20 años de kirchnerismo: Néstor y Cristina, de la exitosa sociedad política al proyecto inconcluso del poder eterno
El joven funcionario, que permite reconstruir la historia a condición de mantener su nombre en reserva, recibió aquel llamado que nunca olvidaría en el otoño de 2010. Iba a casarse dentro de mu...
El joven funcionario, que permite reconstruir la historia a condición de mantener su nombre en reserva, recibió aquel llamado que nunca olvidaría en el otoño de 2010. Iba a casarse dentro de muy poco. El celular chilló y, cuando atendió, escuchó la voz de Néstor Kirchner que lo convocaba a la Casa Rosada. Primero pensó que era una broma de los colegas de su oficina. El joven funcionario trabajaba para el gobierno de Cristina Kirchner, que había sido elegida presidenta en 2007. Hasta entonces, nunca había recibido un llamado directo de Néstor Kirchner, que controlaba el poder político detrás de la escena gubernamental. A medida que su interlocutor hablaba, descartó la broma. No podía ser otro que el expresidente. Contestó que se ponía de inmediato en camino.
El joven funcionario abandonó las tareas y se subió a un auto rumbo a la Casa Rosada. Pasó los controles sin dificultad y llegó a la recepción del pequeño despacho que ocupaba Kirchner en la sede del gobierno. Era una oficina modesta, lindante al despacho presidencial donde trabajaba su esposa. En la recepción esperaban algunos de los principales empresarios de la Argentina y el ministro de Producción, Julio de Vido. Pero el joven funcionario fue invitado a pasar. Los otros debían aguardar. La intriga del visitante llegaba a niveles extremos. ¿Iba a ofrecerle un cargo? ¿Qué puesto podía haber imaginado Kirchner para su futuro? ¿O se trataba de una misión, un encargo secreto? ¿Por qué la urgencia?
Alberto Fernández, en su versión sin límites
Néstor Kirchner lo esperaba adentro. Se sentaron con el escritorio de por medio y el expresidente le preguntó cómo estaba. Después la charla deambuló por la política, las novedades de la coyuntura, fluyó sin frenó hasta que finalmente Kirchner lanzó el mensaje que había motivado la convocatoria:
-No te cases – le ordenó al joven funcionario.
Por un momento debió calcular el tenor de la frase, hasta qué punto era una broma y hasta dónde una directiva. La boda estaba anunciada. La fecha definida. Los preparativos en marcha. Pero el expresidente era el jefe del espacio político que ocupaba.
-No te cases –insistió Kirchner – mirá lo que me pasó a mí - ironizó.
El joven funcionario sonrió.
-Mirá lo que me pasó a mí –continuó el expresidente-. Mi mujer está en el despacho presidencial y yo en el cuartito de al lado.
-No, usted tiene mucho poder – le siguió el hilo.
-Pero ella tiene la lapicera. Nunca te olvides – retrucó Kirchner.
Trece años después de aquella escena, el joven funcionario se dedica a la actividad privada. Se casó sin hacerle caso y se reunió otras veces con Kirchner. El expresidente moriría meses después. Integró la pareja más influyente en la política argentina del siglo XXI. Una dupla moldeada para y por el poder, con funciones diferenciadas y “peleas memorables”, como definiría la propia Cristina. Ambos integraban una sociedad donde Kirchner controlaba la negociación política, la “rosca” y los negocios que aceitaban el financiamiento oculto. Cristina aportaba la oratoria, la instrumentación legal, el discurso y los límites. La muerte quebró con su irrupción impredecible el funcionamiento de aquella sociedad. La ausencia de Kirchner en la eficiencia para la acumulación de poder político extiende sus consecuencias hasta el presente. El círculo de dirigentes que rodeó a Cristina nunca logró cubrir el vacío. El experimento de Alberto Fernández fue el último intento fallido de reconstruir aquella maquinaria.
Los testigos del vínculo coinciden en que Néstor y Cristina integraban una sociedad bicéfala, pero el expresidente era “el jefe”. Ese juego interno de la pareja entró en tensión cuando la maniobra para alternarse en el poder, una vez cada uno en la presidencia, dejó a Cristina con “la lapicera”, como se lo confesó molesto y resignado Kirchner al joven funcionario.
