proyecto. A diferencia de Massa, Grabois no es el candidato del establishment, sino el opuesto: busca representar a excluidos que piden estar institucionalmente en la discusión y a quienes el resultado de una paritaria les pasa a varios kilómetros.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-candidato-de-una-argentina-en-retroceso-nid22072023/

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