El expresidente era un constructor inagotable de poder. Por un lado, aplicaba castigos para disciplinar a la tropa, como cuando en 2003 echó a todos los funcionarios que respondían a Daniel Scioli porque el entonces vicepresidente se había atrevido a deslizar públicamente que las tarifas de los servicios públicos necesitaban una actualización. Pero al mismo tiempo se volcaba a persuadir sin descanso. El sistema de acumulación de poder de Kirchner implicaba la negociación y la seducción permanente, intentaba absorber a todos a su proyecto.
A Roberto Lavagna lo echó del Ministerio de Economía. Lo derrotó electoralmente en 2007. Pero un año después lo convocó a la quinta de Olivos para negociar un acuerdo y difundió la imagen de ambos caminando por los jardines de la quinta presidencial. Lavagna dejó al instante de ser una amenaza electoral. Nadie debía quedar afuera de su alcance. Si un poco conocido Martín Sabbatella armaba un partido municipal en Morón con capacidad para vencer el kirchnerismo, lo convocaba con ofrecimientos hasta sumarlo a sus filas. Sabbatella terminó como funcionario. Si una diputada recién llegada, de nombre Graciela Ocaña, se transformaba en una molesta denunciante de la corrupción desde el Congreso, la llamaba al despacho presidencial y le entregaba la jefatura del PAMI. La lista se volvió interminable. Peronistas. Radicales. Frepasistas. Kirchner repartía el Estado para conquistar adhesiones. Solo había que dejar liberado el circuito de negocios de la obra pública, la caja que financiaba la política. Allí sólo nombraba pingüinos de confianza.
El expresidente tenía una mirada pragmática del poder. También en la esfera internacional. Más allá de la retórica latinoamericanista, Néstor Kirchner fue un colaborador secreto de los Estados Unidos. Mucha información de enemigos de Washington en la región llegó a los norteamericanos gracias a la colaboración de su gobierno. La confianza alcanzó el grado de motivar a Bill Clinton a pedirle que iniciara gestiones reservadas para lograr un encuentro con Hugo Chávez en Caracas con el objetivo de distender las relaciones entre ambos países. El pedido ocurrió el 23 de septiembre de 2010 en el Salón Green del Hotel Sheraton de Nueva York, como reconstruyen testigos a LA NACION. Kirchner inició las tratativas de inmediato. Les pidió a sus colaboradores que no se enterara el canciller Héctor Timerman, de confianza de Cristina . La muerte de Kirchner mutiló las gestiones. Pero en su visión utilitarista de la política, un acuerdo con Irán como el ideado por Cristina Kirchner por inspiración de Chávez, resultaba impensable.
Néstor protagonizaba las negociaciones con empresarios, sindicalistas y dirigentes que Cristina despreciaba. La quinta presidencial, como reconstruyen los testigos de la época, era un bullir de figuras. Allí se podían cruzar al constructor Enrique Eskenazi con el empresario de medios Daniel Hadad; Hugo Moyano con Francisco “Paco” Larcher, el amigote que el Presidente llevó al frente de los servicios de inteligencia; el empresario Marcelo Mindlin, que se quedaría con Edenor, con el ministro Julio De Vido; el millonario Ernesto Gutiérrez con el secretario Ricardo Jaime. Esa era la galaxia de negocios y operaciones que orbitaba alrededor del expresidente. Cristina se manejaba con un círculo cerrado, la matriz que después se transformaría en La Cámpora. Sabía todo, pero intervenía selectivamente.
La convivencia de la sociedad funcionó plenamente durante la presidencia de Néstor Kirchner. Sin embargo, cuando la lapicera pasó de manos, los engranajes comenzaron a trabajar forzados. Las objeciones de Cristina eran menos fáciles de resolver. Ahora era la presidenta. La idea de que fuera candidata presidencial en 2007 había surgido del entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, con el argumento de que Kirchner había sufrido un desgaste natural por la crisis que envolvió su llegada al poder y por la idea de que los segundos mandatos siempre son más débiles. Al expresidente aquellos argumentos del peronista porteño lo convencían poco, como reconstruyen colaboradores de la época. Pero se entusiasmaba, en cambio, con un juego de sucesión que podía prolongar 16 años al kirchnerismo. El caudal de votos logrado por la entonces senadora en 2005 terminó de convencerlo.
Con Cristina en la presidencia, su esposo se arrepintió de la decisión. Desde entonces empezó a diseñar su plan de regreso al poder para las elecciones de 2011. “Aunque midas 80%, voy a ser yo”, le dijo a su esposa, como la misma Cristina revelaría en una entrevista con Jorge Rial. La muerte truncó los planes. La sociedad quedó, para siempre, incompleta.